Capítulo 30

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Ezra

—Confiesa tus pecados, hijo mío —Asmodeo continua el juego.

—Últimamente muchos pensamientos asesinos me acechan, padre —confieso.

—¿Cómo son esos pensamientos? —se reacomoda en el cojín y este cruje. Mi nariz se llena del aroma a cigarrillo que ha encendido.

—Son diferentes, pero todos terminan con la cabeza de mi querido tío en mis manos, el método siempre cambia, pero el resultado es el mismo.

—¿Y crees que eso me asusta? —su tono de voz cambia al desinterés puro.

—Pero no estoy buscando asustarte, Asmodeo —sonrío—, velo como una lectura gratuita de tu futuro. Me gusta el ojo por ojo que tanto predicas, quiero probarlo y que lo pruebes, claro.

—¿Y lo piensas hacer aquí? —suelta una risilla burlona.

¿De verdad me esta preguntando si estoy dispuesto a atacarlo en público?

Carajo, sí. Por Chantrea soy capaz de todo, de cualquier cosa.

Es verdad que, en el mundo celestial, demoniaco y mágico, tenemos reglas que nos rigen en cuanto a la visibilidad que mostramos al mundo humano, esto con el fin de que los humanos no sepan de la existencia de ninguno de los campos, pero también es verdad que a muchos demonios les gusta ir al reino humano a dar un poco de espectáculo y entretener a los sacerdotes. Sorpresa. Los exorcismos no sirven, de hecho, no tienen las palabras correctas, pero es divertido para los demonios hacerlo, otras veces es simple esquizofrenia mal tratada, pero no entraremos en detalles.

En conclusión, sí, ¿qué si daré un espectáculo en este maldito recinto celestial solo para castigar al culpable de que mi mujer este convaleciente?, así es.

Dejo liberar los zarcillos de sombras lentamente, dejando que atraviesen la madera que nos separa. No va a tener miedo a las sombras, viene de ellas, simplemente es un medio de distracción.

Muevo mi cuello de un lado a otro, cada gota de sangre que tuve de Chantrea, él la pagará, después de todo, mi querido tío ha olvidado un pequeño e insignificante detalle; acaba de herir a su reina, no lo hizo directamente, pero conspiro para que así se llevará a cabo y las reglas en la hueste son tan sencillas como complejas:

"Aquellos que hocen conspirar contra el rey o reina en turno, su consorte y progenie será castigado con la muerte y maldiciones consiguientes. Esto no exime a los siete grandes ni a los cuatro caballeros. Todos serán juzgados bajo el mismo yugo y mandato".

—¿Crees que me asustas? —su voz se hace fuerte, más furiosa.

El humo a cigarrillo comienza a hacerse visible en todo el lugar dando pie a los cuchicheos de afuera que se quejan amargamente del olor y juzgan.

—Repito, tío —suelto un suspiro—, no estoy aquí para asustarte.

Obligo a mis sombras a tomar sus piernas cual cadenas, jalándolo fuera del confesionario, escucho como su cuerpo golpea contra la madera, hasta que los gritos ahogados de la multitud de afuera me hacen consciente de que ha salido. Salgo de la privacidad del confesionario viendo como se coloca de pie.

Sacude su habito negro con sus manos, pasa su mano por su cabello negro. Ahí esta su verdadera imagen, la que tanto encanta a los humanos; hombres y mujeres por igual: su cabello negro brillante, lacio y bien peinado, sus ojos verdes relucientes que te seducen e hipnotizan, esa piel lechosa tan bien cuidada, los labios tentadores y carnosos, la nariz perfecta, siendo la tentación en persona.

Un trato con los ángeles (2da parte) |TERMINADA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora