22. La verdadera "pijamada real".

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Temprano en la madrugada, la joven pelirroja salió de su hogar. No quería toparse con ninguno de sus familiares.
Solo montó su bicicleta y andó sin rumbo.
Bueno, de hecho sí tenía uno. Llegó a un lujoso condominio en el norte de la ciudad. Estaba movida solo por sus impulsos.

El joven de guarda de seguridad en la entrada se extrañó de ver a una chiquilla en bicicleta a las tres de la mañana. Más teniendo en cuenta su aspecto.
Tuvieron una pequeña discusión que casi escala.

—Está bien, si realmente vienes a ver al joven... Hugo Ito, puedes llamarlo, te ha de estar esperando, ¿no?.

La pelirroja gruñó, pero le tomó la palabra.

Ya había sonado tres veces el teléfono. El segurata estaba a punto de echar a patadas a la joven, cuando puso por fin el teléfono en su oreja.

—¿Hola?, Alba, me estás llamando a las... ¿Qué hora es?, las tres y media de la mañana. ¿Qué onda?
—Estoy en tu casa, dile a este idiota que me deje entrar.
—¿Qué?, espera... ¿¡Qué!? Eso si quiera... —se dió una cachetada para despertar en serio—, ¿como que en mi casa?, vivo en un condominio.
—Por eso, estoy en la entrada.
—Ehhh... Voy para allá.

Diez minutos después, Hugo estaba en la entrada junto con las dos personas impacientes.

—Buenos días, William.
—Ahh, joven Gil. Tenga buen día, ¿Esperaba usted a esta señorita?
—Sí, William, en efecto.
—Le ruego me disculpe —dijo abriendo ya la entrada para la jovencita—, no me dijo en donde vivía y su segundo apellido no me es familiar, joven.
—No hay problema, gracias.

Alba le dedicó un gesto molesto al, ahora indignado hombre.

—Buen día, Alba, ¿Qué te trae por aquí? No sabía que supieras donde vivo.
—Sebastian me facilitó la dirección. No sabía que fueras tan rico.
—¿Como sabrá él donde vivo?
—Pensé que íbamos a tu casa —se extrañó al llegar al "parquesito" del condominio.
—No creo que sea decente que lleve a una señorita a mi casa a las tres de la mañana —le sonrió—.
—... ¿Tú... Crees que soy una "señorita"? —se sonrojó—.
—Por supuesto. Por cierto, ¿Como sigue tu mano, puedes manejar bien?
—Oh, em, sí, claro.

Se sentaron juntos en una banca.

—Uf, está helando —se frotó los brazos—.
—Debiste abrigarte mejor para salir a pedalear a esta hora, ¿no crees? —la regañó, mientras se quitaba su abrigo—.
—En fin... Lo... Lamento haberte despertado.
—No le prestes atención —ya poniéndole sobre los hombros el abrigo—, ni a esto tampoco.
—Bueno... Yo...
—Espera un momento. ¿Ya desayunaste?, ¿pasaste la noche en vela?, ¿Cuánto tiempo llevas despierta?
—No y no. Una hora.
—Está bien... Ahora sí iremos a mi casa —se levantó, y tomó a Alba con un brazo, y la bicicleta con el otro.

Cinco minutos después, dejando la cicla en la entrada, entraron a la casa gigantesta y hermosa de los Gil.
La sala estaba separada de la cocina por una barra, donde Hugo instó a Alba que tomara asiento.

—Ahira sí. Dime qué es menester —hablaba mientras buscaba las cosas necesarias para preparar un delicioso y nutritivo desayuno para dos—.
—Yo... —suspiró—, han estado pasando cosas en mi vida que... —titubeó—, sé que no he sido buena influencia para ti, incluso una carga y... Necesito que me sigas apoyando como hasta ahora. ¡Te juro que estoy intentando cambiar y...!
—No te voy a dejar sola. Estoy para lo que me necesites —la interrumpió —.
—... Aún cuando está es la conversación más larga y calmada que hemos tenido... ¿No estás harto de mi?... —lagrimas se vislumbraban en las comisuras de sus ojos—, ¿o es que tanta lástima doy?

El joven soltó la sartén, y sacando su pañuelo del bolsillo, guío su mano hasta la cara ruborizada de su amiga.

—Escuchame bien, Alba. No sé que estés pasando, ni qué hayas pasado ya. Pero no debes dejar que nadie nunca que haga creer que das lástima o que no vales mil. Eres una jovencita lista, apasionada, y hermosa. Sí, claroz hay que tratar tu carácter, pero vamos paso a paso, voy a ayudar en todo lo que me pidas para sanar ese corazoncito tan tierno que ocultas tras toda esa rabia que demuestras al mundo. Puedes contar conmigo.

