Tanto te obsesionaste con ser el mejor que aún te guardas rencor por las veces que perdiste".
~Sweet Pain.
Dolor. Era todo lo que Joaquín pensó durante el tiempo que estuvo a merced de los militares, antes que perdiera la consciencia y despertara a las afueras de la zona sur, cerca de la autopista.
El cuerpo le dolía, especialmente la cabeza que le generaba espasmos al moverla, puesto que sentía que el cerebro le palpitaba, cosa que le dio la dificultad para levantarse, ya con las manos libres y quitarse la bolsa en la cabeza.
Debido a la sangre seca, la tela y su piel estaba pegada. Se quitó la bolsa lentamente para no sentir más dolor en su nariz rota, sus labios partidos y la frente hinchada.
Caminó en dirección a la zona sur, cojeando por el tobillo lesionado que seguramente se torció cuando lo bajaron de la camioneta.
Por suerte, faltaban dos horas para que anocheciera. Para suerte de Joaquín, era el tiempo suficiente para llegar a casa y verificar que su madre estuviera a salvo.
«Esa puta gorda se le llevó» pensó, sobándose el hombro. «Mamá está bien».
Para cuando llegó a la colonia donde vivía —incluso tres colonias antes— se percató de la revuelta que había con los habitantes.
Cintas amarillas en algunas calles y callejones que impedían el paso a civiles que no vivieran cerca, rodeado de policías que terminaban de hacer el trabajo de los militares que ejecutaron a los criminales.
Madres llorando, vecinas saliendo para alimentar el morbo de saber lo que pasó, fingiendo preocupación por la pérdida del resto. Los niños jugaban sin saber lo que pasaba, una escena disonante entre la tristeza de los familiares afectados y la alegría de los niños.
Los comentarios que Joaquín lograba escuchar eran distintos los unos de los otros. Mientras unos estaban alegres por saber que las calles estaban seguras, algunas madres solteras se vieron afectadas por saber que sus hijos murieron de manera injusta, ya que algunos muertos eran simples personas que iban rumbo al trabajo, pero fueron confundidos por su apariencia.
«Maldita seas, Carmela Russel» vomitó Joaquín a sus adentros, caminando con evidente molestia, generando sentimientos negativos en contra de su tía.
Al llegar a su vivienda se percató del inmenso letrero que indicaba la venta de la casa. Entonces su pensamiento acerca de que su madre no se encontraba ahí acertó, queriendo abrir, pero había perdido la llave.
No le quedó de otra que subir al tejado, impulsado por los bordes sobrantes y la protección de las ventanas, yendo al pequeño patio trasero, donde la puerta estaba abierta, aunque en esa ocasión no lo estaba. Lo atribuyó a que fue obra de la directora Russel, maldiciéndola por segunda vez.
Quiso golpear la puerta, pero se dio cuenta de que las manos también le dolían, debido a que en ocasiones los militares no se fijaban que sus gruesas botas lo aplastaban.
Intentó volver a escalar al techo, pero no habían ventanas para sostenerse. Lo intentó mediante un contenedor de agua, pero se resbaló hasta caer de lleno al suelo, lastimando su espalda.
Vio como la noche comenzaba a gobernar, dándole fin al día, trayendo un buen número de zancudos que absorbían su sangre. No le importó. Solo se quedó ahí, tirado en el suelo, llorando desconsoladamente por lo patético que se veía. Lo humillado que se sentía y lo bajo que había caído con las cosas que hacía para escapar de la realidad que lo golpeaba sin piedad.
Recordó sus días de infante. Cuando su madre estaba bien, y lo llevaba de compras. A veces al cine, las ferias y circos. Esos momentos donde pasaban tiempo juntos entre madre e hijo.
Rememoró las palabras que Gema Russel le decía por el gran desempeño que en su momento tuvo en los estudios, palabras que lo motivaban a salir adelante y así salir de la pobreza.
«¿Qué pasó conmigo?» se preguntó mientras se cubría los ojos con uno de sus antebrazos. «¿En qué momento me perdí?».
