Capítulo 46

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Ezra

Max hace guardia al lado de Chantrea, sentado a sus piernas, secando las lágrimas que caen por sus mejillas. Ellos perdieron a una hermana y la perdieron de la peor manera. Victima de esta absurda situación que no tiene pies ni cabeza. Y ahora Max y yo no solo debemos lidiar con la perdida de Halley, sino también con la perdida de Trea, quien ha entrado, según palabras de Leibda, en un estado similar al que llevamos a Lucifer, lo que quiere decir que podría dormir por días o por meses.

¿Qué cómo llego a ese estado?, bueno, podría definirlo como pura insensatez. No solo el absorber los poderes de Vienne le generaron un desequilibrio, sino que al convertirme en semi dios, dejo más de la mitad de su poder, el resto fue el gasto emocional que la muerte de Halley le causo.

¿Cómo me debo sentir?, simple, como la peor basura.

Teníamos un plan, la veía tan entera, lista para pelear cualquier guerra que nunca pensé que estaría mal.

Cuando supe de la muerte de Louis, no pregunte como estaba, solo sentí una especie de alivio porque no tendría que hacerlo yo.

Y no sé cómo tomar esta nueva situación. Pareciera que solo estoy siendo un personaje secundario que escucha, pero que no entiende que es lo que esta sucediendo mientras la ira se teje dentro de mí volviéndose algo difícil de apagar. Es gasolina esperando el primer chispazo para explotar... un volcán soltando fumarolas, avisando que evacuen antes de que la lava los someta.

Si Trea no vuelve, mi ira los matará a todos.

Una bomba a punto de explotar.

Escucho con atención todo lo que Leibda y Aidhen dicen mientras mi mirada se concentra en Trea que pareciera que de verdad solo esta durmiendo. Sigue manchada de sangre y quisiera limpiarla, deseo borrar toda la sangre, todo el dolor. Quedarme con la ultima gota de su corazón roto, sanarlo. Su dolor es mi dolor y si ella sufre, carajo, yo sufro aún más.

—Ella tiene mi lealtad —asegura Leibda por quinta ocasión en lo que va de la conversación.

—Tanta lealtad le tienes que no le dijiste que eras un Dios, y no cualquiera, el maldito Dios de la guerra —suelto con la lengua envenenada.

¿Qué me ha detenido de romperle la cara?, la única persona por la que estoy haciendo todo esto; Trea. Si acabo con la vida de este sujeto, Trea no estará feliz y yo nos habré metido en más problemas.

Leibda sonríe. Y de verdad sigo sin entender como un Dios que es líder en las guerras pareciera tan cálido. Es lo mismo que con Griar, tan sonriente, siendo la deidad de la discordia.

—No era el momento para decirlo —Leibda bebé más del té—, si lo hacia ella buscaría el modo de utilizarme en su favor. La historia hubiera tomado un rumbo distinto. —sus ojos se fijan en mí y veo los destellos del desafío en ellos—, Tu ya estarías muerto.

Casi puedo escuchar como si alguien dentro de mi quitará el botón de seguridad, puedo oler el humo, sentir la ira vibrar en mi interior.

—¿A qué te refieres? —gruño acercándome a él. Será un dios y lo que el quiera. Pero yo soy un jodido semi dios y un maldito demonio que puede hacer crujir su cabeza entre mis garras.

—Que si lo hubiera hecho ella me hubiera elegido y tu estarías fuera de la ecuación —se pone de pie.

Veo como Aidhen se levanta junto a él en un intento por hacerle frente, pero es demasiado tarde, mis manos corren a los lados de su bata dorada que le encanta usar dando ese aspecto de tranquilidad y pureza. Una mierda. Eso es una mierda en realidad.

Un trato con los ángeles (2da parte) |TERMINADA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora