17. Sin tapujos I

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Sergio cruzó los brazos, manteniendo la distancia entre ambos, y aunque no apartaba la vista de él, la pregunta parecía buscar respuestas más allá de lo obvio.

Max tragó saliva, intentando encontrar alguna justificación que explicara lo inexplicable, alguna forma de argumentar lo que ni él mismo entendía. Estar allí, en ese espacio privado, buscando alguna pista en la respuesta inconclusa de Sergio, le parecía ahora tan ridículo como inevitable. El cuaderno en sus manos se sentía pesado, y aún así, no lograba soltarlo.

—Quería saber uhmm... quería saber si... si habías respondido —admitió. La sinceridad en su voz sonaba más evidente de lo que hubiera querido, porque sabía que esa no era la única razón.

Detrás de esa excusa, había un sinfín de emociones y pensamientos que ni siquiera él sabía cómo expresar. Era la necedad de saber, de entender si el pecoso veía todo de la misma manera, si aquellas palabras que escribió habían cambiado algo entre ellos.

Este mismo, el más bajo, ante la respuesta de su compañero, no respondió de inmediato. Más bien, su mirada bajó lentamente hacia el diario, y luego volvió a fijarse en los ojos azules profundos del rubio, manteniendo el silencio como si estuviera buscando algo en él. 

El ambiente de ese momento era insoportable, y Max pudo sentirlo de manera evidente, cuando su cuerpo se tensó y una presión invisible, lo estaba atormentando, hasta dejarlo al borde del colapso.

—¿D...de verdad necesitas esa respuesta? —murmuró Sergio, su voz sonó sin la dureza que había mostrado antes, sino con un leve temblor que el neerlandés captó al instante. 

La pregunta era más que una simple respuesta al porqué de su presencia allí; era una invitación a romper el silencio.

Max se quedó observando a Sergio por un instante que pareció eterno, sintiendo la mezcla de tensión y expectativa crecer entre ellos, como si cada segundo estuviera cargado de lo que no se atrevían a decir. 

Con un movimiento lento y decidido, el rubio caminó hacia la puerta y alcanzó el pestillo, girándolo hasta que el leve clic del seguro rompió el mutismo. Fue un sonido discreto, apenas un susurro metálico, pero en aquel ambiente tan cargado, se sintió como el golpe de una declaración inminente.

Al ver cómo aseguraba la puerta, Sergio pareció quedarse inmóvil, como si por primera vez aquel espacio, su espacio, estuviera bajo el control de alguien más. La sorpresa en su rostro fue breve, transformándose en algo más cauteloso, algo expectante. Max se mantuvo en su lugar, evaluando la reacción de Sergio con una calma fría que apenas ocultaba el caos dentro de él. 

A pesar de la necedad que lo había llevado hasta allí, el más alto sentía ahora que tenía el control, como si su presencia en aquel lugar y la carga emocional del diario en sus manos le dieran un poder, que hacía mucho tiempo no sentía sobre Sergio.

—Entonces... ¿sí o no? —Max rompió el silencio. Su voz sonaba serena, pero sus ojos estaban fijos en los de su compañero con una intensidad que practicamente ardía. 

Los ojos marrones quemaban en los ojos azules del más alto. Y eso, eso hacía que el mexicano, por un instante, comenzara a dudar. 

La pregunta del rubio aún seguía en el aire. Su tono tan seguro y casi desafiante, le parecían una inversión de los papeles que siempre habían asumido desde "aquel momento"

Es que Sergio, había olvidado como era Max realmente. Él siempre sabía cómo mantenerse firme, él sabía cómo desarmar las miradas incisivas del pecoso... él sabía cómo marcar su territorio. 

Fuera de lo último que había acontecido, el neerlandés solía tener una calma inquebrantable, en la cual había desarrollado saberse comportar en momentos de presión. Eso, de solamente recordarlo y de sentir esa mirada que aún seguía fija en el él, lo hizo sentir atrapado en una vulnerabilidad que no había previsto.

El diario del asiento 33B |CHESTAPPEN|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora