Quería decir que sus deberes se habían terminado, para su desdicha, apenas comenzaron.
Cuando regresó al centro, apenas le dio tiempo de entrar al trabajo, con cinco minutos de retraso que se vieron afectados en su salario. Por suerte, ella dependía de las propinas, debido a los beneficios de ser una buena bartender.
Quienes no pisaban las calles de la zona sur dirían que solo habían colonias peligrosas, dado que solo se fijaban en las cosas malas. Pero ahí estaba Gabi, atendiendo a personas con millones de pílares, portando un uniforme elegante, compacto con la estética del lugar.
Su trabajo era lo que la hacía olvidarse de su vida, ahora no funcionaba del todo con sentirse vigilada. Por suerte, sabía que Carmela no era una persona tan importante como los clientes del lugar. Lo sabía porque solo las personas más importantes estaban allí, y nunca había visto a la directora.
Las horas se consumieron entre pláticas de tipos que la conocían, sabían de su situación y su verdadera identidad. No la jugaban, al menos, no se reían de ella y su familia delante suyo.
Para ese entonces ya había pasado la media noche, entre bebidas, risas y conversaciones interesantes que se olvidó de la directora con el pasar de las horas. O eso es lo que pensaba antes de escuchar el rechinar de la puerta de entrada.
Entonces la vio pasar. A la mujer regordeta y corte bob que saludaba a todos como si los conociera desde hace años, con excepción de una mujer castaña con pintas de machorra. A ella parecía tenerle respeto, demostrado cuando la directora le besó la mano.
Los diez minutos en que la directora se demoró saludando a cada una de las personas fueron eternos para Gabi. Algunos la invitaban a sentarse, pero ella se negaba y, sin que la bartender se diera cuenta, la mujer mayor se acercó poco a la barra, hasta saludar al último de todos.
«¿Pero qué...?» preguntó para sí, evitando el contacto físico con la directora que tomó asiento frente a la barra, concentrada en la preparación de una margarita que esta le había pedido.
—No sabía que trabajabas aquí —mintió.
—Una margarita —Gabi puso la copa cerca de la directora, siendo cordial.
La directora Russel tomó la aceituna para degustarla, mirando como Gabi trataba de no cohibirse. Le resultaba gracioso.
—Tranquila, criaturita. ¿Qué pasa? —rio discretamente, resaltando las marcas formadas en su mejilla.
—¿Algo más que guste? —preguntó Gabi.
—De hecho sí —tomó una servilleta, sacó un bolígrafo de su bolsa, lo llevó hasta Gabi y dijo—: dame tu número.
Ella no quería problemas, en vista de los demás clientes alrededor, cooperó.
—Gracias, criaturita —guardó ambas cosas, dándole un sorbo a su bebida—. ¿A qué hora termina tu turno?
—¿Por qué? —la mirada que por fuera no parecía transmitir temor, y el silencio de la directora hizo que hablara—. Como en veinte minutos.
—Entonces te espero —abandonó su asiento, dejando dos billetes de mil pílares junto a la copa—. Apuesto a que nos vamos a llevar muy bien.
Gabi no lograba entender las intenciones de la directora Russel. Tan solo en un día le hizo pasar por diversas emociones. Miedo, fastidio y confusión. Por unos segundos se quedó mirándola, en dirección a una mesa donde la recibieron con alegoría. Eso le hacía preguntarse: ¿Quién era la directora Carmela Russel?
Cuando su turno terminó fue a cambiarse, y así como lo dijo, la directora la esperó, dirigiéndose a la salida junto a ella.
—¿Qué más quiere de mí? —preguntó Gabi.
—Vengo a darte tu pago por lo de hace rato —respondió la directora, manteniendo su sonrisa—. Esto te va a gustar.
La directora quitó el seguro de su beetle, subiéndose junto a Gabi. Sin perder el tiempo, la directora le entregó una carpeta morada, llena de fotos y documentos.
—¿Y esto es...? —preguntó Gabi, confundida.
—Tu regalo —abrió la ventana de su puerta para prender un habano—. ¿Qué tanto sabes de tus padres? Seguro y no quisiste saber más de ellos, cuando te echaron de casa.
Gabi leyó la primera hoja que contenía el caso de un intento de homicidio, donde la víctima era su madre, y su padre el agresor. Un crimen cometido hace once meses.
A su lado venían un par de fotos sobre la escena del crimen —su madre tirada en el suelo con un charco de sangre sobre su cabeza, y a su padre siendo de tenido por estar en estado de ebriedad—, algo que no era tan atroz como los crímenes cometidos en el país, pero igual de perturbador para Gabi.
—¿Dónde está mamá? —cuestionó, levemente angustiada—. ¿Se encuentra bien?
—La buena noticia es que sobrevivió —no le sentaba bien el dar malas noticias—. El problema es que... El golpe la dejó en coma.
—¿Sigue en la capital?
—La jueza que llevó el caso le quería dar cadena perpetua a tu padre —dio una bocanada del habano—. Pero ya sabes, estamos en un país mágico. Gracias a que todavía tenía un poco de influencia, y que tu mamá no sea importante, le dieron libertad bajo fianza.
—¿Lo dejaron libre después de querer asesinar a mamá?
—Por una fianza de quince millones de pílares. Aunque la pobre mujer no era importante, tenía una buena amistad con la jueza. —Bufó—. También le quitaron el poco dinero que tenía tu papá por los daños. Ahora se encuentra en el mejor hospital de la zona norte.
—¿Quién era la jueza?
—La mamá de tu exprometida.
Gabi meditó por unos minutos, pasando de hoja para ver que era verdad, en el informe venía el nombre y la foto de la jueza.
—¿Qué hay de papá?
—Estaba en prisión hasta hace dos meses que alguien pagó su fianza.
—¿Quién?
—Por algo te di la carpeta —la directora se cansó de ser cuestionada—. Léelo con calma y otro día hablamos.
—Una pregunta más —insistió Gabi, mostrándose vulnerable con lo sabido.
—Rápido —dio luz verde a que Gabi prosiguiera.
—¿Qué pasará con mi papá? —estaba angustiada—. ¿Y si viene por mí?
—Ahí es donde entro yo —dijo la directora, volviendo a su actitud habitual—. Mientras me sigas haciendo favores, yo te garantizo que no te tocará.
—¿Puedo hacerle una última pregunta... —masculló Gabi— dos preguntas?
—No las contestaré si las respuestas vienen en la carpeta.
—¿Cómo sabe todo esto?
—No es nada del otro mundo preguntar por la vida de fulanito y menganito.
—Hablo de que todo está detallado... ¿Quién es usted?
—Soy la confiable y generosa directora Russel —sonrió—. Última pregunta.
—¿Por qué lo hace?
—No me cuesta nada darte una mano.
—No es como que yo tenga algo que le pueda interesar. Esto es mucho, comparado con lo que hice por usted.
—A veces no necesitamos un motivo para ayudar a las personas —aseguró la directora—. Unos lo hacen por querer ayudar, otros por conveniencia. Y estamos los que lo hacemos por aburrimiento.
—Pero... —quería seguir.
—Solo toma la ayuda y agradece. Ya es hora de ir a casa. ¿Vives cerca de aquí?
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El arte de ser y no ser
RandomGabriel Da'Silva lo tenía todo para pasar el resto de su vida con las comodidades que cualquier tercermundista anhelaría tener, pero decidió arriesgarlo todo con tal de tomar la decisión que según él le darían la libertad que tanto quería: confesar...