Para ese entonces, todo el cuerpo le dolía, así que cayó rendido ante el sueño que se apoderó de él. Durmiendo en el suelo lleno de basura, rodeado de basura de hace semanas que acumuló un hedor fuerte para cualquiera, menos para Joaquín.
Las doce horas que Joaquín durmió le sentaron bien, pues le había ayudado a disipar el cansancio, pero el dolor en el cuerpo había incrementado. Hubiera seguido durmiendo de no ser por las ratas que pasaban a su alrededor, del tamaño de la palma de su mano. Algunas más grandes.
No se exaltó, pues no se encontraba con ánimos de hacerlo. Esta vez esperó unos momentos antes de pensar en lo que haría.
Su ropa estaba hecha un asco, entre sudor, sangre y tierra. No estaba en las mejores condiciones para salir a la calle. Entonces: ¿Qué le quedaba por hacer?
Solo le quedaba recurrir al arroyo que estaba a unas cuadras de ahí.
Con más dificultad para moverse logró escalar al tejado, en cambio, el día le ayudaba a ver mejor, así que esta vez no se cayó y pudo regresar al frente, dispuesto a salir del agujero de donde se encontraba.
El día soleado parecía estar más tranquilo que ayer. Después de tantos años, todo era armonía. La música urbana de los vecinos más escandalosos no estaba puesta a todo lo que daba, sin rastro de los jóvenes callejeros, nada que pudiera arruinar la paz del momento. Hasta el arroyo al que Joaquín se dirigió estaba vacío, sin vagabundos a la vista.
Pensó que la paz era efímera, por lo que se desvistió —dejándose la ropa interior— para lavar su cuerpo y la camisa blanque que, con esfuerzo pudo quitar la mayoría de la suciedad, pero seguia viéndose percudida.
Después de una hora estando en el agua hasta que los dedos se arrugaran como pasas, salió del agua, poniéndose la ropa húmeda antes de volver a la residencia.
Para sorpresa de Joaquín, allí estaba aquella persona afeminada de larga cabellera ondulada, en el mismo taxi de la vez que le llevó los víveres.
Sabía que no era casualidad, estaba ahí por órdenes de la directora Russel. Lo cual le generaba un mal sabor de boca.
Trató de pasar de largo y meterse a la morada, pero Gabi lo interrumpió diciendo:
—Joaquín, ¿cierto? —habló la rubia—. ¿Puedes venir un momento?
La mirada de Gabi era de completa conmoción, en vista del pauperrimo aspecto del moreno.
—¿Qué quieres? —contestó Joaquín con una pregunta, con evidente molestia.
—La directora quiere verte —ella sonó lo más cortés posible—. ¿Puedes subir al taxi?
—¿Ah, si? —escupiò saliva con un poco de sangre pegada en los labios—. Me alegro por ella.
Quiso pasar de Gabi, pero era insistente.
—Es urgente —inquirió Gabi—. Por favor, sube.
—¿Vas a obligarme a subir? —el chico parecía querer una pelea, aún si estaba en las peores condiciones.
—No tengo nada en contra tuya —dijo Gabi—. Solo sigo órdenes.
—Que bueno que alguien le sea leal a esa gorda chupa pijas —dijo con repudio—. Te daré un consejo que no pediste: si estás con ella por obligación, busca la manera de hacer un trato justo para salir de sus garras. Pero si estás con Carmela Russel porque quieres, mejor aléjate de ella antes que termines golpeada por un grupo de militares que mataron a muchas personas mientras te tenían atado.
![](https://img.wattpad.com/cover/380235035-288-k987417.jpg)
ESTÁS LEYENDO
El arte de ser y no ser
RandomGabriel Da'Silva lo tenía todo para pasar el resto de su vida con las comodidades que cualquier tercermundista anhelaría tener, pero decidió arriesgarlo todo con tal de tomar la decisión que según él le darían la libertad que tanto quería: confesar...