CAPÍTULO 20

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SOFÍA

La reunión en la casa de los señores Windsor era, como todas sus veladas, un encuentro de alegría y buena compañía. Las luces cálidas que adornaban el salón principal iluminaban los rostros sonrientes de los vecinos, quienes conversaban animadamente mientras disfrutaban de los manjares que se servían en largas mesas adornadas con finos manteles de encaje. La música suave de fondo, interpretada por un violinista invitado, añadía un toque de elegancia al ambiente.

Yo estaba junto a Mia, conversando sobre las nuevas ediciones que había recibido en la librería, cuando la señora Windsor se acercó, radiante como siempre, y me tomó suavemente del brazo.

—Sofía, querida, sé que tienes un talento extraordinario para el piano. ¿Serías tan amable de deleitarnos con una pieza? —dijo con una sonrisa encantadora, como si supiera de antemano que no podría rechazar su petición.

Sentí un leve rubor subir a mis mejillas, pero la invitación era tan halagadora que no pude hacer más que asentir.

—Será un honor —respondí con un tono cordial—. Con mucho gusto lo haré.

Mia me sonrió animada, dándome un pequeño apretón en el brazo antes de que me dirigiera hacia el piano. A medida que me acercaba, mi corazón comenzó a latir un poco más rápido, no por nerviosismo, sino por la emoción de poder compartir una melodía con todos los presentes. El piano de cola, un magnífico instrumento de ébano brillante, se encontraba en una esquina del salón, frente a una amplia ventana que dejaba entrever el jardín iluminado por la luna.

Me acomodé en el banco de terciopelo rojo, y tras un breve momento de silencio, dejé que mis dedos acariciaran suavemente las teclas. La primera nota resonó en el aire, suave y clara, llenando el salón con una melodía dulce que fluía con naturalidad.

A medida que tocaba, sentí una paz profunda, como si cada nota se deslizara directamente desde mi corazón hasta el piano. Cerré los ojos por un instante, dejándome llevar por la música, y en ese momento me olvidé de todo: de los pensamientos que me habían agobiado, incluso de la presencia de Alejandro, que sabía que estaba en algún lugar entre los invitados.

Cuando la pieza terminó, el salón estalló en aplausos. Abrí los ojos, sonriendo con gratitud hacia quienes me rodeaban, y fue entonces cuando mis ojos se cruzaron con los de Alejandro. Estaba al fondo del salón, junto a una mesa, mirándome con esa expresión indescifrable que tanto le caracterizaba. Sus ojos, aunque serios, parecían iluminarse levemente, como si la música le hubiera llegado de una manera que ni siquiera él esperaba.

Me levanté del piano, inclinándome ligeramente en agradecimiento ante los aplausos que no cesaban. Al acercarme nuevamente a Mia, la señora Windsor me alcanzó.

—Sofía, ¡has tocado como un ángel! —exclamó, aplaudiendo con entusiasmo—. No podríamos haber tenido mejor compañía musical esta noche.

Le dediqué una sonrisa, intentando ocultar el leve rubor que aún sentía en las mejillas.

—Me alegra que lo haya disfrutado, señora. Ha sido un verdadero placer.

Mia me miraba con ojos brillantes, evidentemente contenta por mi actuación. Pero mi mente volvía, una y otra vez, a aquella mirada de Alejandro, esa que parecía ocultar algo que no alcanzaba a descifrar.

Había pasado apenas un momento desde que me aparté del piano y me dirigí a donde estaba, cuando sentí una presencia familiar acercarse. Levanté la vista y vi a Alejandro caminando hacia mí, con su porte siempre serio y su expresión impenetrable. A pesar de lo habitual de su semblante, algo en su mirada me pareció distinto, quizá más suave de lo que solía ser. Mi corazón dio un leve salto al verlo acercarse con tal intención.

Entre Sueños y Realidades [En proceso]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora