CAPÍTULO 11

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SOFÍA

La vida y la muerte, esos misterios insondables que rigen nuestro destino, son como dos danzarines en un baile perpetuo. La existencia misma es un telar donde cada hilo es tejido con momentos de alegría y tristeza, de amor y pérdida. La muerte no es más que el final natural de la vida, y, sin embargo, hay quienes le temen, como si fuese una sombra oscura que acecha constantemente. Pero, ¿Qué sería de nosotros sin esa sombra que nos recuerda la fragilidad de nuestra existencia?

Estas reflexiones me acompañaban mientras organizaba los libros en la librería, mis manos moviéndose con mecánica precisión sobre las estanterías polvorientas. Mis pensamientos se alejaban de los textos y se perdían en las profundas cavernas de mi mente. La muerte no es algo que deba temerse, pensaba, sino un recordatorio constante de la importancia de cada momento que vivimos.

Salí de la librería al caer la tarde, el aire fresco y perfumado de la primavera me envolvió, trayendo consigo una sensación de renovada vitalidad. Mientras caminaba por las calles empedradas, disfrutando del canto de los pájaros y el susurro de las hojas, vi a un joven que nunca antes había visto en la zona.

Era un hombre de aspecto llamativo, con ojos grises. Su cabello corto y rubio brillaba bajo los rayos del sol, y su piel pálida contrastaba con la vitalidad de su porte. Vestía ropas sencillas pero elegantes, lo que indicaba una cierta prosperidad. Sin embargo, tenía una quemadura en la parte izquierda de su cara, que se extendía desde la sien hasta la mandíbula, le daba un aspecto asimétrico.

Me pregunto, ¿Cuál fue la causa de su cicatriz?

—Buenas tardes, señorita —dijo al verme, con una leve inclinación de cabeza.

—Buenas tardes, caballero —respondí, devolviendo el saludo con una sonrisa amable.

—Permítame presentarme, soy Joaquín. Soy nuevo en esta ciudad y, debo confesar, me encuentro un poco desorientado —dijo con una voz que denotaba una mezcla de cortesía y ligera incomodidad.

—Es un placer conocerle, señor Joaquín. Soy Sofía, la bibliotecaria de la ciudad. Si me permite, estaré encantada de indicarle los lugares de interés —respondí con amabilidad.

Comenzamos a caminar juntos, mientras le explicaba la disposición de la pequeña ciudad. Le hablé de la panadería del señor Fernando, donde horneaba el mejor pan de la región, y de la casa de té de la señora Martín, un lugar perfecto para disfrutar de una tarde tranquila.

—Gracias por su amabilidad, Sofía. Esta ciudad parece tener un encanto singular —dijo Joaquín con una sonrisa agradecida.

— ¿Puedo llamarlo solo Joaquín?

—Por supuesto, creo que ya podemos decir que somos amigos, ¿no? Al menos conocidos —sonríe, y se le forman unos hoyuelos en cada mejilla.

Le devuelvo la sonrisa.

—De acuerdo. Y cuénteme, Joaquín, ¿Qué le trae a nuestra pequeña comunidad? —pregunté con interés.

—He venido por negocios, soy comerciante. Planeo quedarme aquí varios meses para establecer algunas conexiones y luego seguir mi camino —respondió, sus ojos grises mostrando una leve chispa de entusiasmo.

—Espero que su estancia aquí sea agradable y fructífera. Estoy segura de que encontrará muchas personas dispuestas a ayudarle —dije sinceramente.

—Lo espero también. Ya he tenido la suerte de encontrarme con usted, y su amabilidad ha sido un buen augurio —respondió, inclinando nuevamente la cabeza en señal de agradecimiento y, por último, besa mi mano.

Entre Sueños y Realidades [En proceso]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora