2. El hermano secreto 🐺

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Cleo

Había estado en ese lugar antes. A veces estaba tan profundamente dormida que revivía el sueño como si hubiera sido la primera vez, en otras ocasiones era consciente de que era un sueño.

Estoy en medio de un jardín, un gran jardín alumbrado solo por la luz de la casa que sale por la puerta. No sé quién vive allí, pero papá se empeña en sacarme lo antes posible. Forcejamos, aunque la lluvia que nos cae lo hace todo un poco más difícil y resbaladizo. De repente, una de las ventanas estalla y mi madre sale volando por ella. Se estrella contra el árbol y la puerta de la casa se abre.

No sé por qué, pero no me da miedo, es como si supiera que eso iba a pasar en algún momento. Un hombre sale, no le veo la cara, pero sé que es anciano, aunque su postura demuestra que aún tiene mucho por pelear. Hace ademan de acercarse a mí, pero papá lo apunta con... no sé, está muy borroso.

—Tendrás que recordar tu misma. ¡Ninguno te dirá la verdad, Cleopatra!

Me desperté con una conocida falta de sensación. Me pasé una mano por la cara, observando la oscuridad de mi habitación y el poco de sol que se colaba por la orilla de las cortinas. Cada vez que tenía ese sueño me dejaba como adormecida un rato, un poco más mental que físico.

Cuando cumplí los trece mi cerebro comenzó a repetir las mismas escenas varias noches al mes. Siempre lo mismo, nada cambiaba. Se remontaba a un año atrás, el día de mi doceavo cumpleaños; no era un recuerdo, porque eso no pasó ese día, pero se sentía real.

El sueño acababa en el momento que mi madre volvía a arremeter contra el hombre y todo se disipaba. Nunca se lo dije a mis padres, porque sentía que no me serian sinceros, pero las palabras del señor se repitan en mi cabeza a cada rato.

«Ninguno te dirá la verdad.»

En esa ocasión me habían hecho una gran fiesta de cumpleaños. Al despertar al día siguiente, con restos de confeti y globos y regalos que me llevaron los niños, y los globos de "13" aun flotando en mi habitación, no había nada perdido, pero sí que me faltaba algo. No solo eso, las palabras se repetían una y otra vez, en parte recordándome que solo había sido un sueño que se sentía muy vivo, pero al que había que hacerle caso.

Me incorporé en la cama con un ruidito, apartando un poco las frazadas. La sensación de la falta de algo era abrumadora, tanto que me llevaba unos buenos minutos recomponerme. Mi casa estaba muy silenciosa, así que si, no debían ser más que las seis de la mañana. Sabiendo eso mi intención total era volverme a dormir, que a esa hora era un pecado levantarse.

Ese día no debía ir a la empresa. Y que bueno, porque, aunque me lo hubieran pedido me habría amarrado a mi habitación solo para no ir. Aún tenía los ojos un poco hinchados, pero dormir me había ayudado muchísimo. En algún momento de la noche anterior me había arrastrado de mi armario a la cama y metido como si no hubiera mañana.

Con justa razón, creo.

Los pasos por el pasillo me alertaron de que había alguien más despierto en casa. Bostecé, dejándome caer sobre las almohadas al tiempo que un par de leves golpes en mi puerta se escuchaban.

—Pasa —dije, medio somnolienta. Pude distinguir la sombra de mi papá asomarse a mi habitación, aún en pijama.

—¿Estas bien? —preguntó con la voz ronca. Creo que él también estaba dormido.

—Si —susurré, frotándome los ojos—. ¿Estabas despierto?

Él negó.

—Te escuché despierta. Pensé que tenías alguna pesadilla.

La Espada de la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora