La vuelta de Gavi al campo fue un momento inolvidable. Los meses de rehabilitación y de enfrentar sus propios miedos y dudas habían sido una prueba difícil, pero al tener a Pedri a su lado en cada paso del camino, había encontrado la fuerza para no rendirse.
El día de su regreso, el estadio estaba lleno, y la emoción en el aire era palpable. Mientras se preparaba para entrar al campo, Gavi sentía una mezcla de nervios y esperanza. A su lado, Pedri le dio una palmada en el hombro y le susurró:
—No te olvides de disfrutarlo. Estás de vuelta porque te lo has ganado, y porque nada puede apagar las ganas que tienes de estar aquí.
Gavi lo miró, y una sonrisa sincera cruzó su rostro. Era cierto; había trabajado duro para regresar y, a pesar de las cicatrices físicas y emocionales, estaba listo para darlo todo.
Al pisar el campo, la ovación de los fanáticos lo envolvió, y Gavi levantó la vista al público, emocionado. Pero entre toda esa multitud, sus ojos solo buscaban a una persona: a Pedri. Lo vio en su posición, observándolo con una mirada llena de orgullo y apoyo incondicional. En ese instante, todo lo que habían pasado cobró sentido.
Durante el partido, Gavi y Pedri jugaron como si nunca hubieran estado separados, como si el tiempo no hubiera pasado. La conexión entre ambos era innegable, una armonía que iba más allá de las tácticas o de las estrategias. Cada pase, cada movimiento, era una confirmación de la complicidad que los unía.
Cuando el partido terminó con una victoria para su equipo, Gavi se dejó caer de rodillas en el césped, con lágrimas en los ojos. Pedri, sin dudarlo, corrió hacia él y lo abrazó, rodeándolo con sus brazos, como había hecho tantas veces antes, brindándole ese apoyo que había sido su refugio en los momentos más oscuros.
—Lo lograste, Gavi. Has vuelto más fuerte que nunca —le susurró Pedri al oído, su voz temblorosa por la emoción.
Gavi asintió, aferrándose a Pedri, agradecido por cada segundo compartido, por cada palabra de aliento, y por ese amor silencioso y leal que los había acompañado en cada paso de su camino juntos.
Con la euforia de la victoria y el regreso de Gavi aún en el ambiente, el equipo celebró aquella noche. Sin embargo, para Pedri y Gavi, aquella victoria representaba algo más íntimo, una renovación de sus fuerzas y su compromiso mutuo.
Más tarde, cuando todos empezaban a retirarse, Pedri y Gavi decidieron alejarse de la fiesta. Sin palabras, ambos sabían que necesitaban un momento a solas. Caminando bajo las estrellas, como habían hecho tantas veces antes, encontraron un banco en un rincón tranquilo del parque.
Gavi, con una sonrisa, rompió el silencio.
—¿Recuerdas la primera vez que hablamos aquí? Yo no estaba seguro de nada, ni de mí mismo. Y ahora… —se detuvo, tomando aire—, me siento más fuerte que nunca.
Pedri asintió, mirándolo con una calidez que sólo reservaba para él.
—Siempre has sido fuerte, Gavi. No solo en el campo, sino también aquí —dijo, tocándose el pecho, indicándole el corazón—. No tienes idea de lo orgulloso que estoy de ti.
Ambos se miraron, sin necesidad de palabras para entender la profundidad de lo que compartían. Era una conexión que iba más allá del fútbol o de cualquier cosa que los rodeara.
Después de un rato, Gavi, con una mezcla de nervios y determinación, decidió hablar.
—Pedri… —empezó, buscando las palabras adecuadas—. No sé cómo explicar lo que siento, pero lo que hemos pasado, el tiempo, las noches en el hospital… creo que nunca había sentido algo así. No me imagino mi vida sin ti.