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Había algo en los incendios que siempre ponía a Katsuki Bakugo en alerta máxima, pero no de la manera que uno podría esperar. No era el calor abrasador ni el caos que los envolvía a todos en momentos de emergencia. No, lo que realmente activaba sus sentidos era la posibilidad de que ella estuviera allí.
Izuku Midoriya.
Bombera. Implacable. Brillante y terriblemente optimista. Cada vez que sabía que un incendio requería de la intervención de su estación de bomberos, Katsuki sentía un nudo en el pecho. No solo porque odiaba verla en peligro, sino porque, maldición, no había forma de controlar cómo su cuerpo y mente reaccionaban cuando ella estaba cerca.
Esa tarde no fue la excepción. El centro de la ciudad ardía. Un viejo edificio estaba envuelto en llamas, y el equipo de bomberos se movía rápidamente para controlar la situación. A unos metros de él, Katsuki la vio, ajustando la manguera mientras organizaba a su equipo. El cabello verde de Izuku estaba recogido en una apretada coleta bajo el casco, pero algunos mechones sueltos caían por su rostro, pegados por el sudor y el calor.
Katsuki apretó la mandíbula, incapaz de apartar la mirada.
—¿Otra vez ella? —murmuró su compañero de trabajo, Kirishima, quien estaba junto a él con una sonrisa pícara.
—Cierra la maldita boca —gruñó Katsuki, sus brazos cruzados en un gesto defensivo. Intentaba parecer indiferente, pero el peso de su mirada seguía enfocado en ella.
Izuku se movía con precisión. Su equipo confiaba plenamente en ella, y había razones para ello: era hábil, valiente y siempre la primera en enfrentarse a lo peor sin dudarlo. Y por alguna razón que no podía comprender del todo, Katsuki odiaba y amaba eso de ella al mismo tiempo.
Kirishima le dio una palmadita en el hombro, riendo suavemente.
—Vamos, Bakugo. Es obvio que te gusta, y todo el mundo lo sabe menos tú.
Katsuki bufó, ignorando a su amigo mientras volvía a enfocarse en la situación.
El fuego estaba casi controlado, pero un grito llamó la atención de todos.
—¡Midoriya! —Un bombero se acercó corriendo—. Hay una fuga en el sótano. Podría explotar si no lo arreglamos pronto.
Izuku no lo pensó dos veces. Asintió y se dirigió rápidamente hacia la entrada del edificio. Pero antes de que pudiera llegar, una mano fuerte la detuvo, sujetándola firmemente por el brazo.
—¿A dónde demonios crees que vas? —La voz grave de Katsuki resonó, llena de frustración.
Izuku se giró para mirarlo, con la misma expresión decidida que siempre tenía cuando sabía lo que debía hacer.
—Tengo que asegurarme de que no explote —respondió ella con calma, aunque podía notar la tensión en su mirada. Sabía que Katsuki estaba preocupado, pero no había tiempo para discutir.