Capítulo 32: Me llora el cielo

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—Hablamos después —dijo Gabriel. Alejandra le mostró una sonrisa y después el muchacho se marchó.

Tomás no entendía lo que estaba pasando, le sorprendía el que Alejandra se comportara de esa manera.

—¿Por qué no llegaste? —preguntó Tomás.

—Claro que llegué- —dijo Alejandra, pero Tomás la interrumpió.

—¿Quién es él? ¿Por qué estaba contigo?

—¿Estás celoso? —inquirió la joven confundida— Tomás nosotros no somos nada para que me reclames sobre lo que hago o dejo de hacer. Te quedé esperando por dos horas y no llegaste, pero contigo las cosas siempre son así.

—Yo te estaba llamando, pero apagaste el celular —reprochó Tomás.

—¡De todos modos llegaste tarde! ¡No sé por qué sigo haciendo todo lo que me dices que haga si nosotros no somos nada! —Alejandra soltó el llanto— pero contigo las cosas siempre son así, me utilizas cada vez que me necesitas y después me tiras como si fuera tu juguete, estoy cansada de que mi vida gire a tu alrededor —Tomás no comprendía lo que sucedía en aquel momento.

—¿Por qué me dices todo eso?

—¡PORQUE ESTOY CANSADA DE ESPERAR A QUE TE DIGNES A AMARME! —gritó con fuerza Alejandra. Hubo un gran silencio alrededor de los jóvenes— así que no me hables más, no me busques más, aléjate de mí, eres tóxico para mi vida —la muchacha empezó a caminar lejos del joven, dio media vuelta y observó por un momento a Tomás, sus miradas se penetraron y los ojos de Alejandra seguían llorando— algún día te arrepentirás de no haber valorado mi presencia a tu lado —volvió a caminar en dirección a su casa, mientras lo hacía su corazón se iba haciendo añicos, pero se repetía una y otra vez— es lo correcto, es lo correcto, lo hiciste bien, no te arrepientas, no daré un paso atrás.

Muchos pensarían que Alejandra se humilló por haber hecho tal espectáculo, pero la chica necesitaba desahogarse y pensaba en alejarse del chico en gran manera, seguir su vida sin tener que estar amarrada a un amor que siempre estaba siendo humillado y recogiendo migajas cuando podía estar sola disfrutando de su juventud, su libertad, construyendo sus sueños mientras esperaba que un amor que la valorara tal y como era llegara a su vida.

Observó por la ventana de su cuarto la luna llena, el cielo se veía lleno de muchas estrellas brillantes, sabía que en aquel momento se podía sentir muy triste, pero si esperaba a que el tiempo sanara su corazón pronto llegaría la paz a su vida.

.

.

Keidys estaba llamando al celular de Josef, pero no le contestaba, ¿qué estaba sucediendo?, no había llegado a clase y eso era extraño; era el chico más aplicado que conocía.

Josef estaba esperando en la sala de espera del hospital, su madre se había puesto muy mal en la casa y la encontró desmayada cuando le iba a avisar que se iría al colegio:

—Tu madre tuvo un grave estrés, su salud es muy delicada y no puede tomar emociones fuertes Josef —explicaba el doctor.

Josef caminaba por los pasillos del hospital, sentía que ya no tenía fuerzas para afrontar los problemas que había en su familia, se sentía culpable, si tan solo no hubiera dicho que no a las palabras de su abuelo su madre no estaría en esos momentos en el hospital. Ella se estaba mejorando, los tratamientos estaban funcionando a la perfección y se le podía ver el cambio. Pero ahora por su culpa todo estaba mal otra vez.

Se recostó a una pared, lentamente dejó caer su cuerpo al piso frío, sentía como la soledad y la culpa se paseaba por el pasillo blanco. Su mente trataba de encontrar una salida para aquel problema, pero todas las soluciones quedaban atrapadas en un callejón sin salida. Sentía su bolsillo vibrar, sacó su celular y vio que era Keidys quien estaba llamando, dejó a un lado el teléfono. Llevó su mirada a una ventana que estaba frente a él, el cielo era azul y una mariposa se posó en el vidrio.

Se levantó del suelo y tomó su celular, marcó el número de su abuelo mientras caminaba por el pasillo, al salir encontró un auto negro con el chofer esperando a que el muchacho llegara a él, le abrió la puerta del carro y Josef entró.

¿Es justo que una persona renuncie a todo lo que lo hace feliz por el bienestar de sus seres queridos?, Josef lo pensaba una y otra vez, pero si era por la vida de su madre era capaz de renunciar hasta a lo más mínimo que su abuelo le pidiera. Algo que lo molestaba en el rincón de su mente es que su abuelo no consentiría la relación que él tenía, ella era una figura pública y eso formaría escándalos y pondría en peligro la economía de las empresas. Era una sociedad complicada la que rodeaba a su familia y todo lo veían tan superficial. Pero era la vida de su madre la que estaba en juego, si ella moría seguramente lo apartarían de su hermana, su abuelo la arrebataría de su lado y lo culparía de todas las desgracias que pasó la niña. No quería eso, era mejor tener en buenos términos a su abuelo.

Josef entró a la oficina de su abuelo, el señor estaba mirando por una pared de cristal la vista que hacían los edificios:

—Buenos días abuelo —saludó Josef.

—Josef... te estaba esperando —dijo el señor sentándose en su sillón, recostó los codos en el escritorio negro de cristal.

—Quiero aceptar mi puesto en la empresa, voy a sustituirte —aceptó Josef. El señor lo miró con un rostro bastante alegre.

—¿Por fin dejaste esa idea de ser doctor? —preguntó.

—Sí, pero a cambio quiero que actives las cuentas que tenemos en el banco, mi madre necesita sus tratamientos médicos —pidió Josef.

—Claro que lo voy a hacer, no voy a dejar que muera, no soy tan mala persona —explicó el señor, después soltó una pequeña carcajada.

Renunciar a toda su felicidad por el bienestar de los que más amaba. 

Ella era fea  - Libro 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora