Violeta:- Muchísimas gracias, Chiara, no tenías por qué hacerlo.
- Lo sé, ha sido un impulso imparable, la verdad.
No sé si me puede más que haya aparecido a la una de la madrugada con este regalo en el que ahora no puedo evitar hundir la nariz para reconocer su perfume, o que me diga con toda la calma del mundo que ha sentido la necesidad de traerlo al ser consciente de mi invitación de encontrarnos aquí, en esta azotea que ningún otro vecino parece utilizar.
Tampoco me da tiempo a pensarlo demasiado, porque de pronto, la morena de ojos verdes que hasta el momento permanecía frente a mí, ha decidido abandonar su lugar de observación de anoche para sentarse a mi lado, a una distancia prudencial, pero apoyándose sobre la misma pared de ladrillo rojo que sostiene mi espalda. Y su movimiento arrastra otro tipo de olor, una mezcla de aquel que debe de provenir de su piel y la fragancia de mil flores impregnadas en su ropa. Es un olor tan característico, que creo que a partir de ahora lo podría identificar sin dudar más de dos segundos.
Y aquí estamos una noche más, realmente la segunda en la que coincidimos, si dejamos de lado el choque fortuito en el garaje. Parece una especie de costumbre todavía en pañales el hecho de que el silencio se cuele sin dificultad en la conversación, pero a las dos parece agradarnos el permanecer así, escuchando con atención la ausencia de palabras, la ausencia de movimiento.
Esta vez, sin embargo, la pausa dura menos, porque Chiara desvía la mirada al movimiento de mis dedos, que aun juguetean con el esqueje de color morado, frunciendo el ceño en el proceso.
- ¿Qué les ha pasado a tus manos? – cuestiona, haciendo que por un segundo yo tenga que tomar la misma dirección, intentando comprender que le ha llamado tanto la atención.
- Ah, no es nada – y lo descubro al fijarme en las pequeñas manchas grisáceas que han quedado desperdigadas sin orden ni concierto sobre mi piel – Es por los líquidos de revelado, manchan un poco si no tienes cuidado.
Tardo un par de segundos en alzar la vista, distraída en frotar las marcas más grandes contra el pantalón para hacerlas desaparecer, pero cuando lo hago, veo como la cara de la mujer que tengo delante ha pasado a ser la de una persona concentrada al máximo en resolver un enigma aparentemente inexplicable. Sus rasgos pasan del más profundo desconcierto, a la conexión de ideas, para finalmente dejar sus ojos verdes abiertos al máximo clavados en mí, intimidándome un poco al ser consciente de la profundidad que parecen albergar.
- Claro, eso es - y parece que ha encontrado el santo grial por lo menos, porque de pronto sonríe encantada de haberse conocido– Es un cuarto de revelado...
- ¿Cómo? – y yo, intuyendo por donde pueden ir los tiros, pretendo que se explique mejor mientras copio con menor intensidad su sonrisa inocente.
- La luz roja que se enciende de noche, has sido siempre tu. No sabes lo intrigada que me tenía, se me han pasado todo tipo de posibilidades por la cabeza.
No puedo más que reírme a carcajadas, porque por el tono que ha utilizado, tengo bastante claro que tipo de opciones ha valorado su cerebro insomne. Es todo un caso la chica que tengo delante, me han bastado dos ratos para darme cuenta.
- ¿Decepcionada?
- Para nada – y me regala una última mueca de complacencia antes de bajar la mirada al suelo para atreverse a preguntar algo más personal sin utilizar signos de interrogación – Supongo que eres fotógrafa, entonces.
- Bueno, eso es mucho decir – y yo niego con la cabeza, algo tímida de pronto, copiando su gesto y centrándome en observar los cordones de mis zapatillas – Trabajo en un estudio pequeño, nada artístico, ya sabes.