Un mar de lágrimas inundó el rostro de la pelirroja.
El moreno retomó la labor de cocinero, dejando el pañuelo en las manos de la chica, cuya nariz ya no estaba roja solamente por el frío.

Un sabroso caldo, junto con unas tajadas, huevos fritos y un poco de fruta fueron servidos frente a la pelirroja.
Ambos jóvenes desayunaron en silencio, con una incomodidad latente.

—Bueno... ¿Me vas a decir la razón específica de qué haces en estos lares en medio de la madrugada?
—No creo —respondió, aún cabizbaja—.
—¿Quieres quedarte aquí un rato?
—... Sí... Por favor.

Se remangó la camisa, subió rápidamente por una manta gruesa de lana, le indicó a su acompañante que podía sentirse cómoda en el gran mueble de la sala y procedió a arreglar el desorden que había quedado en la cocina.

—Estaré contigo en no más de quince minutos.
—Emmm... —se mordió el labio inferior—.
—A menos que prefieras estar sola.
—¡No!... eh... Estaría bien que me acompañaras.
—Puedes usar el internet, ver televisión o cualquier otra cosa que necesites —continuó sonriendo—.

Alba le respondió con una sonrisa melancólica.
Se sentó a pierna cerrada en el mueble, y encendió la pantalla plana de chorrocientas pulgadas, buscó el Netflix y en casi inconscientemente puso la película "orgullo y prejuicio" que rápidamente había aparecido en la selección.
El baile del pueblo transcurría cuando desde la cocina se pudo escuchar a Hugo citando casi al unísono al señor Darcy.

—“Pero no lo suficiente para tentarme”, jaja.
—¿Haz visto esta película?
—Buena película, mejor libro.
—Entonces debo leerlo.
—Claro —apareció tras ella con un tazón de palomitas instantáneas—, ten.
—Esto parece más una noche que una madrugada —bromeó—.
—Ya que estamos...

Volvió a la cocina a tomar unos jugos de la nevera. Apagó las luces y se posicionó tras Alba nuevamente.

—Mmm... No, ven aquí... Conmigo —tartamudeó—.
—A sus órdenes mi generala —Tomó la otra manta y se sentó junto a la chica, quien reposó la cabeza su hombro—.
—Eres... Diferente.
—Supongo que sí cambio un poco cunado no hay nadie a mi alrededor —le sonrió—.

La pareja cabezeaba y, aprovechando que la película había terminado, Hugo se levantó, apagó la televisión y miro a Alba.

—Aún no me quiero ir.
—Okey, está bien. Pero tienes una condición para quedarte acá —aún sonriéndole con ternura como durante toda la mañana—, llama a tu abuela.
—... Está bien.
—No queremos que se preocupe a su edad.
—Créeme, ella está en mejor condición aún que nosotros —rió la pelirroja—.

Haciendo caso a la petición del moreno, Alba le envío un mensaje al WhatsApp a su abuela diciendo "avó, não estou morto, estou bem, volto mais tarde".

—Listttooo —la interrumpió un bostezo—, perdón. Listo, ya le escribí.
—¿Tienes sueño, eh? Ven, te llevaré a una cama para invitados.
—Emm, gracias... Por todo... Eres un gran chef.
—Claro, hago palomitas instantáneas como nadie —bromeó—.

Una vez instalada en la habitación, con mantas de lino, calefacción y hasta una araña con luz calida, la joven no pudo dejar de notar la abismal diferencia de estrato entre ambos, cosa que al joven que ya iba a salir de la habitación no parecía importarle en lo más mínimo.

—¡No, espera!
—Sí, ¿dime?
—No te vayas... Yo... Creo que necesito un abrazo —dijo con la voz cada vez más baja—.
—... Ehhh... Está bien, supongo —pese a la notoria incomodidad del joven, la pelirroja levantó la manta de lino para invitarlo a acostarse junto a ella.

Se quitó los zapatos y se acomodó junto a ella en cucharita.
Tímidamente llevó las manos a la cintura de la chica, quien las apretó contra si misma.
Probablemente la cara de él era más roja que la de la chica en esta extraña situación.
Pasados unos minutos, cuando el agarre de la pelirroja se fue apagando, el muchacho se levantó, le dió un beso en la frente y se marchó a su propia habitación.
Ambos de ellos estaban con las sonrisas más genuinas que pueden existir en sus rostros.
Hay que admitirlo, fue una buena pijamada de madrugada.



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⏰ Última actualización: 6 days ago ⏰

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