Con el paso de los días, Pedri se armó de valor. Empezó a abrirse con sus compañeros más cercanos en el equipo, aquellos en los que sabía que podía confiar, y con la psicóloga a su lado, también decidió hablar con los responsables del club. Fue un proceso difícil, cargado de emociones y recuerdos dolorosos, pero cada confesión era un paso hacia su liberación.
Para su sorpresa, el club lo apoyó. Le ofrecieron ayuda legal y emocional para enfrentar a su tío y proteger su seguridad. Lo que había temido tanto tiempo —las represalias, el juicio de los demás— se transformó en una red de apoyo que lo sostuvo y le dio fuerzas. También le ofrecieron un lugar donde quedarse, lejos del alcance de su tío.
Finalmente, una tarde, después de semanas de sanar y de armarse de coraje, Pedri sintió que era el momento de enfrentar a Gavi. Sabía que había sido injusto con él, que lo había dejado lleno de dudas y dolor. Y aunque temía que Gavi no quisiera volver a verlo, también sentía que él merecía la verdad.
Quedaron de verse en un parque, en un rincón tranquilo lejos de la gente. Cuando Gavi llegó, sus miradas se cruzaron con una mezcla de nostalgia y tristeza. Pedri notó que Gavi había adelgazado un poco, como si todo aquel tiempo de incertidumbre y dolor hubiera dejado una marca en él.
—Gracias por venir, Gavi —murmuró Pedri, sintiendo que las palabras se le atascaban en la garganta.
Gavi asintió, observándolo con una mezcla de curiosidad y desconfianza.
—Tenía que escucharte —respondió, con la voz apenas un susurro—. Pero necesito que seas sincero, Pedri. No puedo soportar más mentiras.
Pedri asintió, y respiró hondo antes de comenzar. Le contó todo: las amenazas, el abuso, el miedo que había sentido cada vez que se veía atrapado entre su amor por él y la furia de su tío. Gavi lo escuchó en silencio, sin interrumpirlo, y mientras las palabras de Pedri fluían, la tensión en su rostro empezó a disolverse. Comprendía ahora el dolor oculto que su compañero había soportado en silencio.
Cuando Pedri terminó, el silencio entre ellos fue profundo, cargado de emociones. Finalmente, Gavi tomó una profunda bocanada de aire y se acercó a él, tomando sus manos con firmeza.
—Lo siento tanto, Pedri… lo siento por no haber entendido, por no haber visto lo que estabas pasando. Pero… gracias por contarme la verdad.
Pedri sintió un peso enorme liberarse de su pecho. Aunque no sabía qué sería de ellos en el futuro, en ese momento sintió que, por fin, podía ver una luz en el camino.
—No tienes nada que disculparte, Gavi. Yo fui quien te falló. Pero si me dejas… si me das una oportunidad, quiero reparar lo que rompí. Quiero que seamos lo que éramos, sin miedo ni secretos.
Gavi lo miró, con una sonrisa suave en los labios, y en ese instante supo que ambos estaban dispuestos a comenzar de nuevo. Habían soportado más de lo que alguien tan joven debería, pero juntos, con apoyo y sinceridad, sabían que podrían construir una relación más fuerte, libre de los fantasmas del pasado.
Gavi apretó las manos de Pedri, sintiendo el calor que tanto había extrañado. Había dolor en sus recuerdos, sí, pero también amor. Un amor que había sobrevivido a las sombras y a las mentiras, y que, ahora, resurgía más fuerte.
—Te doy esa oportunidad, Pedri —dijo, con voz firme—. Quiero construir algo nuevo contigo, sin nada que nos detenga.
Pedri, conmovido, asintió y, sin pensarlo demasiado, lo abrazó. Fue un abrazo largo, lleno de promesas y de esperanzas renovadas. Ambos sabían que aún quedaba mucho por sanar, pero ya no estarían solos en el proceso. Tenían la confianza del uno en el otro, y eso era todo lo que necesitaban.