Hisae se niega a asistir al colegio de hechicería, Megumi es enviado por el director para convencerla. Sin embargo, Hisae se niega rotundamente debido a la oposición de su abuelo. A pesar de esto, Megumi y Hisae se hacen amigos cercanos mientras él...
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H I S A E
Tenía frío. Muchas mantas me cubrían, estaba abrigada de pies a cabeza, pero mi fiebre no bajaba en lo mínimo.
Desde lo que pasó en Shibuya había caído en cama, tal vez el sobre esfuerzo contra la maldición, o que desde entonces no veía a Megumi…
Todo se disparó de repente, los altos mandos anuncian las maldiciones en Tokio, el profe Gojo es sellado, el estado de Nobara, y la desaparición de Itadori. El director Yaga no dudo en contactar al abuelo y explicarle por mi la pelea que tuve. Se sentía como volver al principio.
Atrapada. Mi habitación estaba tal como la había dejado, las cortinas corridas, dejando entrar apenas un rayo de luz, mientras el viento frío hacía que todo pareciera más lúgubre. Sentía una pesadez en mi pecho que iba más allá de la fiebre. Era como si el mundo se estuviera desmoronando a mi alrededor, y yo no podía hacer nada para detenerlo.
La batalla contra la maldición había dejado secuelas. No solo físicas, como la quemadura en mi brazo o el dolor persistente en mis costillas, sino también emocionales. Cada vez que cerraba los ojos, revivía ese encuentro, la figura de mi madre distorsionada, la sensación de desesperación, de estar atrapada en una pesadilla.
Y luego estaba Megumi. No verlo desde lo de Shibuya era como tener una herida abierta que no sanaba. Me preocupaba, más de lo que podía admitir. No sabía cómo estaba, si estaba herido, lo habían enviado a buscar a Itadori, y aunque estaba en compañía de Maki me sentía mal. Porque yo quería estar con él.
Quería levantarme, salir de esa cama y luchar. Quería estar con los demás, enfrentar las maldiciones que estaban atacando Tokio, ayudar a Nobara, encontrar a Itadori, y saber que Megumi estaba bien. Pero mi cuerpo no respondía, la fiebre seguía controlando cada movimiento, debilitándome más y más.
No. No podía quedarme aquí. No podía permitir que la maldición, o mi debilidad, me dominaran. Me había enfrentado a mi propia madre en esa batalla y había salido viva. Podía hacerlo de nuevo. Tenía que hacerlo, por mí, por mis amigos, por Megumi.
