9

2 1 3
                                    

Para leer una historia primero hay que vivirla".

~Klan.

Gabi.

En términos de exigencia, el pasado de Gabi había sido más riguroso en cuanto a sus deberes se refería.

Siendo alguien que podía ser catalogado como un prodigio en las letras, así como la manera en la que se organizaba a la hora de cumplir con los deberes internos y externos del instituto mas importante del país.

Por ende, ordenar documentos, atender alguna que otra llamada de algún interesado en inscribirse a la escuela para el ciclo siguiente e ir por el almuerzo no era algo del otro mundo.

El problema venía —aunque ella no lo consideraba un obstáculo— cuando tenía que ir a trabajar desde las cinco hasta las tres de la madrugada. Incluso si tenía el doble de deberes, aquella parte enérgica, atenta y con ganas de hacer cosas de provecho se manifestó al estar ocupada. Le gustaba sentirse útil.

Por lo que no le molestó hacerle el favor a la directora Russel de volver a la colonia Telometo para ir en busca de su sobrino: Joaquín Barradas.

Había llegado a las siete en punto, tal y como había acordado, pero el chico no salió de la residencia a pesar de los constantes pitidos que el taxista daba.

En esa ocasión no se sentía en constante peligro, gracias a que la directora le contó acerca del operativo militar que terminó con la vida de más de treinta delincuentes, fulgurado en el abrupto silencio de las calles, como si estuviera en un pueblo fantasma.

—No está —dijo Gabi cuando marcó el número de la directora—. Parece que no hay nadie.

—Ese idiota ya se debió ir —farfulló la directora—. Los vecinos lo vieron llegar antes de la noche. No parecía nada bien. ¿No lo viste en el camino?

—Si lo hubiera visto no te estaría llamando.

—Ya veré donde está. Te marco en diez.

—¿Mientras qué hago?

—Espera en lo que investigo dónde está mi pequeño mojón. No te preocupes, las calles están seguras.

Gabi se percató de que a lo lejos se acercaba la silueta de una persona que caminaba cojeando en dirección a ella, dándose cuenta de que se trataba de Joaquín, el chico que parecía  tener un mal día.

—No hace falta —musitó Gabi— lo acabo de encontrar. Te veo en la escuela.

Ella trató de ser cortés a la hora de dirigirse a él, pues sabía por parte de la directora que había sufrido algún tipo de escarmiento, pero no se imaginó que dicho acto fuese a los extremos de dejarlo en un estado deplorable.

Cuando le ofreció subir al taxi para ir con la directora, pareció que le hubieran dicho el peor insulto que jamás había escuchado, respondiendo de forma tajante.

Gabi no pudo hacer mucho cuando Joaquín entró al patio para subirse al tejado, alejándose de ella.

—Carmela —volvió a marcarle a la directora—. Tenemos un problema.

—No me digas que te insultó.

—No.

—¿Entonces?

Gabi vaciló.
—¿Qué le hicieron exactamente?

—¿Los soldados? —la directora tomó aire—. Solo le enseñaron las consecuencias de ir por el mal camino.

—¿Entre esas enseñanzas estaba romperlo hasta hacer que te odie?

—No entiendo —estaba confundida—. Solo lo llevarían a ver el operativo.

El arte de ser y no serDonde viven las historias. Descúbrelo ahora