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Cuando los padres de Gabriel Da'Silva le dijeron que era libre de hacer lo que quisiera con su vida, dado a lo responsable y educado que era, no se referían a sustituir la imagen de muchacho refinado y varonil que hace un mes tuvo al despedirse de ellos para irse de viaje a Brasil, su país natal.

Lo que nunca esperaron fue que, en vez de ver a su primogénito de regreso, presenciaron la imagen de un joven afeminado que trataba de tener una seria conversación con quienes aseguraba y eran sus progenitores.

«Lo sabía» se había dicho a sus adentros, junto a unos insultos suprimidos cuando escuchó a sus padres discutir dentro de la cocina, mientras él, o ella los esperaba en la refinada sala de estar, muy cerca de la cocina. «Todo está mal».

Aquellos gritos escalaron en vajillas estrelladas en las paredes, seguido de bofetadas acompañadas de quejidos de la mujer, culminando con una ferviente declaración que rompió el corazón de Gabriel: "ese fenómeno no es mi hijo". Todo terminó con el esposo yéndose de la casa sin mirar al hijo que trataba de detenerlo, siendo recibido con un golpe en la quijada que lo mandó al suelo junto a un escupitajo del hombre que tanto admiraba.

—¿Mamá? —pronunció muy asustado cuando vio a la mujer no mayor a los cincuenta, saliendo de la cocina con múltiples agresiones, mientras se disponía a levantarse, ignorando el inmenso dolor evocado por la pesada mano de su padre.

—¡No me toques! —exclamó la morena que frenó al afeminado en seco, que lloraba de preocupación—. Nunca vuelvas a llamarme así, ¿escuchaste, fenómeno? ¡No sé quién eres, pero lárgate de mi casa!

—Mamá. Por favor, escúchame... Soy yo... Gabi. —Quiso acercarse a la señora para darle un abrazo, pero ella lo recibió con una cachetada casi igual de fuerte como la que le dio su futuro exmarido.

—No sé quién eres, pero sé que mataste a mi hijo. Lo que tengo claro es que no eres normal —con todas las fuerzas reunidas para contrarrestar el dolor de ver a su familia destruida finalizó con decir—: ¡Vete de aquí y no vuelvas, asesino! ¡Maldita porquería!

Aun cuando conocía las consecuencias de sus acciones, a sabiendas de lo reservados y religiosos que eran sus padres, él sentía que no soportaba seguir viviendo con una mentira. Un disfraz que camuflaba sus deseos de ser algo más que el encargado de heredar el negocio familiar. El siguiente hombre que traería una nueva generación a la familia Da' Silvia.

Las lágrimas de su madre ensangrentada le hicieron discernir entre sus deseos de tener la apariencia de una bella dama, y el miedo que muy en el fondo le advirtió de la culpa que tendría de dividir a su familia. Para su desgracia ya no había marcha atrás, cayó en cuenta de que cada acción conllevaba a una consecuencia. ¿Y cuál era la consecuencia de liberarse de las cadenas de su familia intolerante a los gustos no vinculados con la heterosexualidad? La mujer que arremetía a sus mejillas maquilladas le daba la respuesta.

—¡Largo, error de la naturaleza! —la señora continuó con la tanda de insultos que sepultaban las ilusiones de Gabriel—. No me conviertas en una asesina como tú, no quiero matarte por llevarte a mi hijo.

Una parte de Gabriel se quedó en la pequeña mansión que lo vio crecer, junto a la mujer que juró amarlo en las buenas y en las malas. Era oficial, estaba solo. Para su fortuna ya se había anticipado a los posibles escenarios, y aunque ocurrió el peor de todos, ya tenía todo calculado.

Seguir en la zona norte de la capital de Helix ya no era una opción. Por ende, llevó a cabo el plan de retirar dinero en los días antes de su regreso para juntarlo y tener algún sustento en lo que se estabilizaba económica y mentalmente. Por algo tenía que empezar, y el pequeño departamento en una de las zonas más pobres de la zona sur de la capital era el lugar perfecto para quedar en anonimato, en caso de que sus padres lo busquen para agredir a su persona o, en el peor de los casos, cometer la imprudencia de desvivirlo.

Ahí estaba, frente a la desgastada puerta de su nueva vivienda, tan descuidada como descolorida, sosteniendo una simple llave que quitó el seguro para darle paso al lugar vacío, salvo por una ventana que dejaba ver el atardecer, y un espejo abandonado por los antiguos inquilinos, colgado en una pared donde dejaba ver la claridad de su aspecto.

«Soy yo» se dijo a si mismo, tocándose la mejilla agredida por sus padres. «¿Soy yo?». Era ahí cuando las dudas volvieron a resurgir, dado que ya no quedaba nada de masculinidad en él, con excepción del miembro oculto entre las panties y el vestido amarillo que le llegaba hasta las rodillas.

Debido a las delicadas facciones que aportaban toques femeninos a su pálida piel, casi no se distinguía que era un hombre, a menos que fuese visto a detalle, cosa que pasaba muy a menudo, cuando lo miraban de reojo y apreciaban una silueta delgada y levemente comparada con la de una mujer.

Ya no quedaban rastros de Gabriel Da'Silva, el joven que era cotizado por incontables mujeres que muy a menudo tomaban la iniciativa de acercarse con el fin de conocerlo. El cabello corto fue suplantado por una peluca ondulada, larga y sedosa. En vez de tener la postura firme con la que le enseñaron a andar tampoco estaba. Lo destacable en su apariencia era el prominente busto en su pecho, generándole ese toque provocativo para el que ignorase su género, pues, ahora contaba con senos de mujer.

Nuevamente se preguntó si todo había valido la pena. Perder a sus padres, la comodidad de tener una vida arreglada por el dinero, el prestigio y la fortuna de la familia de su ahora ex prometida. Todo por el agujero negro que le impedía llenar ese vacío con todo lo que tenía, ¿la razón? Sentirse libre por un momento. ¿Y se sintió libre cuando mostró ese gusto por sentirse mujer frente a sus progenitores? ¿Valió la pena destrozar un matrimonio de treinta y nueve años? ¿Ahora se sentía mujer?

Lagrimas salieron de él cuando rememoró el odio que ellos le dirigían, cuando antes había orgullo y amor. Pues, ya con la mente libre de la presión, cayó en cuenta de la irreflexión que implicaba una rebeldía estúpida que le costó muy caro. Ni siquiera se podía llamar mujer.

Sin importar el maquillaje que se pusiera, las dietas que hizo, los ejercicios de pierna, o los implantes de senos le daban el gusto de sentir lo que era una mujer. Solo podía ver al asesino de su onomástica, el monstruo que devoró a Gabriel. Un intento de mal gusto por parecerse a esas hermosas modelos de revistas y telenovelas. Así era como se sentía.

Creyó que con sincerarse tendría el apoyo que muchas amistades obtuvieron de sus padres al confesar sus verdaderos gustos. Que tendrían una larga y conmovedora charla que terminaría con un abrazo familiar. Por un momento se sintió así, viviendo una película de drama, pero se topó con la mala suerte de nacer con personas criadas a la antigua, cuyos pensamientos destentaban a las costumbres de hoy en día.

Lloró. Se desplomó en el mugriento suelo, poniéndose en posición fetal mientras se desahogaba. Y así lo hizo por el resto de la tarde, pasando la gélida noche sin cobijo como castigo impuesto por si mismo por arruinar el legado de su familia. Dando inicio a su nueva vida con la modesta edad de diecisiete años.

El arte de ser y no serDonde viven las historias. Descúbrelo ahora