¡¿Quién carajos se levanta a las 4:00 a.m. para ir a la escuela?! Yo tengo la respuesta. Sé que en Colombia tienen una cultura diferente y todo eso, y por ende, también costumbres distintas. Josh se levantó temprano porque quiere llegar a tiempo a la escuela. ¿Cómo le explico que aquí despertarse temprano es a las 6:30 o 7:00 a.m.?
—Josh, te lo digo en serio... —repito nuevamente mientras me acomodo en la cama— nadie se levanta a esta hora...
—Pero se nos hará tarde —sonríe mientras intenta moverme.
—Ni siquiera la tienda está abierta... —lo miro con algo de cansancio.
—¿De verdad? —se nota sorprendido— ¿A qué hora se supone que abren la tienda y pasan los buses?
—La tienda abre a las 6:30 a.m. y los camiones pasan a partir de las 6:00 de la mañana... —ahora se ve avergonzado por haberme despertado tan temprano.
—¿Normalmente a qué hora despiertas y cómo haces tus cosas en general?
—Bueno, despierto a las 6:00 a.m., me alisto, termino el desayuno a las 6:30 y tomo el camión a las 6:50 o 7:00. Llego a la universidad aproximadamente a las 7:45 o 7:50 a.m. —ahora está sorprendido.
—En Colombia tendríamos que salir a las 4:30 para llegar a la universidad a las 7:30. Me sorprende mucho que tengamos esa diferencia cultural.
—Amo que tengamos esas diferencias, aunque sí estoy algo cansado, quisiera volver a dormir... si no es molestia —digo sujetando suavemente su cintura, ya que ha estado sentado cerca de mí.
—Lo siento, realmente pensé que llegaríamos tarde —ríe y besa mi mejilla.
Me reacomodé en la cama, sintiendo aún el calor de su beso en la mejilla. Josh se quedó unos segundos mirándome, como si estuviera decidiendo si insistir o dejarme dormir. Agradecía que su preocupación fuera sincera, pero no podía evitar sentirme agotado. Levantarme a las 4:00 a.m. no era algo que mi cuerpo aceptara tan fácilmente, y mucho menos con la idea de que ni siquiera había camiones disponibles a esa hora.
—¿Vas a seguir mirándome o vas a dejarme dormir? —le dije con una media sonrisa, ya un poco más relajado.
Josh soltó una risita suave, luego se estiró y caminó hacia la ventana, como si estuviera tratando de matar el tiempo mientras decidía qué hacer.
—Es que no puedo dormir —dijo, encogiéndose de hombros—. Estoy nervioso por la posibilidad de llegar tarde.
Lo entendía. Y aunque ya me había acostumbrado a su manera de ser, algo despistada pero siempre cariñosa, no podía negar que debía ser duro para él.
—Josh, de verdad, te prometo que si nos levantamos a las 6:00 estaremos perfectamente a tiempo —dije en un tono más suave—. No tienes de qué preocuparte.
Josh asintió, pero lo conocía lo suficiente como para saber que aún no estaba convencido. Me recosté de lado, mirándolo, y me di cuenta de que realmente lo necesitaba: necesitaba que le diera un poco más de seguridad, algo más tangible que solo palabras.
—Ven aquí —le hice una seña con la mano—. Siéntate conmigo un rato.
No tardó en tumbarse a mi lado, rodeándome con un brazo de forma casi automática. Josh siempre era así, buscaba el contacto, esa cercanía que parecía hacerle sentir más seguro. Yo no me quejaba. De hecho, era algo que había empezado a disfrutar con el tiempo.
—¿Y si llegamos tarde de verdad? —susurró, ahora más cerca de mi oído.
—No vamos a llegar tarde —le aseguré, ya cerrando los ojos, intentando recuperar el sueño que me había arrebatado tan temprano—. Confía en mí.
Sentí cómo relajaba su cuerpo poco a poco, como si mis palabras finalmente lo calmaran. Durante unos minutos, el silencio llenó la habitación, acompañado solo por el suave sonido de nuestras respiraciones.
—Gracias —murmuró de repente, su voz suave, casi somnolienta.
—No hay de qué —respondí, ya entre sueños.
La preocupación de Josh parecía haberse desvanecido con la tranquilidad del momento. Ambos podríamos dormir un poco màs antes de irnos a la escuela.
