CAPÍTULO 19

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ALEJANDRO

El sonido de unos pasos ligeros acercándose a mi puerta me sacó de mis pensamientos. Era una tarde tranquila, el sol se colaba apenas por los ventanales, pero nada en el aire anunciaba lo que estaba por suceder. Al abrir la puerta, allí estaba ella, como si su presencia fuera algo casual y natural, como si verla en la entrada de mi casa fuera lo más común del mundo. Pero no lo era.

Sofía lucía un vestido sencillo pero elegante, de un color marfil que resaltaba su delicada figura. Las mangas largas y los volantes suaves alrededor de su cuello le daban un aire de inocencia que contrastaba con la energía vibrante que siempre parecía irradiar. Un pequeño sombrero, adornado con un lazo azul marino, descansaba sobre su cabello recogido con esmero. Era imposible no fijarse en como la luz del atardecer parecía jugar con los hilos sueltos de su peinado, iluminando su rostro con un brillo natural. Pero más que todo, lo que atrapó mi atención fue su sonrisa… esa sonrisa resplandeciente que le daba una frescura casi contagiosa.

—Hola, Alejandro, ¿puedo pasar? —dijo, inclinando levemente la cabeza hacia un lado, con esa ligereza que siempre la acompañaba.

Mi voz tardó en salir. ¿Qué hacia ella aquí? nadie venía a visitarme, y menos Sofía.

—Claro… claro, pase —respondí, apartándome un poco para que entrara, aun con algo de sorpresa en la mirada.

Sofía entró con esa naturalidad que solo ella poseía, como si mi hogar fuera una extensión de su propio mundo. Se detuvo en el centro de la habitación, observando los pocos detalles que había, y luego giró hacia mí, todavía con esa sonrisa traviesa dibujada en los labios.

—Como sé que nadie lo visita, pensé que debía ser la primera. Ahora que somos amigos, no hay excusas —dijo alegremente, mientras se sentaba en una silla junto a la ventana, cruzando las manos sobre el regazo.

Sonreí apenas, lo justo para no parecer maleducado. Sofía siempre había tenido esa capacidad de llenar el aire con su presencia, de llevar consigo una luz que me resultaba extraña pero agradable. No sabía muy bien cómo actuar frente a ella, pues, aunque nuestros encuentros eran cada vez más frecuentes, aun me resultaba desconcertante lo diferente que éramos. Ella, llena de vida; yo, un hombre de sombras.

—No suelo recibir a mucha gente, eso es cierto —dije, encogiéndome de hombros mientras me sentaba frente a ella—. Pero no pensé que se animaría a venir hasta aquí.

Sofía soltó una risa ligera, como si mis palabras le parecieran un chiste.

—Bueno, alguien tenía que hacerlo, ¿no? No puede vivir encerrado todo el tiempo, Alejandro. Además, las amistades hay que cultivarlas, y yo soy muy insistente en ese aspecto —me miró con ojos brillantes, como si lo que dijera fuera la cosa más importante del mundo.

—Supongo que es algo en lo que soy un poco deficiente —admití, sin mucho rodeo. No podía comprender como alguien como ella podía acercarse tan fácilmente a alguien como yo.

El silencio se instaló por unos segundos, y mis ojos recorrieron su rostro. Había algo en ella que me desarmaba, algo que, aunque no entendía del todo, comenzaba a despertar una sensación en mi interior. «¿Cómo es posible que alguien tan alegre, tan llena de vida, se interese en compartir tiempo conmigo?» Pensé para mis adentros. «Y, sin embargo, aquí esta.»

—No se ve tan incómodo como pensé que estaría —dijo de repente, inclinándose un poco hacia mí, su sonrisa más suave ahora—. Me alegra ver que no soy tan intimidante después de todo.

«Intimidante no es la palabra», pensé, pero no dije nada. En su lugar, desvié la mirada hacia la ventana, tratando de no mostrarle lo que realmente pasaba por mi cabeza. Lo cierto es que me sentía bien con ella allí, y eso me preocupaba. La cercanía de Sofía comenzaba a despertar en mi algo que no podía permitirme sentir, no con todo lo que tenía encima.

Entre Sueños y Realidades [En proceso]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora