Capítulo 25: Recuentos de un amor perdido

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—¿Cómo es eso que tienes que irte? —preguntó Josef acercándose a Keidys, ella estaba sentada en la arena de la playa, la muchacha llevó su mirada hasta el joven quien se veía muy triste.

—¿Cómo te enteraste? —preguntó.

—Tu hermano llamó hace poco, contesté y él creyó que eras tú, dijo que tu tía llamó porque quiere hablar contigo, acordar la fecha de tu viaje —explicó Josef. Se sentó al lado de ella.

La tarde caía lentamente y las olas del mar se adentraban en los oídos, aunque la tristeza danzaba a su alrededor y se burlaba en sus caras, tenían que separarse. A Keidys le sorprendió como el año se había ido tan rápido, tanto que no se había dado cuenta.

—Yo solo viviría un año aquí, terminaría mi último año escolar con mis padres y después volvería, toda mi vida está allá. Mi carrera como modelo, pronto comenzaré a grabar mi primera telenovela y eso me abrirá grandes puertas.

—Por eso suspendiste tu carrera como modelo aquí ¿verdad?

—Así es.

—¿Por qué no me querías decir nada?

—Estaba buscando el momento. Es que Josef, yo nunca pensé que las cosas terminarían de esta manera, nunca pensé en ser tu novia, que tú y yo...

—Que nos íbamos a enamorar de esta manera ¿cierto?

—Así es, mis planes salieron mal. Por eso no sabía cómo contarte, yo... no me quiero ir, pero es mi obligación, toda mi vida está allá. No puedo dejar todo tirado por esto, estaría tirando muchas oportunidades —hubo un momento de silencio, la mirada de Josef se perdía entre aquel atardecer triste y una lágrima corrió por su mejilla, algo que le impresionó a Keidys— pero también quiero seguir contigo, a tu lado, por eso no sé qué hacer —abrazó la espalda del joven y besó aquella lágrima que seguía corriendo por la mejilla de Josef.

—No quiero perderte Keidys, toda mi vida había esperado el poder corregir mi error que me apartó de ti, siempre había soñado con estar a tu lado, de esta manera y ahora... Ahora que todo puede estar tal como siempre quise tú... tienes que irte —un gran nudo en su garganta empezó a formarse.

—Es que todo esto fue improvisado, no sé cómo podría abrirle paso a mi verdadera vida.

—Por favor, no te separes de mí Keidys —susurró Josef— no quiero perderte.

—No me vas a perder, recuerda que yo también siento lo mismo por ti —susurró en el oído de Josef.

Keidys se sentó al lado de Josef y le dio un beso.

—¿Cómo es que llegamos a todo esto? —preguntó Keidys, Josef acariciaba el cabello de la joven, observaba su rostro sonriente, ella tenía su cabeza reposando en las pierdas del joven y se perdía en la mirada de Josef.

—No tengo ni idea, al principio querías matarme, me hiciste sufrir mucho. Yo estaba enamorado de ti y lo menos que quería era que me trataras de esa manera.

—Lo siento, es que me tenías muy enojada, además, no pensaba en aquellos días. Tenía muchos problemas y todo lo descargaba en ti. Aunque, sin embargo... tú siempre me ayudaste y estuviste a mi lado, siempre. Eso me enamoró mucho.

—No quiero que te separes de mí Keidys. En serio, no quiero que te vayas.

—Oye, solo será por un tiempo, haré todo lo posible para estar comunicada contigo, para tratar de organizar mi vida a tu lado. Te lo prometo.

Aquellas palabras refrescaron el alma de Josef, hicieron que se sintiera confiado en que el duro hombre del tiempo no destruiría su hermoso cuento romántico:

—Te amo —le susurró al oído de Keidys.

—Yo también —le robó un beso y Josef desplegó una sonrisa.

—Vamos a disfrutar estos días al máximo, solo nos hemos enfocado en estar estudiando y no tenemos tiempo para nosotros. De ahora en adelante todos los fines de semana vamos a estar solo nosotros dos —dijo Josef mientras acariciaba el cabello de su amada.

—Me parece estupendo.

.

Tocaron a la puerta de Claudia, la joven sintió que su cuerpo se erizó por completo:

—Adelante —soltó con una voz delgada.

—Claudia —llamó Alejandra.

La chica sintió que su alma volvió a su cuerpo:

—Ah... Eres tú Alejandra —desplegó una sonrisa.

—Sí, ¿por qué?

—No, nada.

—Eh... Ya veo, creías que era Mateo, vaya, vaya —Alejandra soltó una sonrisa de oreja a oreja, sabía que había algo más allá, olía a gato encerrado.

—¿Qué sucede? —inquirió Claudia al ver que Alejandra ya sospechaba de algo.

—Nada, este... creo que me están llamando —dijo Alejandra y salió del cuarto.

Bajó las escaleras y al ver a Mateo sentado en el mueble de la sala supo que sus sospechas eran ciertas, el joven se veía muy pensativo y como había actuado antes cuando estaba tomando agua supo que era por Claudia:

—Mateo —llamó al sentarse a su lado, el joven volteó a verla— ¿no ibas a comprar las cervezas para la tarde? Recuerdo que dijiste que irías con Claudia, ella me dijo que está esperando que le digas que partirás.

—Creo que iré solo.

—¿Qué? ¿Sucedió algo? Porque yo la vi muy normal, ¿cómo la vas a dejar plantada? Ella está esperando a que la llames, qué mal chico eres.

—Bueno ya, ¿qué te traes entre manos?

—¿Yo? Nada... ¿Por qué la pregunta?

—Nada, iré a decirle que vayamos a comprar las cervezas —Mateo se levantó del mueble.

Mateo subió perezosamente las escaleras mientras su mente se revolcaba por la gran vergüenza al volver a ver Claudia después de lo que había pasado:

—Claudia... —soltó Mateo al abrir la puerta.

La joven penetró la mirada de Mateo y él se ruborizó en gran manera, ella estaba sentada en la cama con las piernas cruzadas entre sí:

—¿Qué quieres? —inquirió la joven mientras echaba algo de cabello detrás de su oreja. Bajó la mirada y su cuerpo se erizó.

—Vamos por las cervezas —respondió Mateo.

No hay nada más incómodo que tener las palabras atoradas en la garganta estando al lado de aquella persona que se te hace muy especial, tener miedo de que si no las dices él se apartará de ti y nunca podrá oírlas. Pero así es la ley del amor.

Ella era fea  - Libro 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora