CAPÍTULO 12

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ALEJANDRO

 
El día del baile en la mansión de los Beaumont llegó con una rapidez que no esperaba ni deseaba. La idea de asistir a un baile me resultaba repulsiva. Sin embargo, por alguna razón que aún no comprendía del todo, había decidido ir.

Mientras me vestía, la irritación se apoderaba de mí. Elegí un traje oscuro, sencillo pero elegante. Mi levita negra estaba meticulosamente ajustada, y la camisa de lino blanca contrastaba con el chaleco de brocado azul, profundo que llevaba debajo. La corbata, atada con precisión, era de un tono azul noche, complementando los tonos del chaleco. Mis pantalones eran de un corte impecable, terminando en botas negras lustradas. Me miré al espejo y fruncí el ceño, preguntándome porque me molestaba en arreglarme tanto para un evento que no me agradaba.

 
Subí a mi carruaje con una mezcla de resignación y reticencia. Las ruedas rodaron por las calles empedradas, el sonido de los cascos de los caballos rompiendo el silencio de la noche. El trayecto hacia la mansión de los Beaumont fue silencioso y solitario, y el murmullo de las voces comenzaron a hacerse audibles, una sensación de incomodidad se asentó en mi estómago.

 
Llegué a la entrada de la mansión y entregué mi invitación al mayordomo, quien me recibió con una reverencia. Al cruzar el umbral, el esplendor de la mansión me envolvió. La sala de baile estaba llena de luces y colores, los candelabros dorados reflejaban la luz en las paredes de mármol y los vestidos de las damas se movían al ritmo de la música. Todo era un derroche de elegancia y riqueza que contrastaba con mi humor sombrío.

 
Me situé en un rincón apartado, lejos de la pista de baile, observando sin ser visto. Mi ceño fruncido y mi postura rígida delataban mi desagrado. Miré alrededor, buscando un rostro conocido, y ahí, en el centro de la sala, vi a Sofía. Estaba radiante, con un vestido azul celeste que realzaba sus ojos y su cabello recogido en un elaborado peinado. Se movía con gracia, saludando a todos con una sonrisa.

¿Por qué estoy aquí?

Me pregunté. No hallaba consuelo en mi propia presencia. Observaba como los demás disfrutaban, reían y conversaban, mientras yo permanecía aislado, una isla de melancolía en un mar de alegría.

Finalmente, decidí que había cumplido con mi parte al asistir. Me acerqué a la mesa de refrescos, tomé una copa de vino y me dispuse a encontrar una excusa para salir sin ser notado. Pero en ese momento, Sofía se acercó, su sonrisa tan luminosa como el propio salón.

 
—Me alegra verlo aquí, Alejandro —dijo con genuina alegría.

—Señorita Sofía —respondí con una inclinación de cabeza, tratando de mantener la compostura—. He venido por respeto a la invitación.

Ella rió suavemente.

—Entiendo, pero me alegra que haya decidido venir. Y cambiando de tema, ¿ha visto a la señora Cummings esta noche? —preguntó Sofía con una chispa traviesa en los ojos—. Viene vestida como si fuera la reina del baile. Pobre mujer, parece que no se dio cuenta de que dejó la etiqueta del vestido colgado.

No pude evitar sonreír ante su comentario.

 
—No me había percatado —respondí, aunque era evidente que no había prestado atención a los detalles.

—Y el señor Jenkins —continuó Sofía, bajando la voz como si compartiera un secreto—. Parece un pavo real con ese traje verde. Creo que intenta impresionar a la señorita Harper, aunque lo único que ha conseguido es parecer ridículo.

—Tiene usted un ojo muy crítico, señorita Sofía.
 

—Es una habilidad adquirida —respondió ella, guiñando un ojo—. En este tipo de eventos, hay que encontrar algo de diversión para no morir de aburrimiento.

Entre Sueños y Realidades [En proceso]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora