Decir que los alumnos estaban felices de saber que salieron antes de tiempo por orden de la directora Carmela Russel era poco.
Por lo general, la mujer curvilínea mantenía a todos los grupos en clase como método de prevención, en caso de que los estudiantes más problemáticos fuesen a hacer de las suyas en la calle. En esa ocasión había sido diferente. ¿La causa? Gabi, que caminaba con la vista al frente, generando el sonido de sus tacones mientras pasaba de largo, ignorando a sus compañeros que salían del edificio, mirándola de reojo.
Luego, cuando el alumnado del salón 3-B se disponía a dispersarse como cucarachas en medio de una fumigación, todos regresaron a la entrada del edificio para cubrirse del agua cuando presenciaron la lluvia de sol que, en cuestión de segundos empapó las prendas de todos.
Los jóvenes con un escaso repertorio de palabras se limitaron a decir cosas como: "menuda mierda", "¡me lleva el diablo!", "pito de burro". Entre otros insultos prominentes de derivados países latinos, ya que habían personas de distintas partes de sudamérica.
En cuanto a Gabi, se limitaba a secarse los brazos con la pequeña toalla que guardó en la bolsa junto a los útiles escolares que ocuparía. Para su suerte, logró cubrirse la cara con éxito, dado que el maquillaje no se le escurrió.
«Demonios» dijo para sí, denotando que su blusa color blanco no salió impune, por lo que se lograba distinguir el brasier amarillo que cubrían sus pechos. «¿Es la primera vez que miran un par de tetas?».
Pronto entendió que no solo se debía a sus pechos, pues, la lujuria de los chicos se transformó en repudio, burla e indiferencia cuando las chicas confirmaron que Gabi no era lo que ellos esperaban. Viéndola más de cerca, sus sospechas se confirmaron.
—Lluvia con sol. Lo que nos faltaba —por más que deseaba responder con el mismo desprecio que ellos le daban, Gabi se abstuvo de ser presa de la ira—. ¿Verdad?
No miraba a nadie en específico, pero distinguía a los que se engancharon a ella, similar a un enemigo jurado sin motivo alguno.
—Soy Gabriela —saludó sin recibir respuesta—. Un gusto.
La mayoría de sus compañeros volvieron a hablar entre ellos para no ser presas de la tensión, ignorando a Gabi, con excepción de un grupo de amigos que parecían ser intolerantes a las cosas fuera de lugar. Ninguna de esas cinco personas —tres chicos y dos chicas— tenían la vergüenza de disimular las miradas que le daban.
Debido a la educación que tuvo en el pasado, y lo acostumbrada que estaba a esas situaciones, la rubia no se dejó incomodar y siguió secándose tras ver que nadie tenía la intención de entablar una conversación con ella.
«Vaya forma de comenzar» vomitó para ella misma «sin duda es otro día en la oficina».
A esas alturas ya no importaba si su maquillaje se escurría, o si terminaba mojada por completo, sabía que si seguía en el mismo lugar, era probable que se iniciara una pelea sin sentido, como en la mayoría de lugares cuando descubrían su verdadero género. Estaba dispuesta a irse, sin mostrar vergüenza alguna, aunque el dolor del rechazo se lo guardaba para ella.
—Criaturitas del señor —dijo Carmela, volviendo a aparecer entre los jóvenes—: ¿Qué hacen aquí? Les dije que podían irse.
El grupo de amigos que marginaban a Gabi se excusaron con la lluvia que acompañaba el ferviente sol de la tarde. Poco le valió a la mujer regordeta que los ahuyentó como pájaros en un sembradío, haciendo que todos se fueran a regañadientes, poniendo de excusa que era eso o volver al salón de clases, aun si la mayoría estaban empapados. Gabi iba a hacer lo mismo, pero fue detenida por la directora, acto percibido por sus compañeros que la miraron con envidia mientras corrían.
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El arte de ser y no ser
RandomGabriel Da'Silva lo tenía todo para pasar el resto de su vida con las comodidades que cualquier tercermundista anhelaría tener, pero decidió arriesgarlo todo con tal de tomar la decisión que según él le darían la libertad que tanto quería: confesar...