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El agua tibia cayendo por su cuerpo la relajó un poco, había estado llorando horas. Ruby mantuvo su mirada en el suelo mientras veía las gotas de la ducha caer. Escuchó que tocaban su puerta, entonces cerró los ojos. No quería hablar con nadie en ese momento, cerró el agua de la ducha, envolviéndose en la toalla para secarse y vestirse.

Tardó unos pocos minutos para después bajar las escaleras. Al abrir la puerta, Arthur estaba ahí con una sonrisa de oreja a oreja, siempre alegre. De alguna forma verlo le trajo calma y se sintió más tranquila.

––Hola, abuelo ––saludó Ruby casi en un susurro.

––Hola, princesa ––dijo Arthur con su voz dulce como siempre––. Iba a ir a la cabaña pero pasé a vere,¿tienes tiempo?

––Por supuesto.

La luz del atardecer se filtraba suavemente por las cortinas de la sala, iluminando el rostro de Ruby mientras ella y su abuelo Arthur se sentaban en el viejo sofá de cuero. El silencio era cómodo, lleno de esa tranquilidad que solo surge entre dos personas que no necesitan decir mucho para comprenderse.

Arthur la observaba con una sonrisa cálida, sus ojos reflejando tanto orgullo como nostalgia. Después de un momento, rompió el silencio.

––¿Sabes, Ruby? Hay algo que siempre me hace pensar en la familia cada vez que te miro.

––¿De verdad? ––preguntó Ruby curiosa––. ¿Por qué?

––Los Wells siempre han sido una familia algo peculiar, pero todos tenemos una característica en común: esa testarudez y la fortaleza que nos define. Mi padre solía decir que, como Wells, nunca retrocedemos ––Arthur la miró, y sonrió––. Y, aunque no lleves el apellido, tienes esa misma esencia.

––No sé si es algo bueno o malo, la verdad ––sonrió conmovida, Ruby.

Arthur se rió suavemente. ––Es algo muy bueno. Significa que eres fuerte, Ruby. Que no te dejas vencer por las dificultades. Y eso es algo que me llena de orgullo.

––Pero… no soy una Wells. Llevo el apellido Anderson.

––Eso no importa. La sangre no siempre define la familia. Para mí, eres tan Wells como cualquiera de nosotros. Tienes ese mismo espíritu, y eso es lo que realmente cuenta.

––Gracias, abuelo. Siempre sabes que decir en momentos como estos.

Arthur pasó un brazo por los hombros de ella, dándole un abrazo cálido. ––Siempre voy a estar aquí para ti, como buen abuelo Wells. Aunque lleves otro apellido, eres mi nieta, y eso es todo lo que importa.

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Los tres caminaban en silencio por el bosque, rodeados de sombras que parecían moverse con el susurro del viento entre las ramas. Alice estaba un poco más adelantada, escudriñando los alrededores mientras Keyler revisaba el mapa que habían trazado a partir de las notas que encontraron en casa de Samantha. Steven, en cambio, mantenía su mirada fija en Alice, atento a cada uno de sus pasos.

––Segun lo que hicimos en este "mapa", no deberíamos estar muy lejos ––dijo Keyler, con su mirada en el pedazo de hoja con rayones sin sentido pero que guiaban a la casa de Michael––. Solo tenemos que seguir recto y... ––mira a su alrededor–– deberíamos ver la casa pronto.

––Perfecto, entonces mantente enfocado ––contestó Steven, bajando la mirada al suelo––. Cualquier cosa, dame una señal.

Keyler asintió y se adelantó unos metros, sumergiéndose entre los árboles. Al quedarse algo rezagados, Alice y Steven intercambiaron una mirada. La tensión en el aire se hacía palpable, pero esta vez parecía diferente; no era solo miedo o cautela. Steven se acercó a ella, siguiéndole el paso.

Rosas de Sangre ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora