Chiara:Mierda, mierda, mierda, no se puede ser tan lenta en esta vida. No puedo entender cómo queda nada más que media hora para tener que estar en el portal, si yo he empezado a prepararme con tiempo justamente para evitar las prisas en una tarde en la que no me conviene ponerme nerviosa.
¿Será que he tardado demasiado en ducharme? Debe de ser eso, pero tampoco puedo jurar que me arrepienta. Hacía mucho tiempo que no montaba un concierto privado en el baño, con el secador como micrófono y la toalla enrollada alrededor del cuerpo. Ahora que lo pienso, ni recuerdo cuando fue la última vez que me descubrí así frente al espejo, los ojos brillantes y los labios tarareando en un tono quizá un poquito elevado para el gusto de mis vecinos las canciones que me lanza el reproductor como si fueran pelotas de tenis listas para golpear.
La pantalla de ese mismo móvil es la que me advierte de que la cuenta atrás se acerca a zona roja, en el momento en el que se ilumina para dejar paso a una videollamada que llega desde Menorca. Paula ha debido de leer mi petición de socorro, y conociéndome, ha preferido hablar conmigo en vivo y en directo para no hacerme perder minutos de más tecleando respuestas desesperadas.
- ¿Qué haces todavía en bolas, Kiki? ¿Has decidido conquistar con tus encantos naturales a tu vecina? – ahí está, Paula en toda su esencia.
- Mira, si pretendes ayudarme así ya te estás metiendo la lengua en el culo – suelto yo, mientras casi patino deslizándome por el pasillo a toda velocidad, mis pies y mi pelo aún levemente mojados, hasta quedar frente a frente con mi peor enemigo de esta tarde: el armario – Y yo no quiero conquistar a nadie, deja de decir eso.
- Claro, por eso llevas todo el día dándole vueltas a qué vas a ponerte para tu cita.
- ¡Que no es una cita! – y ya no sé cómo se lo tengo que decir, porque parece que las veinte afirmaciones de este estilo que le he dirigido por mensaje le han entrado por un oído y le han salido por el otro.
- A ver, céntrate y enfoca al desastre que tienes ahí dentro – veo como se acerca todo lo que puede a su cámara frontal, dispuesta a husmear entre mi ropa en la distancia mientras yo resoplo por la forma que siempre ha tenido de sacarme de quicio.
Diez minutos después, diez vueltas sobre mí misma evaluándome ante el espejo, parece que tenemos un ganador. Vaqueros y top de tirantes negros, camisa blanca abierta por encima, y mis zapatillas de la suerte. Y yo no sé por qué de repente me importa tanto la ropa que cubre mi piel, si durante las noches que hemos recorrido Barcelona nuestro aspecto físico ha ocupado el último lugar en la lista de prioridades compartidas. Será que lo de hoy, por mucho que no quiera reconocérselo a mi mejor amiga, se siente diferente. Pero que sea diferente no lo convierte en una cita, ¿verdad?
- Estás guapísima, deja de comerte la cabeza– la voz de Paula, que asiente a sus propias elecciones con una sonrisa convencida, me aparta por fin del cristal para hacerme levitar hasta el salón, donde recojo las llaves y la cartera antes de despedirme de ella- A ver si me pasas una foto suya, porque hija, tanto secretismo me está desesperando.
- ¿Qué dices, Paula? – se me ha secado tanto la boca al mirar el reloj de la cocina y comprobar que quedan solo cinco minutos para tener a Violeta delante, que he dejado de prestarle atención.
- Una foto de Violeta. Sabes lo que es eso, ¿no? Sirve para que pueda ponerle cara a la chica que te tiene tan tonta.
- Te he dicho veinte veces que no tengo ni su teléfono ni mucho menos sus redes sociales, ¿ahora eres sorda?