heridas

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No había nada que Katsuki disfrutara más que una buena pelea. Esa adrenalina, ese fuego que le llenaba las venas cada vez que se enfrentaba a un villano y ponía su vida en juego… Para él, ese era su elemento. Pero había algo más, algo que prefería aún por encima del enfrentamiento, aunque no se lo admitiría a nadie: los momentos que venían después.

Porque, tras cada misión, después de la batalla y las explosiones, siempre había alguien esperando a Katsuki en casa. Alguien que sabía exactamente cómo recibirlo. Alguien que, a pesar de regañarlo, lo esperaba con la mirada atenta y las manos preparadas para limpiar cada corte, cada rasguño, cada golpe.

Izuku.

O Deku, como él siempre la llamaba, solo para verla sonrojarse y lanzarle alguna mirada entre divertida y frustrada. Era una contradicción viviente: tan dulce y cuidadosa en cada toque, y a la vez, con esa fuerza interna que siempre le había fascinado. Y aunque era su pareja desde hacía ya varios años, Bakugo nunca se acostumbraba a esa sensación de llegar a casa y verla esperándolo, con los brazos cruzados y esa mezcla de preocupación y reproche en su mirada.

Esa noche no fue la excepción. Cuando Bakugo entró en el departamento, sus hombros aún doloridos por los golpes y un rasguño fresco en la mejilla, supo que ella ya lo había notado.

—¡Katsuki! —exclamó Izuku, con un suspiro al ver su estado. Ella estaba en la cocina, pero al oír la puerta, dejó todo para correr hacia él, sus ojos pasando de la herida en su mejilla a las pequeñas manchas de sangre en su camisa.

Katsuki soltó una risa baja. Siempre le divertía cómo, a pesar de estar tan acostumbrada, Izuku seguía reaccionando como si él fuera de vidrio y pudiera romperse.

—Tranquila, nerd —dijo, con esa sonrisa de suficiencia que la ponía de los nervios—. Solo son unos rasguños.

Pero Izuku no le escuchó. Ya estaba guiándolo al sofá, haciéndolo sentarse mientras ella buscaba el botiquín en la estantería. Y ahí estaba él, como si fuera el paciente más obediente del mundo. Porque, en realidad, eso era lo que él esperaba cada vez que volvía. Le gustaba el juego de fingir que estaba “malherido”, de ver cómo ella fruncía el ceño y sus manos, pequeñas en comparación con las de él, lo atendían con la dedicación de quien cuida lo más importante en su vida.

—¿Sabes? Podrías, no sé, tratar de no romperte la cara en cada misión —le dijo Izuku, arrodillándose frente a él y limpiando con suavidad la herida en su mejilla. La gasa se tiñó de rojo mientras ella pasaba la tela con un toque firme, pero dulce. Katsuki no se inmutó. Al contrario, el contacto, la cercanía de ella, lo hacían sonreír, casi relajar.

—Si no me rompo la cara de vez en cuando, ¿de qué otra forma me vas a mimar? —bromeó, inclinándose ligeramente hacia ella, como un niño que busca atención.

Izuku le dio un pequeño empujón en el hombro, pero sus labios traicionaron su enojo al esbozar una sonrisa divertida.

—Idiota —murmuró, aunque había un brillo en sus ojos que no podía ocultar.

Katsuki observó su rostro, su cabello verde oscuro que caía en mechones desordenados mientras se inclinaba para alcanzar mejor sus heridas. Cada vez que ella le limpiaba una cortada o le colocaba una venda, él sentía una extraña satisfacción. Era como si, en esos momentos, el tiempo se detuviera, y el mundo exterior, con todas sus peleas y sus desafíos, dejara de importar. Solo existían ellos dos.

—¿Sabes qué es lo mejor de todo esto? —susurró él, inclinándose un poco más, hasta que su rostro estuvo lo suficientemente cerca como para sentir el leve aliento de Izuku sobre su piel.

—¿Qué? —preguntó ella, sin dejar de pasar la gasa por su mejilla, aunque su voz tembló apenas un poco al sentirlo tan cerca.

—Que te tengo a ti para hacerme sentir mejor. —Y, sin esperar respuesta, la atrajo hacia él, capturando sus labios en un beso lento y profundo.

Izuku no se resistió, pero sus manos, aún sosteniendo la gasa, se quedaron quietas sobre su mejilla, como si quisiera continuar con su tarea pero al mismo tiempo perderse en el beso. Era un beso lleno de calor, pero también de la suavidad que reservaban solo para ellos dos, lejos de las miradas y las expectativas de los demás.

Cuando se separaron, Izuku estaba completamente sonrojada, aunque intentaba disimularlo.

—¿Crees que esto te va a librar de una buena charla sobre cuidarte más? —le dijo, tratando de sonar seria, aunque la sonrisa en sus labios la delataba.

—Ah, por favor —replicó Katsuki, tomando sus manos y atrayéndolas hacia él—. Admito que soy un idiota… pero soy tu idiota. Y además, ¿no es verdad que te encanta cuidarme?

Izuku soltó una risa, bajando la mirada y dejando que él guiara sus manos hasta colocarlas en su pecho. Los latidos del corazón de Katsuki eran fuertes, constantes, y cada vez que lo tocaba de esa manera, ella recordaba por qué estaba allí, por qué, a pesar de todos sus desplantes y su actitud desafiante, lo amaba más de lo que había pensado posible.

—Sí, eres mi idiota —admitió al fin, acariciando su pecho con los pulgares mientras sus ojos se encontraban otra vez.

Katsuki bajó las manos hasta su cintura, atrayéndola un poco más cerca de él, hasta que pudo envolverla completamente en sus brazos. Le gustaba sentir su calor, la suavidad de su cuerpo contra el suyo, y ver cómo ella se relajaba, dejando de lado esa preocupación constante que siempre tenía por él.

—Dime una cosa, Izuku… —murmuró, bajando la voz, mientras sus manos trazaban lentos círculos en su espalda—. ¿Qué harías si llegara aquí todos los días sin ni un solo rasguño? ¿Me querrías igual?

Ella fingió pensar en la respuesta, aunque ambos sabían lo que diría.

—No estoy segura… —bromeó, inclinándose hacia él y rozando apenas su oído—. Pero por si acaso… trata de no romperte tanto, ¿sí?

Ambos rieron, y la risa de Izuku fue como una melodía suave en el silencio de la habitación. Katsuki bajó las manos lentamente hasta su cintura, y luego más abajo, dándole una pequeña nalgada, igual que ella había hecho en su hombro momentos antes.

—¡Katsuki! —chilló ella, sorprendida, pero sin poder contener la sonrisa.

—Así estamos parejos, ¿no? —le susurró él, con una chispa divertida en los ojos.

Izuku se quedó sin palabras, su rostro totalmente rojo, pero al mismo tiempo, sus manos se aferraron a sus hombros con más fuerza, atrayéndolo hacia ella. En ese momento, no había palabras, no había necesidad de explicarse. Porque ellos, a su manera, se entendían mejor que nadie.

Mientras se besaban, las heridas de Bakugo parecían no importar.

Oneshot's BakuDekuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora