capitulo 6

401 71 1
                                    

Lynx.

La celda se abrió con un chirrido metálico que me hizo estremecer. No era la primera vez que veía esa puerta, pero sí la última, o al menos eso esperaba. Patrick, el soldado que me había tratado con algo de cortesía, me miró a través de las rejas.

-Quedas en libertad.

No pude evitar sentir un alivio momentáneo, pero la pregunta que había rondado mi mente por días salió de mis labios casi instintivamente.

-¿Ya llegó mi abogado?

Patrick hizo una pausa, y su expresión cambió ligeramente. No era bueno escuchar la respuesta que me dio.

-No, no ha llegado. Pero he conseguido juntar suficiente evidencia para confirmar que eres inocente.

Mis hombros se relajaron, aunque la tensión no desapareció por completo. Al menos sabía que podía salir de allí. Le agradecí con una pequeña inclinación de cabeza.

-Gracias, Patrick.

Él hizo una seña para que saliera de la celda, y sin dudarlo, caminé hacia la puerta, sintiendo un peso menos sobre mis hombros.

-Tenemos que ir a retirar tus cosas -dijo mientras me guiaba hacia el pasillo.

Caminamos en silencio hasta el área donde guardaban nuestras pertenencias. Unas cajas estaban apiladas, listas para ser entregadas. Cuando llegué, la mujer detrás del mostrador comenzó a entregarme mis cosas. Pero al revisar la caja, algo me hizo detenerme. No estaba allí.

-¿Dónde está mi palito? -pregunté con un nudo en la garganta.

La mujer me miró confundida, negando con la cabeza.

-Nadie tocó nada. Todo está allí como lo dejaste.

El pánico comenzó a formarse en mi pecho. La varita... mi varita... ¿Dónde estaba? Sin ella, no tenía forma de defenderme, ni siquiera de protegerme si los mortífagos me encontraban.

Patrick notó mi expresión tensa y frunció el ceño.

-¿Por qué es tan importante ese palo? -preguntó, alzando una ceja.

Respiré hondo antes de contestar, tratando de mantener la calma.

-Tiene un valor sentimental para mí. Es de mi perrito.

Me miró por un momento, pensativo, antes de responder.

-Voy a preguntar a los otros soldados si vieron algo sobre un palo pequeño. Quédate aquí.

Me dejó sola, y en cuanto sus pasos se alejaron, la ansiedad me invadió por completo. Me agaché junto a la mesa, susurrando palabras de magia, buscando la manera de que mi varita apareciera de nuevo.

-Ven aquí... Por favor... Accio -murmuraba, casi sin pensar. Mi corazón latía con fuerza, y la desesperación me hacía temblar.

De repente, escuché unos pasos firmes acercándose. Miré por encima del hombro y vi al coronel, parado allí, observándome con su expresión de desdén.

-¿Sigues hablando sola, pobretona? -dijo con una sonrisa burlona, como si lo encontrara gracioso.

Lo ignoré, mi mente completamente centrada en el hechizo. No podía dejar que nada me distrajera ahora. Mi varita era lo único que me mantenía en pie.

-¿No vas a dejar de hablar sola? -dijo de nuevo, más fuerte esta vez, acercándose. Su tono era aún más cargado de desprecio.

No le respondí. Seguí murmurando las palabras de magia, mientras sentía la presión en el pecho, la desesperación apoderándose de mí. No podía dejar que el coronel interfiriera. Necesitaba encontrarla.

Conección prohibida.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora