Pasaron los meses, y con cada día que compartían, Pedri y Gavi se sentían más en paz consigo mismos y con el vínculo que habían recuperado. Aprendieron a reconocer sus diferencias y a valorarlas, construyendo algo más fuerte y sincero, basado en la aceptación y el respeto mutuo. Su relación era más que una simple amistad; era una conexión profunda, un refugio que ambos apreciaban en medio del torbellino de sus vidas como jugadores.
Un día, después de un partido importante, los dos se encontraron en el vestuario, agotados pero felices por el triunfo. Mientras sus compañeros celebraban alrededor, Gavi se acercó a Pedri y le dio un suave golpecito en el hombro, sonriendo.
—¿Te apetece dar una vuelta? —le preguntó, como si fuera una simple invitación.
Pedri, sin dudar, aceptó. Ambos salieron juntos, dejando atrás el ruido de la victoria para encontrar un espacio más tranquilo. Caminaron por las calles iluminadas de la ciudad, sintiendo el frescor de la noche y disfrutando de la compañía del otro en silencio. Sin palabras, comprendieron que aquel momento era especial, un recordatorio de que su relación había superado las pruebas más difíciles.
Se detuvieron en un pequeño parque, donde el murmullo de las hojas y la calma de la noche los envolvieron. Gavi se giró hacia Pedri, mirándolo con una seriedad que contrastaba con su habitual jovialidad.
—Gracias por no rendirte conmigo, Pedri. Sé que te fallé, y podría haber perdido todo. Pero tú... tú me diste la oportunidad de enmendar mis errores y de encontrar algo en nosotros que no estaba dispuesto a perder.
Pedri lo miró, sintiendo una calidez en su pecho. Había sido un viaje largo y complicado, pero en ese momento, se sintió agradecido de haber seguido adelante. A pesar de las dificultades, ahora entendía que lo que tenían era algo irremplazable.
—Tú también me diste mucho, Gavi. Me enseñaste que no importa cuán oscuro sea el camino, siempre hay una forma de encontrar la luz. Quizás el pasado dolió, pero sin él, no habríamos llegado hasta aquí.
Ambos se sonrieron, y en ese instante, el tiempo pareció detenerse. Sin necesidad de palabras, comprendieron que, pase lo que pase, siempre estarían ahí para el otro. No sabían lo que el futuro les deparaba, pero estaban dispuestos a enfrentarlo juntos, con la certeza de que su vínculo, ahora más sólido que nunca, los guiaría en cada paso.
Mientras la noche avanzaba, caminaron de vuelta, dejando atrás el parque, sabiendo que habían encontrado en el otro no solo a un compañero, sino a un aliado para toda la vida.
Pedri y Gavi se quedaron un momento en silencio, la brisa nocturna acariciando sus rostros mientras se miraban, ambos entendiendo la profundidad de sus palabras. Gavi, con una mezcla de timidez y valentía en los ojos, dio un paso más cerca, sus manos temblando ligeramente al alzar una hacia el rostro de Pedri.
Pedri lo miró, sin apartarse, dejándose llevar por el momento. No había necesidad de palabras ni de explicaciones. Todo lo que sentían, todas las dudas, todos los temores, parecían desvanecerse en ese instante. Gavi, respirando hondo, acercó su rostro al de Pedri y, con suavidad, posó sus labios sobre los de él en un beso tierno y sincero.
Ese beso fue como una promesa muda, un pacto entre ellos. No había dolor, no había reproches, solo el calor de dos personas que, a pesar de todo, se habían encontrado y elegido. Los miedos y las heridas pasadas parecieron disiparse con ese simple gesto, reemplazados por una sensación de paz y esperanza.
Cuando se separaron, ambos sonrieron, sintiendo que finalmente habían encontrado lo que tanto habían buscado. Gavi acarició el rostro de Pedri una última vez antes de entrelazar sus manos.
—Gracias por estar aquí, Pedri. Por seguir creyendo en mí… en nosotros.
Pedri le apretó la mano, sus ojos brillando bajo la tenue luz de la noche.