12. LA DESGRACIA

0 0 0
                                    

Los rayos de sol se colaban por la ventana. Había sido una noche increíble.

Me giré y me quedé observando a Miguel todavía dormido. Lo amaba.

Abrió los ojos y bostezó.

-Hola -dijo, todavía adormilado.

-¿Has dormido bien? -pregunté abrazándolo.

-Sí.

-Tengo que ir a trabajar -le informé.

Se giró para mirarme. Me puso ojos de lastima. Yo también quería quedarme más rato en la cama abrazandolo pero la vida es así.

Le dí un suave beso en los labios y me levanté.

Me puse algo de ropa y fui a la cocina a preparar el desayuno.

-¿Puedo usar tu ducha? -preguntó Miguel desde la cama.

-¿De verdad me vas a preguntar eso? -reí.

-Me lo tomo como un sí.

Mientras se duchaba yo preparaba cereales con leche. No había mucho tiempo. Él tenía que ir a la universidad que pilla lejos de aquí.

Nos sentamos a desayunar mientras veíamos la tele.

-Que pereza ir a la universidad -dijo Miguel.

-Yo tampoco quiero ir a trabajar.

-¿Cuando salgas puedes venir a mi residencia? -me preguntó.

-Claro -respondí de inmediato.

Cuando terminamos de comer, me vestí y arreglé para ir al trabajo.

Dejamos la cocina recogida, la habitación ordenada y la cama hecha, el baño limpio, y salimos del edificio.

Cuando estábamos en la entrada del edificio nuestros caminos se separaban.

-Luego te veo -me despedí y le di un beso.

Llegué justo a tiempo al hotel. Me puse en mi puesto de trabajo y me puse con el móvil, ya que no había clientes.

Este hotel va en decadencia.

La mañana se pasó rápida. 2 familias que lo abandonaban y 1 pareja que se alojaba.

Para estar en el centro está fatal.

Cuando salí del trabajo le escribí a Miguel que ya iba para su casa.

Por el camino pasé por una floristería y quería tener un bonito detalle. Le compré un ramo de rosas enorme.

No sabía si le gustarían y que haría con ellas, porque en su residencia llega a meter eso y se tienen que salir de la habitación por falta de espacio.

Después de andar un rato para evitar coger el autobús llegué.

Bajó corriendo a abrazarme y entramos en la residencia.

-¿Esto es para mí? -se sorprendió al ver el ramo.

Asentí.

-¡ME ENCANTAN!

Había acertado.

Lo puso en su escritorio, que ocupaba casi más de la mitad.

-¿No te va a molestar tenerlo ahí? Tendría que haber comprado algo más pequeño.

-Está bien, si yo casi ni uso el escritorio.

-Me alegro de que te gusten -sonreí.

-Me encantan.

-Bueno, ¿Qué hacemos? -pregunté.

-No apetece salir, hace frío, podemos quedarnos aquí abrazados... -dijo.

-Me encanta la idea -reí.

Estuvimos un buen rato abrazados. Me encantaba lo que sentía.

Hacía que se me olvidasen todos los problemas. Me daba paz. Me sentía lleno de amor y felicidad.

Su amor era como una droga, una adicción de la que era imposible salir. Me encantaba.

De repente sonó mi teléfono.

En ese momento me cagué en todo. Ya me había arruinado el momento romántico.

-¿Quién es? -preguntó Miguel.

Miré la pantalla, era Emma.

-Es Emma, pero es muy raro, ella nunca me llama.

Extrañado atendí la llamada.

-David -habló Emma muy alterada.

-¿Qué pasa?

-Es una urgencia.

En ese momento me asusté.

-¿Qué ha pasado?

-Ha pasado algo muy grave, tienes que venir ya.

-¿Pero ir a dónde? ¿Qué ha pasado?

-Es Marta, te lo cuento cuando vengas.

-¿Marta? ¿Qué le ocurre?

Emma no se explicaba y eso me ponía histérico.

-Ubica parque, justo la calle que está enfrente.

-Voy enseguida -y colgué.

Pegué un salto de la cama y fui corriendo a la puerta.

-¿A dónde vas?

-Ha pasado algo grave con mi hermana, vamos -indiqué.

Por suerte el parque estaba cerca y llegamos lo más rápido que pudimos.

Al acercarme pude ver a Emma, muy preocupada, y una ambulancia a unos pasos de ella.

-¿¡ QUE HA PASADO !? -exclamé.

-Han atropellado a Marta, estábamos sentadas en el parque hasta que vimos que una niña pequeña iba corriendo sola para la carretera, entonces Marta corrió tras ella para salvarla y en ese momento un coche pasó y...

No me lo podía creer. Tenía que ser un sueño. Una pesadilla.

En ese momento me empecé a sentir fatal y muy mareado. Abrumado.

No podía controlarlo y caí al suelo, pero Miguel me salvó de la caída.

-¡DAVID! -exclamó Miguel intentando ponerme en pie.

Veía todo borroso. Me iba a dar algo.

-¡EMMA, AYUDAME! -gritaba Miguel.

En ese momento perdí el conocimiento.

𝐴𝑚𝑜𝑟 𝑌 𝐴𝑟𝑡𝑒 | @iamlaauraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora