4. La luna 🐺

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Icer

La encontré.

La encontré y ya la perdí.

No sé en qué momento me he despistado al punto de que se abre el elevador y ya sé que algo va mal. Hace solo un rato sucedió eso; cinco pisos arriba la caja metálica se abrió dejándome ver a Collins, pero su presencia me estorba más con ella que solo y cuando corrí escaleras abajo, ya era muy tarde.

Ya no estaba. Su olor llegaba a un taburete en la barra y hasta allí. Ya no había más rastro. Había desaparecido ante mis ojos y no sabía por dónde buscar. ¿Por qué no la seguí fuera del elevador? Y ahora, mientras vuelvo a entrar al bar seguido de Adrián, considerando la cantidad de personas que estuvieron aquí y las horas desde que ella misma lo hizo, su olor esta por desaparecer.

—No hayo una sola razón por la cual no golpearte ahorita —le digo a Collins. Su presencia jamás me ha estorbado tanto.

El lugar está totalmente vacío, puesto que el gerente brujo amigo de Lucile nos ayudó desalojando la zona hasta mañana por la mañana, mientras buscábamos algo, lo que fuera, que nos llevara a ella. Tomo a Collins del cuello y lo estampo contra la pared más cercana. Se le corta la respiración, pero mantiene una sonrisa que no entiendo.

«Se la voy a borrar de un puñetazo».

—¡No es mi culpa! ¡Yo no le hubiera pedido que nos viéramos aquí si tu no me hubieras amenazado con, o que se casara contigo, o llevártela a la fuerza!

Mi puño se estrella al lado de su cabeza y siento mis huesos querer moverse, cambiar, para darle paso al lobo, pero lo poco que queda de su aroma aun logra mantenerme estable. Ella nunca usó su celular en el elevador, que sería el único lapso de tiempo que tuvo para enviar un mensaje diciéndole a Collins que lo veía en el quinto piso.

Mi hermano ha dejado de sonreír, en cambio hay enojo en su máxima expresión reflejado en su mirada. Sus garras se entierran en mi antebrazo, pero solo eso. Sabe perfectamente que podría ganarle a la primera. Podría ganarle a cualquier, en realidad.

—¡Es mía! ¡Mi compañera! ¡Tenía todo el derecho! —apenas me escucho, me retracto—. ¡Tengo todo el derecho! —Llevo mi brazo hacia atrás dispuesto a golpearlo. Él no lo entiende. Encontrarla fue lo mejor y lo peor que me paso. Sensaciones que duraron solo unas horas, porque ahora ya no está y el hecho de haberla encontrado y haberla perdido solo vuelve más salvaje a Jagger.

De por sí Collins me colma siempre la paciencia como para que ahora resulte con esto. Me gruñe con los colmillos al aire y al instante le meto el puñetazo que lo manda al suelo. Percibo la sangre en el ambiente. Que agradezca que el lugar no huele a muerte.

—Ay, tío —murmura Adrián mirando al idiota en el suelo—. Estoy seguro de que casi no era necesario.

No es como que me importe, pero mientras me dio la vuelta él lo ayuda a ponerse de pie. El celular me vibra anunciándome lo que ya sé: ella no está aquí. Que Marcel me diga eso no me sirve para una mierda.

—No hay nada —dice Lucile, llegando—. La manada sigue rondando los alrededores, pero su olor no sale del hotel. Y todo llega hasta acá —señala la barra con una mueca.

—Es como si se hubiera esfumado —la voz del imbécil de su compañero hace eco al entrar y escucho unos tacones de fondo. «Esta cena estuvo llena de idiotas»—. No pudo haber desaparecido solo así.

—No —concuerda Cordelia Benimway llegando tras él. Tiene una expresión dura y mirada totalmente gélida. En una mano lleva un frasco pequeño y cuando lo abre, sé por la falta de color que son Polvos Traslucidos—. No sola, al menos.

La Espada de la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora