15. capítulo

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Anjana estaba tan enfadada con Alyan que estuvo tentada de abandonar el palacio e irse a casa de sus padres. Curiosamente, fue Zuria la que la convenció de que no lo hiciera.
-¿Te has vuelto loca? No puedes irte-aseguró.
-No te metas, Zuria. No lo entiendes. No puedo quedarme con él.
-No se trata de que puedas o no, se trata de que tienes que hacerlo, Anjana. En primer lugar porque eres la reina, todos dependemos ahora de ti, en segundo porque, si Alyan vuelve y no estás, irá a buscarte y no quiero ni imaginar lo que hará. Y en tercer lugar, porque no tienes nada que temer, Anjana, el rey y yo no estamos enamorados.
-Nos oíste……
-Sí. Lo siento. Mi habitación está cerca. Y gritasteis.
-Mira Zuria, no sé qué hay entre vosotros pero……
El hada de melena violeta cogió la mano de la reina con expresión triste.
-Mi reina, el rey y yo somos buenos amigos. Pero te prometo que no hay nada de lo que piensas.
Jana se soltó del agarre de la chica y caminó hacia la ventana. Apoyó la cabeza en la cristalera y cerró los ojos. Al cabo de un momento, asintió.
-Me quedaré-susurró.
La siguiente semana pasó con lentitud. Por fin, seis días después de irse Alyan, llegó la noticia de la rendición de Akop. La alegría fue enorme y Anjana ordenó que se preparara un recibimiento especial para el rey y sus hombres.
Cuando las tropas entraron en la ciudad, todos estaban en las calles recibiéndolos. Anjana esperó en la puerta del palacio, junto a Zuria, sus propios padres y sus damas. Alyan desmontó de su caballo y subió las escaleras.
-Hola esposa-saludó acariciándole la mejilla.
-Bienvenido-respondió ella con voz firme.
-¿Me has echado de menos?
-Todos deseábamos que la guerra acabara-dijo, sabiendo que le había respondido eso mismo la última vez.
Alyan suspiró con exasperación. Luego la cogió de la cintura y la acercó a él para darle un beso breve en los labios. Después, saludó a todos los demás.
El día pasó muy rápido entre los visitantes y la gran cena que Anjana había organizado. Cuando por fin se retiraron, era muy tarde. Y el primer momento en que se quedaban solos.
La reina se escondió en el cuarto de baño en cuanto llegaron a la habitación. Habían pasado todo el día uno junto a otro, pero apenas habían cruzado unas palabras de cortesía. Ahora, no sabía cómo actuar.
-Ven a la cama, Jana-la voz de Alyan la sobresaltó-no puedes esconderte toda la noche.
La chica suspiró. Salió del baño y caminó hacia la cama sin mirar a su marido. Se sentó en la cama y se quitó el vestido por la cabeza. Luego se acostó y se tapó hasta el cuello. El rey la observaba apoyado en un codo, con expresión divertida. Sin dejar de mirarla, cogió la ropa de cama y la deslizó hacia abajo para descubrir a la chica hasta la cintura. Anjana trató de volver a subirla, pero el gesto de advertencia del rey la hizo quedarse quieta. Alyan sonrió.
-Buena chica-aseguró inclinándose para besarla.
Jana desvió la cara, de forma que él acabó besándola en la mejilla en lugar de la boca.
-O no tan buena-murmuró deslizándole los labios por el cuello.
Cuando su boca se cerró sobre un pezón, Anjana cerró los puños para tratar de mantenerse indiferente. Oyó la risa suave de Alyan antes de lamer una vez más el endurecido pezón.
-¿Aún estás enfadada, Jana?-preguntó.
-Me hiciste daño-respondió ella-me utilizaste como si fuera una...una...
El chico levantó la cabeza para mirarla.
-Cualquier otro hombre habría azotado a su mujer si ésta le amenaza con ir a buscar un amante, Anjana. Yo sólo te follé.
-Cualquier otra mujer habría abandonado a su marido si éste la obliga a vivir bajo el mismo techo que su amante-respondió la chica desafiante.
-Te dije que Zuria no es mi amante. ¿Qué tengo que hacer para convencerte?