La alarma sonó fuerte, rompiendo el silencio de la habitación y haciéndome despertar al instante. Miré a mi lado y ahí estaba Josh, aún medio dormido, pero con una expresión más relajada que cuando me había levantado la primera vez. Lo moví suavemente y, como de costumbre, me sonrió antes de estirarse perezosamente.
—Vamos —dije, mientras me levantaba—. Ahora sí es hora de empezar el día.
Ambos bajamos las escaleras, y lo primero que vi fue a mi hermano, Oli, sosteniendo a Mochi en sus brazos. Josh se acercó con una sonrisa, fascinado por la pequeña.
—Qué bonita —dijo, mirando a Mochi con ternura—. ¿Es Mochi?
—Sí, es mi pequeña —respondió Oli con orgullo, acercando a Mochi para que Josh pudiera verla de cerca—. Es preciosa, aunque Nico insiste en que Mochi es "de rancho".
Me llevé una mano a la cara, aguantando una risa nerviosa. ¿En serio Oli había sacado a relucir el chiste más vergonzoso de la familia delante de Josh?
—¿De rancho? —preguntó Josh, claramente confundido—. ¿Por qué?
—Mochi tiene una forma muy extraña de aullar —explicó Oli—. En lugar de sonar como un cachorro normal, ella hace "currucú".
Pude ver la sorpresa en los ojos de Josh. Me lanzó una mirada, divertida pero incrédula, antes de sonreír.
—¿Solo por eso?
Negué con la cabeza, sonriendo también.
—Yo siempre digo que se comió un pinche gallo o que se crió entre gallinas. Por eso es "de rancho".
Josh soltó una carcajada, más relajado ahora, y sonrió de forma leve, casi encantadora. Bien, al menos lo había hecho reír. Eso tenía que ser algo positivo, ¿no?
—Pues ya quiero escucharla hacer "currucú" algún día —bromeó, todavía riendo, mientras Mochi se acomodaba en los brazos de Oli.
La mañana, aunque había empezado temprano, al menos ahora parecía estar yendo en la dirección correcta. Estábamos en el comedor, y como cada mañana, mis abuelos estaban ocupados preparando el desayuno mientras charlaban sobre sus planes para el día. Todo parecía normal hasta que vi a mi mamá, saliendo de su habitación. Apenas me vio, me lanzó una mirada que claramente decía: "Explicaciones ahora mismo, Atzin Almonacid". Esa mirada siempre me daba un poco de miedo.
—Mami, te presento a Josh —dije rápidamente, sonriendo para intentar suavizar la situación—. Es un amigo de la universidad, es de Colombia.
Mi mamá, con esa amabilidad que la caracteriza, extendió la mano.
—Un placer, soy Victoria —dijo con una sonrisa cálida mientras estrechaba la mano de Josh—. ¿Dormiste bien?
Josh, un poco nervioso pero siempre educado, sonrió de vuelta.
—Sí, gracias, señora —respondió, y luego me miró de reojo, algo más relajado.
Nos sentamos a la mesa, cuando de repente escuchamos el sonido de otras patitas acercándose. Era Layla, bajando despacito las escaleras.
—¡Mi niña hermosa! —exclamé con entusiasmo al verla—. ¡Mi precioso taquito!
Eso siempre causaba risa en casa, pero Layla era mi niña, lo mejor que me había pasado. La había encontrado cuando era solo una cachorrita, toda golpeada, y no pude dejarla ahí. La llevé a casa y la he cuidado desde entonces, ya llevamos dos años juntos. Es mi princesa, lo que más amo en el mundo, simplemente perfecta.
Josh sonrió al ver cómo interactuaba con ella.
—Es súper lindo cómo la cuidas —comentó, con una expresión suave.
—Es mi niña —respondí, acariciando a Layla, quien se acomodó felizmente a mis pies.
El desayuno seguía su curso, y poco a poco, todo se sentía más como una mañana tranquila y familiar, a pesar de la pequeña tensión inicial.
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𝐀𝐦𝐨𝐫 𝐞𝐧 𝐒𝐚𝐧 𝐌𝐚𝐫𝐜𝐨𝐬
Ficção AdolescenteEn un mundo con más de 7,951 millones de personas, encontrar a tu alma gemela parece casi imposible, especialmente en un pequeño estado como Aguascalientes, México. Sin embargo, cuando dos almas están destinadas a encontrarse, las probabilidades y l...