Violeta:- Es que no lo sé mamá, ¿no será mucho para mí sola?
- Cariño, es lo que siempre has querido...
La voz de mi madre, tranquila y reconfortante como sólo saben serlo las voces de las madres, acompaña mis pasos en esta tarde calurosa de lunes en la que me apresuro para llegar a mi destino antes de quedar, otra vez, como una tardona no suscrita a la puntualidad.
- Ya, pero me da un poco de miedo lanzarme con algo así, suena como muy definitivo - quizá ese sea el principal temor que me invade al pensar en la elección que se plantea delante de mí desde esta mañana, una intersección que no esperaba tener que enfrentar, y que ahora, se muestra reacia a salir de mi cabeza.
- ¿Qué opina la tal Chiara de todo esto? - y no puedo hacer nada más que reír, incrédula por la forma que tiene mi madre de conocerme incluso sin que yo le haya contado nada todavía de los recientes avances con mi vecina. Transparente para ella, siempre lo he sido.
- No lo sabe aún - yo me limito a echar un vistazo al reloj, comprobando que no voy tan tarde como pensaba porque el letrero del lugar en el que he quedado con la morena dentro de exactamente un minuto ya se distingue al doblar la esquina - Voy a contárselo justo ahora.
- Por lo que me has hablado de ella seguro que te apoya, no como Miriam, que parecía un dementor, siempre tan negativa y viendo el lado complicado de las cosas, hija, que paciencia.
- ¡Mamá! ¿Desde cuándo sabes hablar como un mago de Hogwarts? - me carcajeo por el desparpajo que maneja a pesar de su edad, solamente para ampliar mi sonrisa en el momento en que distingo una figura magnética como pocas apoyada contra el muro del local del que solo me separan veinte pasos, envuelta en un juego de luces y sombras que me hace suspirar, echando de menos más que nunca la analógica que me permitiría guardarme su imagen para la posteridad aprovechando que no me ha descubierto todavía.
- Desde que tu hermana no hace más que ponerme las películas después de cenar.
- Vaya dos. Oye, voy a dejarte, ¿vale? Mañana te llamo y hablamos, dale un besito a papá.
El sonido de la serie de besos volados que lanza contra el micrófono del teléfono, justo después de soltar un "saluda a Chiara de mi parte" que no pienso cumplir, me acompaña al cruzar el paso de cebra que supone la última barrera que me separa de una inglesa que ya me sonríe de vuelta sin cambiar su posición, gafas de sol rojas actuando de diadema y los ojos tan brillantes como el sol tardío de los atardeceres que anteceden al mes de mayo.
- ¿Quiere decir algo que me hayas citado en una biblioteca después de la peli que vimos ayer?
Eso, y ninguna otra cosa más convencional, es lo primero que pregunta al tenerme delante, haciendo referencia al rato que compartimos de madrugada después de separarnos justo antes de cenar. Hora de recogerse poco acostumbrada entre las dos, aunque necesaria después del arrase emocional que Chiara traía atravesado de Menorca. Separación que fue únicamente física a pesar de todo, porque las dos, desveladas como siempre y tontas como nunca, acabamos reproduciendo a la vez, cada una en su propio sofá, la película a la que acaba de hacer alusión.
- Tiene una explicación mucho más terrenal, siento decirte - la desengaño yo con cierta ironía fingida, mientras cumplo el mandato de abrazarla con fuerza como saludo, a lo que corresponde sin dejar de intentar averiguar qué hacemos aquí.
- ¿Y vas a contármelo pronto o ya cuando salgamos sin que yo me entere de nada?
- Eres una impaciente - la forma que tiene de alzar las cejas, revelando lo evidente, me indica que no piensa darse por vencida - Quiero sacar un par de libros técnicos de fotografía para desoxidar un poco lo que estudié en la universidad.