-Dijiste que era alguien especial para ti. Dime por qué, Alyan.
-No puedo decírtelo.
Jana se revolvió hasta sentarse en la cama y le miró con toda la frialdad posible.
-Bien. Pues en privado no esperes nada de mí. Soy la reina y me comportaré como tal de cara a la galería, pero nada más.
-Muy bien. Si eso es lo que quieres, así será. Ahora, vuelve a acostarte y abre las piernas, mi reina.
-¿No has oído nada de lo que he dicho, Alyan?
-Parte de las obligaciones de una reina es dar al rey un heredero, querida.
-No voy a hacerlo, Alyan. Te aseguro que no voy a quedarme embarazada.
-No veo cómo vas a impedirlo. Quizás incluso ya lo estés.
La chica sonrió con seguridad.
-Eso no va a pasar.
El rey la miró con suspicacia.
-¿Cómo estás tan segura, Jana?-preguntó.
La expresión de él se había transformado de tal forma que Jana se levantó de la cama para alejarse. Se maldijo por ser tan bocazas. Se había metido en un lío muy gordo.
Jana retrocedió cubriéndose mientras Alyan, totalmente desnudo avanzaba hacia ella. Trató de correr hacia el baño, pero el rey usó su magia para inmovilizarla.
-Suéltame-pidió la chica asustada.
Estaba contra la pared, con los brazos cubriéndose los pechos mientras él se acercaba con lentitud. Cuando llegó hasta ella la cogió los brazos y se los puso a los lados del cuerpo.
-Sólo voy a preguntártelo una vez, Jana-advirtió él-y no quiero una evasiva. Quiero un sí o un no.
Deslizó la mano por su hombro para cogerle un pecho y acariciar el pezón con el pulgar.
-¿Estás haciendo algo para evitar quedarte embarazada?-preguntó.
-Alyan, libérame y hablemos con calma, por favor.
El chico pellizcó el pezón haciéndola lanzar una exclamación de dolor.
-Sí o no, Anjana-ordenó.
Ella le miró con odio.
-No voy a contestarte.
El rey negó con la cabeza.
-No deberías desafiarme, Jana-la liberó con un gesto-vístete.
Ella no lo pensó antes de correr hacia su vestido y ponérselo con rapidez. Alyan estaba también vistiéndose y ella empezó a preocuparse pensando qué estaba planeando. Eran casi las dos de la mañana. ¿Por qué estaban vistiéndose? El rey cogió el teléfono y marcó sin dejar de mirarla.
-Lyam. Ven a mi habitación en cuanto puedas, por favor.
El rey fue a la zona de estar y Anjana le siguió.
-¿Qué estás haciendo, Alyan?-preguntó.
-Será mejor que te sientes, esposa.
Ella obedeció. En seguida, se oyó una llamada a la puerta y la orden de Alyan para que entrara dejó pasar a Lyam.
-Siento molestarte a estas horas, Lyam-aseguró el rey.
-¿Qué necesitas mi rey?
-Necesito que vayas en persona a arrestar a Beck, el anterior prometido de mi esposa y le traigas aquí.
-¡No!-protestó la chica-no puedes hacer eso.
Alyan la miró un breve momento, luego devolvió la atención a su hombre de confianza.
-Si, para entonces, mi esposa no ha respondido a mis preguntas, quiero que lo ejecutes.
Una sensación de horror sacudió a Anjana. Le miró aturdida, sin saber si hablaba en serio o no. Sin saber si sólo estaba tratando de asustarla. Pero algo en el rostro de su marido le decía que no corriera el riesgo. Lyam, que se había repuesto de la sorpresa, se había dado la vuelta para salir de la habitación y Anjana corrió para interponerse entre él y la puerta.
-Señora-pidió él al verla en su camino.
-No será necesario Lyam-aseguró la chica.
Miró a Alyan y parpadeó para alejar las lágrimas.
-Contestaré a tus preguntas-prometió-pero deja a Beck fuera de esto. Por favor.
El rey pareció pensarlo. Luego asintió con la cabeza e hizo un gesto a Lyam para despedirle. El soldado inclinó ligeramente la cabeza antes de salir y dejarles solos.

Anjana (Saga hadas 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora