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Ruby había seguido a Laila hasta el bosque dejando el auto estacionado en la carretera, no tenía idea de a dónde iba pero la seguiría hasta encontrala. Laila se mostraba tranquila, segura de a dónde iba. Ruby, por el contrario, sospechaba de que algo malo iba a pasar.
Se adentraba al bosque cada vez más y más, y eso se le hacía raro a la castaña.

Un árbol tirado se interpuso en su camino y el de Laila. La pelinegra rodeó el árbol mientras que ella lo saltó, pero cuando volvió a poner su atención en Laila, ella ya no estaba.
Ruby frunció el ceño, desconcertada. ¿Cómo era posible que Laila se hubiera ido tan rápido?

Al final, la había perdido de vista. Sin más, decidió volver con Keyler. El crujido de las hojas secas bajo sus pies resonaba en el silencio del bosque. Ruby caminaba lentamente, sus pensamientos revoloteando entre la preocupación y la soledad. El aire frío comenzaba a morder su piel, pero no era el clima lo que la preocupaba, sino la desaparición de Jake. Después de tanto días, todavía no había señales de él, y la sensación de que algo terrible le había pasado la mantenía despierta.

De repente, un ruido detrás de ella la hizo detenerse en seco. Un crujido, como si algo o alguien estuviera pisando ramas a poca distancia. Su corazón dio un salto, y sintió un escalofrío recorrer su espalda. Giró lentamente, pero la inmensidad de los árboles era impenetrable.

Retrocedió unos pasos nerviosa, con su respiración acelerándose. Entonces, antes de que pudiera reaccionar, sintió una mano fuerte cubriendo su boca. Un brazo la rodeó, sujetándola con firmeza.

Ruby intentó forcejear, pero la voz familiar que escuchó al oído la detuvo en seco.

––No hagas ruido ––susurró Jake.

Su cuerpo se tensó de inmediato, pero al mismo tiempo un torrente de emociones la inundó. Estaba vivo. Después de tanto tiempo, ahí estaba, detrás de ella. Pero la manera en que había regresado, en medio del bosque, y sujetándola de esa forma. Despertaba más dudas que respuesta.

Después de unos segundos en los que solo se oía el murmurar del viento entre las hojas los árboles, todo parecía haberse calmado. Jake aflojó el agarre, y Ruby aprovechó el momento para liberarse bruscamente, empujándolo con fuerza.

––¡¿Dónde demonios estuviste?! ––le gritó Ruby, con su voz cargada de frustración––. ¡Estaba muy preocupada por tí! ¡Desapareciste sin decir nada! ¡No podías irte de esa forma! ¡No en medio de esta situación!

Jake mantuvo la calma, pero la dureza en su mirada no desaparecía. El dolor detrás de sus ojos era evidente.

––Tuve que hacerlo, Ruby ––comenzó a decir, pero Ruby lo interrumpió antes de que pudiera continuar.

––¡No! ¡Cualquier cosa que te hubiera pasado yo podía haberte ayudado! ––exclamó ella, dando un paso hacia él, como si quiera obligarlo a entender.

Jake dio un paso hacia atrás, sus ojos brillando con una mezcla de rabia y desesperación. En un movimiento rápido, le agarró los brazos, sacudiéndola ligeramente.

––¡No, Ruby! ¡No podías ayudarme! ––le gritó con una intensidad que la dejó congelada. Las palabras parecían salir desde lo más profundo de su ser, llenas de una verdad que él había mantenido oculta durante demasiado tiempo.

Ruby se quedó callada, sorprendida por la fuerza de su reacción. Los dos se miraron en un silencio tenso, respirando con dificultad. Entonces Jake suspiró y soltó sus brazos, bajando la mirada, como si todo el peso de sus emociones se hubieran derrumbado sobre él.

––No podía quedarme contigo ––dijo, con la voz mucho más suave––. Te habría hecho daño. Y no podía soportar eso.

Ruby lo observó, buscando en su rostro alguna señal de alivio, de comprensión. Y entonces entendió. Jake se había ido para no hacerle daño, tenía miedo de perder el control, de lastimarla.

Rosas de Sangre ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora