SOFÍA
El sueño comenzó como tantos otros, envuelto en un halo de neblina, donde los detalles del mundo real se difuminaban, y solo existía él, Alejandro, de pie frente a mí, con esa mirada llena de una ternura que jamás había visto en su rostro en la vida despierta. Estábamos en un jardín, uno parecido al mío, pero con colores más vibrantes, flores que parecían cobrar vida bajo cada paso que dábamos él se acercó, y mis sentidos se agudizaron con su presencia. Podía sentir su calidez, oír el latido de su corazón, como si estuviéramos unidos por un hilo invisible.
—Sofía —dijo, su voz suave, cargada de un amor incondicional—, ¿alguna vez has pensado en lo que podría ser, en lo que podría haber sido?
Me detuve, mis pies descalzos hundiéndose en la hierba húmeda. Lo miré con los ojos entrecerrados, tratando de comprender sus palabras, pero había algo en ellas, un eco que resonaba con una profundidad que no podía ignorar.
— ¿Qué quieres decir, Alejandro? —le pregunté.
—Nosotros, Sofía —respondió, tomando mi mano con una delicadeza que me hizo estremecer—. Tu y yo. Este amor que compartimos aquí, en este jardín, podría ser tan real como lo sientes ahora. Pero debes recordar algo: no todo lo que ves en los sueños se refleja en la realidad.
Sus palabras me desconcertaron. ¿Era una advertencia, una súplica? Sentí un nudo formarse en mi garganta, esa sensación agridulce que mezclaba el anhelo con la frustración.
— ¿Qué estas tratando de decirme, Alejandro? —insistí, mi voz apenas un susurro, casi temerosa de la respuesta.
Él sonrió, pero había una sombra en su sonrisa, algo que no había notado antes en este Alejandro idealizado. Me soltó la mano y dio un paso atrás, dejando que la distancia entre nosotros creciera, como una metáfora de la separación entre el sueño y la realidad.
—Solo quiero que sepas —continuó, con un tono más serio—, que no todo en la vida es lo que parece, Sofía. A veces, las máscaras que llevamos son más pesadas de lo que imaginamos, y los corazones que parecen cerrados pueden estar ocultando más de lo que podrías comprender.
Lo miré, intentando desentrañar el enigma de sus palabras. Este Alejandro, tan diferente al hombre real, parecía conocer mis pensamientos más profundos, mis deseos más secretos. Pero su mirada también había una tristeza que nunca antes había percibido, como si él mismo estuviera atrapado entre el sueño y la realidad, incapaz de ser quien realmente quería ser.
Antes de que pudiera responder, antes de que pudiera pedirle que me explicara, el jardín comenzó a desvanecerse. La neblina regresó, cubriéndolo todo, y me vi obligada a soltar un grito ahogado mientras todo se desmoronaba a mi alrededor. Me desperté, jadeando, con las palabras de Alejandro aun resonando en mi mente: «No todo en la vida es lo que parece.»
Me quedé en la cama, mirando el techo, intentando procesar lo que había sucedido. Era solo un sueño, me repetía, un sueño como tantos otros en los que Alejandro me mostraba un lado de sí mismo que nunca había visto en la vida real. Y, sin embargo, había algo en ese sueño que me dejaba una sensación de inquietud, como si él, incluso en mis sueños, estuviera tratando de advertirme de algo más profundo, algo que yo aún no alcanzaba a comprender.
Me levanté con lentitud, dejando atrás la calidez de las sabanas, y me dirigí a la cocina. El ritual de hacer té siempre había sido un bálsamo para mis nervios, el modo en que las hojas se sumergían en el agua caliente, liberando su aroma reconfortante, me proporcionaba una extraña sensación de paz. Mientras esperaba que el té se infundiera, preparé unas galletas de avena y miel, sabiendo que sería un buen complemento.
Mis pensamientos volvían constantemente a Alejandro. Me preocupaba como había llegado la noche anterior, magullado y golpeado, sin una explicación convincente. Había algo en su silencio que me perturbaba, como si intentara ocultar algo que no podía, o no quería, compartir conmigo. Sabía que no podía forzarle a hablar, pero la preocupación se apoderaba de mí, impidiendo que pudiera concentrarme en otra cosa.
De pronto, el crujido suave de la puerta me sacó de mis pensamientos. Me giré y allí estaba él, de pie en el umbral, su figura alta. Aun llevaba consigo las marcas de la noche anterior, los moretones ligeramente oscurecidos en su rostro, pero su expresión era la misma de siempre: seria y reservada.
