24. capítulo

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Anjana terminó su desayuno y se recostó en la silla. Alyan se había levantado hoy muy pronto. Al parecer tenía una reunión importante con alguien. Así que ella había desayunado sola. Si no estuviese lloviendo, saldría a pasear por el jardín como todas las mañanas, pero las nubes negras que cubrían el cielo parecían haber llegado para quedarse. Decidió ir a ver cómo iba la reunión. Bajó al despacho de su marido sonriendo feliz. Justo cuando iba a llamar antes de entrar, la voz de Alyan en tono de súplica la sorprendió.
-¡Tenemos que decírselo, Zuria!
Jana se paralizó por la impresión. Se obligó a quedarse quieta mientras escuchaba.
-No podemos seguir así-añadió el rey-no podemos seguir viéndonos a escondidas, ocultándonos como si fuésemos delincuentes.
-Tu esposa está a punto de parir, Alyan. No es buen momento para impresiones-objetó Zuria con voz razonable.
-Jana es fuerte, Zuria. No la perjudicará.
-No puedo, Alyan...no puedo ser la reina. Ya lo sabes.
-No hace falta que lo seas. Pero te necesito aquí, a mi lado. En palacio. Déjame decírselo, por favor.
Anjana esperó con el corazón a punto de parársele. Las lágrimas caían por sus mejillas y se apretaba la boca para no dejar que un sollozo escapara mientras esperaba la respuesta del hada.
-Está bien. Pero esperaremos a que nazca tu hijo-oyó.
La reina cerró los ojos, sorprendida por el dolor que la atravesaba. Un puñal hurgando en su corazón debía ser bastante parecido. Apoyó la mano en el picaporte de la puerta.
-Ven-decía su marido-deja que te abrace.
Anjana entró en el despacho y Alyan y Zuria se volvieron sorprendidos para mirarla. Estaban estrechamente abrazados y se separaron al verla.
-Jana-llamó el rey con precaución al ver su rostro desencajado-no es lo que estás pensando.
La chica intentó hablar, pero el nudo en su garganta no se lo permitía. Levantó una mano para que él se callara.
-Me voy-dijo en un susurro-no seré un estorbo.
-Jana, maldita sea, escúchame.
El rey avanzó hacia ella y la chica retrocedió un paso. Su rabia acumulada junto con el dolor que sentía,  se juntaron para formar un poderoso golpe de magia que lanzó contra los dos traidores. Nunca habría podido vencer al rey si no hubiese estado embarazada, pero, en este momento, la resultó muy fácil hacerles caer desmayados.
Retrocedió y salió del despacho cerrando la puerta. Se limpió las lágrimas y salió al pasillo.
-El rey ha ordenado que no se le moleste absolutamente por nada-dio la orden a Lyam.
-De acuerdo. Señora ¿estás bien?
Ella forzó una sonrisa.
-El pequeño pesa mucho ya, Lyam. Sólo estoy cansada. Creo que descansaré en mi habitación el resto del día.
-De acuerdo, majestad. Pediré que no te molesten.
-Gracias.
Ella se alejó y, en cuanto perdió de vista al capitán de la guardia, apeló a su magia para hacerse invisible a los ojos de los que estuvieran cerca. Así, consiguió salir del palacio.

En la casa de los vampiros, Breena estaba en el salón charlando con Alexia mientras André trataba de hacer dormir a la pequeña Sheely. La niña había resultado ser toda una brujita y, a sus 8 meses de vida, pasaba mucho más tiempo en brazos que descansando en la cuna. Además, había empezado a gatear hacía unos días, por lo que necesitaba continuamente a alguien detrás de ella. Damon estaba también en el salón, esperando delante de un tablero de ajedrez a que su hermano llegara.
-¿Dormirá alguna vez Sheely tan bien como lo hace Louis?-se quejó Bree.
Alex rió.
-Bueno, ya le lleva 8 meses de ventaja. Louis fue un ángel desde el principio.
-Me lo temía-murmuró Breena enfurruñada.
André bajó en ese momento y sonrió a su esposa.
-Conseguido-aseguró-al menos de momento.
-Gracias, André-la chica puso cara de sorpresa-¿no habéis oído algo?
Los vampiros, confundidos, negaron con la cabeza. Después de todo, los que tenían oído de vampiro eran ellos. Que un hada oyera algo y ellos no, sólo podía significar una cosa.
-Es un hada-afirmó Breena caminando hacia la puerta.
La chica abrió la puerta. Fuera, totalmente empapada por la lluvia y con aspecto de irse a desmayar en cualquier momento, estaba su amiga y cuñada.
-Anjana, pero……
La chica dio un paso y André que estaba ya detrás de su esposa la cogió justo antes de que cayera.
-Se ha desmayado, será mejor que avises al sanador, Alexia.
El vampiro subió al hada hasta la habitación que habían usado ella y Alyan y la tumbó en la cama. Breena, que corría detrás se sentó junto a ella.
-Está empapada, ¿qué diablos habrá pasado? ¿Dónde está Alyan?-preguntó nerviosa.
-No quiero verle-murmuró Jana abriendo los ojos.
-Jana ¿qué ha pasado?
-No quiero verle-repitió el hada sollozando.
-Pero...
André tocó en el hombro a su esposa.
-Enfermará si no se seca, Bree. Necesita ropa seca y calor. Ya habrá tiempo de preguntas.
El hada plateada asintió.
-Tienes razón. Sal para que pueda desnudarla. Y pide a Alexia algo de ropa, por favor.
-Ya estoy aquí-aseguró la reina entrando en la habitación-he avisado al sanador. Llegará en 10 minutos.
El sanador les dijo que tanto la reina como el bebé estaban bien. Le dio una infusión suave para que descansara y les recomendó que la mantuviesen rodeada de plantas hasta que pudiera salir al jardín.
-Lo que mejor le viene es el exterior-aseguró.
Los tres vampiros y el hada se miraron cuando el sanador salió de la habitación.
-Tenemos que llamar a Alyan-sugirió André.
-No-negó Breena-no hasta que sepamos qué ha ocurrido. Ella ha dicho que no quiere verle.
-Breena, tiene pinta de que Anjana ha escapado de su marido-señaló Damon.
-Por eso. Algo importante tiene que haber ocurrido.
-Él tiene derecho a...
Alexia se volvió hacia su esposo con puñales en los ojos.
-Una mujer escapa de su marido cuando hay un buen motivo para hacerlo, Damon. Como seguramente recordarás.
-Alexia…
-Esperaremos a que despierte y nos explique lo ocurrido-ordenó ella-y no hables de los derechos de Alyan o perderás los tuyos, cariño.
El rey entrecerró los ojos.
-Muy bien, esperaremos-aceptó.
Todos excepto Breena salieron de la habitación y Damon se acercó a su esposa para susurrarla en el oído.
-Te acabas de ganar unos azotes, esposa. Y creo que también necesitas que te recuerden por qué a ciertos derechos no se puede renunciar.
Alexia se estremeció de placer ante la promesa y André puso los ojos en blanco.
-Oh, por favor. Hay docenas de habitaciones en la casa. Buscad una.
-Buena idea, hermano-aseguró el rey mirando a su esposa con lascivia.
-No, Damon-ella rió y retrocedió un paso.
Damon la atrapó en un instante y los dos desaparecieron. André suspiró al oír el llanto de su hija. Adiós a la paz del hogar.

Anjana (Saga hadas 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora