6: Crossover

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La caminata de Joaquín para ir rumbo a la escuela era de lo más pacífica, como todas las mañanas.

No tenía necesidad de tener claridad en el panorama repleto de neblina, ya que frecuentaba las calles desde la infancia, por lo que sabía dónde habían huecos y declives en las banquetas, aun y estando dopado.

Se quedó en la parada de autobuses, a la espera de su ruta, mirando de un lado a otro mientras se sumergía en su mundo. Hubiera seguido así, de no ser por el beetle morado que se estacionó frente a él, quien sin duda reconoció el coche.

«El diablo» maldijo para sí al ver que la ventana de copiloto se bajaba, mostrando el rostro de la directora Carmela Russel.

—Buenos días —saludó lo más disimulado que pudo, pero sus ojos rojizos lo delataban.

—Sube puto auto —sentenció ella, abriendo la puerta de golpe, evidentemente enfadada.

Joaquín trató de hacerle plática para aminorar la seriedad en el rostro de ella, pero la directora permanecía inerte. Volvió a intentarlo otro par de veces, pero nada, solo conseguía acrecentar sus ganas de golpearlo o, llegar a la opción más extrema y eficiente: intentarlo en una clínica de rehabilitación.

Cuando Joaquín pensó que iban directo a la escuela, la mujer giró en la calle contraria, cerca de la colonia Porelano, justo frente a un callejón con el que él estaba familiarizado, pero por lo ingerido, no lograba percatarse de donde estaban.

—¿Tía Carmela? —preguntó, pero no recibió respuesta alguna.

Por otra parte, siguió enviando mensajes desde su celular moderno como si estuviera sola, ignorando la presencia de su sobrino hasta que su celular vibró.

—Hola, señor Trujillo —habló con respeto cuando llevó el celular a su oído derecho—. Puede comenzar, por favor.

En cuestión de minutos, cuatro camionetas verdes se estacionaron en la entrada del callejón, donde varios soldados bajaron para adentrarse el fondo del callejón.

—Joaquín, ¿qué puta madre haces con tu vida? —fué tajante.

El moreno se esperaba otro discurso de los que consideraba genérico por parte de la directora. Ya era costumbre ser reprendido cuando llegaba tarde o lo encontraba en circunstancias poco eficientes, al igual que en ese día.

Pensaba que no pasaría de un regaño, tratando de hacerlo responsable, dándole algunas palabras motivadoras para terminar en un abrazo e ir por su desayuno favorito. Eso estaba lejos de la realidad.

Un disparo, seguido de muchas ráfagas más fue lo que evocó un pequeño salto en su asiento. La directora Russel lo notó, y prosiguió.

—¿Quieres saber cómo terminan los adictos?

Ni bien terminó de decir aquellas palabras, los ojos de Joaquín se enfocaron en dos militares que cargaban una bolsa negra que subieron a una de las camionetas. Eso lo aterró, no porque fuera la persona que le proporcionaba los estupefacientes, sino porque era la primera vez que veía una operación militar. Por un momento se imaginó junto a su amigo siendo interceptados.

—Todos empezaron como tú —no fumaba tan temprano, pero en ese momento sacó su primer habano—. Lo hacen por curiosidad, o para escapar de la realidad como unos putos cobardes. Primero es un poco de hierba, luego te ofrecen algo más... Blah, blah, blah. Ya te sabes el resto.

El chico negó y luego quiso hablar con la arrogancia de toda persona que cree estar por encima de los demás, a lo que ella se enfadó aun más, tomándolo de las greñas para acercarlo a su rostro.

El arte de ser y no serDonde viven las historias. Descúbrelo ahora