Chiara:El sonido de las turbinas del avión bajando las revoluciones de giro momentos antes de tocar suelo me hace suspirar y ponerme firme en el asiento, siendo consciente del estado de total intranquilidad en el que he pasado la hora escasa de vuelo que separa Barcelona del aeropuerto de mi ciudad de origen.
El jaleo que montan el resto de los pasajeros a mi alrededor, apresurados en la tarea de recoger sus bártulos, intentar rescatar las maletas de mano del guarda equipajes y colocarse en una fila inmóvil en el pasillo central, me señala entre todos ellos, aparentemente la única dentro del grupo que no tiene ningún tipo de prisa por bajar del avión. Aprovecho los minutos de tensa espera, mientras la gente que me rodea comienza a desesperarse por lo que interpretan como un tiempo excesivamente largo hasta que las puertas se abren, para devolver a la vida mi móvil después de que las señales luminosas del techo me den permiso para hacerlo.
Lo primero que llama mi atención es un mensaje aséptico de mi hermana, informándome de su intención de recogerme en la terminal para ser mi taxista particular de camino a casa. ¿Casa? ¿Sigue siendo esta mi casa? Prefiero no pensar en ello antes de tiempo. Por eso no me molesto en contestar, y deslizo el dedo por la pantalla hasta encontrar una conversación todavía por estrenar, un nombre de contacto creado por mí hace menos de veinticuatro horas, en el momento de las despedidas que me sacó de un piso dentro del cual aún no tengo muy claro lo que sucedió.
El nombre de Violeta, reluciente, novedoso, ilusionante como ningún otro, me lleva a caer sin remedio, como arrastrada por un remolino de ensueño, en un flashback que he repetido en mi cabeza lo menos quince veces sin cansarme por ello.
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- ¿Qué día vuelves, entonces?La tenue iluminación del portal, que se cuela por la puerta entreabierta del piso de Violeta, es la única fuente de luz que nos permite orientarnos en el espacio y distinguir dos sonrisas tan tímidas, tan nostálgicas sin habernos separado todavía, que me es inevitable rozar la suya con la punta de los dedos.
- El domingo por la noche me tienes por aquí – y es tan, pero tan suave, que el deseo de repetir el contacto de su boca sobre la mía se agiganta en mi pecho, cortándome hasta la respiración.
- Se me va a hacer raro no verte durante dos noches seguidas – es mi turno de ser acariciada, porque al parecer su estado no se aleja mucho del mío, o al menos eso me jura su mano derecha recorriendo con ligereza mi mejilla izquierda – Soy una intensa, perdona, ni que te fueras un año...
- Violeta – no dejo que se regodee en su vergüenza, porque para sorpresa de nadie, el pensamiento es compartido – Yo también voy a echarte de menos.
- ¿Sí?
No puede ser que la misma persona que se ha lanzado contra mi aliento hace media hora se comporte ahora así, como si todo lo pequeño que es su cuerpo quisiera hacerse visible en el tono casi imperceptible de su voz, uno que me está haciendo desear no salir de este piso por lo que queda de noche.
- Claro que sí. Pero ahora voy a tener que irme, debería intentar dormir algo porque va a ser un finde duro.
Ella solo asiente, la obligación impuesta que nos cae encima reflejada en el profundo descontento que brilla en sus iris ante la idea de verme marchar. Yo me limito a abrazarla, más fuerte y más cerca que ningún otro día, queriendo escapar de su color café simplemente porque de no hacerlo, voy a declararme dispuesta a perder un avión. Dejo sobre su pelo un beso cargado de todo el bienestar que me llevo de esta casa, acompañado de un "nos vemos, Violeta", susurrado más que otra cosa.