Cleo
Estaba un poco difícil procesar todo eso. En especial porque muchas cosas tomaban forma dentro de mi cabeza. ¿El tatuaje de mis padres? ¿El triskelion griego? Bueno, pues al parecer estaba en impreso en varias de las blusas, sudaderas y leggins del armario.
El reloj en la mesita había sonado a lo que al parecer eran las ocho menos cuarto de la mañana. Me había cambiado el pijama y hecho una coleta, pero la verdad no tenía idea de que haría ese día o donde ir.
Mi primer día en el ARCA fue un desastre. En parte.
Llevaba varios minutos tras esa enorme puerta de madera blanca. Mi mano alternaba entre la manija y mi pierna, decidiendo que hacer: si empujar la puerta y entrar a la cafetería o darme la vuelta y esperar en otro lugar.
Lo peor fue que ni siquiera supe que era esa porque Yaya me lo hubiera dicho, más bien porque el sonido amortiguado que se escuchaba al otro lado de la puerta me decía que todos estaban allí. No tenía idea cuantos eran, pero por la bulla calculaba unos cincuenta, tal vez más.
Al final, preguntándome cuando fue la última vez que me sentí nerviosa por lo que pensaran de mí, me armé de valor y entré. Grave error. La puerta sonó tan fuerte tras de mí que al menos la mitad de las mesas se giraron a verme. El lugar era blanco, como todo. De techos altos con vigas que rozaban el final y el suelo estaba tan pulido que me regresaba parte de mi reflejo. Había varias mesas esparcidas ordenadamente por todo el lugar, la mayoría casi llenas.
Mis ojos captaron de todo. Chicos de catorce hasta tal vez unos veinte años, de todos los colores, tamaños y posturas. En grupos o parejas, comiendo en las mesas de manera relajada o muy rectos. Las mesas de al fondo seguían hablando tranquilamente, ignorando por completo mi presencia. Pero pronto las más cercanas empezaron a murmurar entre ellos y a lanzarme miradas furtivas.
Genial.
—¡Novata!
Alex llamo mi atención levantándose de una mesa más a un costado. Solo reconocí a Yaya de los estaban sentados con él. Su cabello estaba perfectamente peinado. Cuando estuvo frente a mí me revolvió el cabello; eso se le estaba haciendo una mala costumbre.
—¿Qué tal si vamos por tu comida y después te presento a los chicos? —señaló un punto al fondo y mi estómago respondió por mí. Ahí había una puerta que sería la cocina y al lado estaba la barra de comida. Mierda. Me moría de hambre.
—Sí, si —le dije a Alex, casi saboreando lo que estaba allí, y empezando a caminar. Sonrió. Ya no me importaba quien me viera y quién no. Mi estómago iba primero.
—No te emociones —me dijo negando un poco. Tomó una bandeja vacía de una mesa pegada a la pared con una pila de ellas—. La comida aquí es horrible.
En efecto, sí que lo era. Había bandejas con "huevos revueltos" con apariencia de plastilina Play- doh amarilla. Una mezcla de frijoles con arroz verde para nada apetitoso y unos plátanos fritos de olor desagradable. Alex solo sirvió los últimos dos en la bandeja y se detuvo frente a una mujer de cabello canoso y cuerpo robusto que nos observaba al otro lado.
—Nana, ella es Cleopatra. Cleo, ella es Nana.
—Un gusto, pequeña —me dio una sonrisa tan maternal que casi me descompuse. Parecía estar acostumbrada a recibir a chicos así—. Mi nombre Astucia, pero puedes decirme Nana, los chicos lo hacen —lo dijo como si fuera un secreto, como un pase extra a algo más íntimo, más personal.
—El gusto es mío —dije regalándole una sonrisa.
Tomé un vaso de jugo y seguí a Alex hacia la mesa de la que se había levantado anteriormente. Había un espacio vacío entre él y otro chico, así que me senté allí. Al instante Alex los empezó a presentar.
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La Espada de la Luna
Hombres LoboCleopatra no es una reina y definitivamente está muy lejos de serlo. Egoísta, problemática y manipuladora. Tres palabras para describirla recién llegada al Mundo Natural. Sin embargo, no muy lejos de su nuevo hogar la espera alguien cruel, salvaje...