Cleo
Era una mierda.
Joder, que sí lo era.
Y Collins no estaba por ningún lado. A ese paso no me iba a sorprender enterarme de que se había lanzado de la terraza del edificio, pero esperaba que no fuera tan idiota.
Mire detenidamente la oficina. El escritorio relucía por la falta de uso, la alfombra apenas sucia y el bote de basura solo tenía tres cosas dentro: la factura arrugada de mi nuevo celular, una bolsa vacía de frituras sabor queso y la bolsa en la que venía parte del regalo de cumpleaños que le daría a Cole. El sofá aún tenía cierto olor a nuevo y que la luz que entraba por el gran ventanal se reflejara en sus asientos de cuero solo evidenciaba ese hecho. Arrugué la nariz. Apenas tenía diecisiete y ya habían declarado esta oficina como mía hacia menos de un mes.
Eso era lo que yo llamaba un auténtico desperdicio de vida.
Di otra vuelta al rededor del escritorio con ojo crítico. Llevaba varios días así. Desde que había terminado el colegio mi papá había decidido que debía ir más seguido a las empresas, porque, aunque él me hubiera enseñado todo desde pequeña, era bueno que me empezara a familiarizar, o eso decía él. De allí el porqué de esa oficina, pero desde que me la habían dado lo único que hacía era dar vueltas por ella, sentarme frente al escritorio, del lado del visitante, y observar detenidamente la silla en la que si me debía sentar.
Me negaba a hacerlo, eso implicaría tomar otra responsabilidad, eso significaba que mamá ganaba y no la iba a dejar ganar. Era como una protesta silenciosa. Y aunque mi firma ya había sido autorizada para que tuviera tanto valor como la de mis padres, nadie acudía a mí. Todos sabían que me negaba a hacer algo y los rumores de «irresponsable», ya hacían eco por todo el edificio. Solo esperaba que tardara en llegar a oído de mi madre, porque si se enteraba me mataba.
Eso y el tema de la universidad: no tenía una sola idea de que estudiar. Podía ir a la universidad que se me viniera en gana, a Harvard si quería, pero simplemente no tenía carrera a elegir. Me gustaba todo o nada me llamaba la atención. Y con ese pensamiento era que habían empezado las clases, llegado febrero, y yo simplemente me había perdido el primer año de universidad. Inconscientemente me lo estaba tomando como mi año sabático, tanto como para descansar como para lanzar el dado y elegir una profesión.
Mi papá decía que estudiara finanzas por dos razones: primero, era buena con los números; segundo, eso estaría bien considerando que era la única sucesora para hacerse cargo de Corporación Benimway. Un día todo eso sería mío, pero de verdad, que me dieran un tiempo. Quería hacer muchas cosas antes de meterme en una oficina. El que quería hacer era otra cosa de la que no tenía idea.
Mamá no opinaba al respecto. Ella era más de dejarlo a mi elección. Aunque, bueno, en lo más importante no me permitía decidir.
Otra vuelta más y me volví a detener viendo hacia la cuidad. El sol estaba por llegar a su punto más alto, haciendo sofocante el exterior y obviando que habíamos dejado atrás la primavera para dar paso al verano. Si enfocaba bien la vista podía ver mi reflejo de pies a cabeza. Hice una mueca. Odiaba los tacones. No, no, no todos los tacones. Esos en específico; eran duros, y de un horrible color lila chillón, que, aunque iban a juego con la blusa, yo odiaba ese color. Con resignación tomé el CD ya empacado de una de las sillas y salí.
Por el pasillo todo era muy ajetreado. Unos iban de aquí para allá con portafolios o carpetas en mano, hacia el elevador o buscando a mis padres, todos queriendo una firma o aprobación de su superior; el chico de la correspondencia, que no recuerdo cómo se llamaba, recibió un par de insultos por intentar ser amable. Eran tantos los tacones que se escuchaban contra el suelo que llegaba a ser perturbador. Tal vez por eso me negaba a asumir alguna responsabilidad. Era demasiado joven para querer meterme en ese mundo lleno de estrés laboral, quería vivir mi vida y tal vez, en unos años, asumiera la dirección de ese lugar. Pero mis padres eran jóvenes y podían controlarlo todo bien, no entendía porque insistían tanto en que yo empezara a formar parte de eso.
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La Espada de la Luna
WerewolfCleopatra no es una reina y definitivamente está muy lejos de serlo. Egoísta, problemática y manipuladora. Tres palabras para describirla recién llegada al Mundo Natural. Sin embargo, no muy lejos de su nuevo hogar la espera alguien cruel, salvaje...