—Buenos días, Alejandro —dije, tratando de sonar alegre, aunque mi voz traicionaba la preocupación que sentía—. ¿Cómo amaneció?
Alejandro inclinó ligeramente la cabeza, en una especie de saludo silencioso.
—He amanecido bien gracias —respondió con esa voz grave que siempre parecía estar bordeada de sombras.
Lo observé por un momento, buscando en su rostro señal que me indicara que estaba bien, pero su expresión era impenetrable. Me acerqué a la mesa y señalé la tetera y las galletas.
—He preparado té y unas galletas. ¿Por qué no se queda un momento y desayuna conmigo antes de que se vaya?
Vi como una ligera duda cruzaba su semblante, pero fue solo un instante antes de que volviera a su habitual rigidez.
—No quiero molestarla, señorita Sofía. Tengo que irme —murmuró, dando un paso hacia la puerta, como si quisiera huir de la atmósfera cálida de la cocina.
—No me molesta en absoluto. Me lo debe, Alejandro… además, el té esta recién hecho, y sería una pena que se enfriara sin que alguien lo disfrutara. No acepto un no por respuesta.
Alejandro me miró, y por un breve momento, me pareció ver un destello de algo en sus ojos, algo que no lograba descifrar del todo. Finalmente, dejó escapar un suspiro, resignado.
—Está bien, se lo debo —dice, mostrando una pequeña sonrisa que se esfuma rápidamente al momento de vernos a los ojos.
Serví el té y coloqué las galletas en un plato entre nosotros. Mientras lo hacía, sentí como el ambiente entre ambos, aunque cargado de preguntas sin respuesta, comenzaba a suavizarse.
— ¿Sabe? —dije, tratando de mantener la conversación ligera—. Siempre he creído que el desayuno es el momento más importante del día. es cuando uno puede tomar aliento antes de enfrentar lo que el día nos depare.
Alejandro asintió, aunque no dijo nada en respuesta. Sabía que su silencio era su manera de protegerse, de mantener las distancias, pero no podía evitar desear que en algún momento se abriera un poco más y confiara en mí.
—Agradezco que insista —dijo finalmente, rompiendo el silencio, aunque sin mírame directamente—. A veces olvido que detenerse un momento puede ser… beneficioso.
—Detenerse para reflexionar puede ser la clave para entender lo que realmente nos preocupa —respondí, esperando que mis palabras lo alentaran a compartir más—. O simplemente, para disfrutar de la compañía sin la prisa de los días.
Alejandro levantó la vista y me observó, como si estuviera evaluando el significado de mis palabras. Sabía que no obtendría más de él esa mañana, pero me conformé con el hecho de que había aceptado quedarse. A veces, las pequeñas victorias eran todo lo que necesitaba.
Terminamos el desayuno en silencio, pero no era un silencio incómodo. Era más bien como un momento de tregua, un respiro en medio de todo lo que había sucedido y lo que aún quedaba por descubrir. Cuando Alejandro finalmente se levantó para marcharse, sentí que algo había cambiado, aunque fuera solo un poco. Algo en su manera de mirarme, en la forma en que había aceptado quedarse.
—Gracias, Sofía —dijo, mientras se dirigía a la puerta.
— ¡Me ha llamado solo, Sofía! ¿quiere decir algo eso? —pregunté, recordando aquella vez cuando me dijo que no me llamaría solo Sofía porque no me consideraba su amiga.
—Quiere decir que, usted es la persona más buena que he conocido, y que agradezco su atención y preocupación por mi persona. Gracias, Sofía. Es usted una muy buena amiga.
Al cerrar la puerta tras él, me quedé de pie un momento, pensando en lo que había dicho y en lo que había dejado sin decir. Alejandro seguía siendo un enigma para mí, pero sabía que, a pesar de todo, estaba dispuesta a esperar. Porque en ese silencio, en esos momentos fugaces de conexión, había algo que valía la pena descubrir.
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Entre Sueños y Realidades [En proceso]
FantasiSofía, una joven librera soñadora en 1820, se enamora de Alejandro, un hombre misterioso que solo existe en sus sueños. Pero cuando lo encuentra en la vida real, él es frío y distante. ¿Podrá Sofía desentrañar el misterio de Alejandro y unir sus dos...