Cleo
Casi dieciocho años.
Casi dieciocho años viviendo una mentira, aunque aún no sabía del todo cual era.
—¿Qué... —di una bocanada de aire para formular del todo la pregunta—: ¿Qué son?
En algún punto del pasado probablemente me hubiera dicho que eso era lo más estúpido que iba a preguntar en mi jodida vida, pero en esos momentos la pregunta me parecía la que tenía más sentido de todas las habidas y por haber. Volví a repasar la foto intentando que no se me escapara ni un solo detalle. El fondo era el de un bosque, un bosque en plena primavera, con verde en todos sus tonos y una que otra planta de intenso color medio captada por la cámara. El sol se estaba ocultando o saliendo en algún punto al fondo, puesto que un rayo le daba de lleno en un lado de la foto. Sin embargo, eso no tapaba lo que pasaba en el centro.
Había muy pocas fotos de mis padres cuando eran jóvenes, y con pocas me refiero a no más de tres o cuatro, pero, aunque no hubiera visto ninguna, los habría podido reconocer a la perfección. Sus rostros no habían cambiado mucho, aunque recuerdo que sus facciones eran más duras, más calculadas. La imagen me mostraba a seis personas vestidas de negro y a... eso. Cuatro chicos y dos chicas de no más de dieciocho o diecinueve años; con el cabello algo desordenado y rasguños en sus trajes y rostros, como si acabaran de salir de una pelea. Dos chicos sostenían a una cosa horrible de rodillas contra el suelo; algo de escamas lechosas por el retorcido cuerpo y colmillos enormes. Sus ojos eran auténticamente negros y solo tenía unos cuantos mechones de cabello colgando de diversos puntos de la cabeza. Otro chico ahorcaba a la criatura por detrás, como si solo así se pudiera quedar quieta. Frente a ellos estaban mis padres y otra chica más; mi papá apuntaba a la cabeza con una pistola, al igual que la otra chica y en el medio de ellos mi madre. Mamá tenía una expresión salvaje en el rostro y la mirada matadora. No, eso no era nada nuevo. Sostenía una antorcha frente a ella, como si estuviera punto de prenderle fuego a esa cosa.
Como dije, la pregunta con mayor sentido.
—¿Qué tan de mente abierta te consideras?
Miré a Mika y él a mí. Me sacaba muchas cabezas de altura, pero estando del otro lado de la mesa parecía que no era mucha la diferencia. Era verdad que él ya había mencionado que mis padres se encontraban allí cuando tenían mi edad, pero eso no evitaba que me siguiera sorprendiendo el hecho de que él los conociera, de que hablara de ellos. Me incliné sobre la mesa.
—He visto suficientes series de fantasía, si es a lo que vamos.
Soltó una risa y empezó a caminar lentamente por la estancia arrugando la nariz.
—A veces se me olvida que es el siglo veintiuno. —Se aclaró la garganta—. Respondiendo a tu pregunta anterior, son cazadores. Somos cazadores.
¿Cómo en las películas? —lo interrumpí, recordando los miles de filmes basadas en el tipo de personas que estaba mencionando. Los cazadores de brujas, de vampiros o de hombres lobo; el 90% de esas películas desarrollados en la época medieval, en medio del bosque. O las más actuales, de cazadores en general, aliándose con todo tipo de criatura para lograr su objetivo. Van Helsing me llego a la cabeza y aguante la risa.
Me guardaría ese chiste para otro día.
—Sí, pero es un poco diferente. Todo eso que Hollywood les vende en sus películas, esos monstruos, demonios y criaturas sobrenaturales son reales. Excepto los zombis —me dio una rápida mirada y siguió su camino. Por un momento creí que estaba bromeando —. Eso no te lo creas. Veras, los cazadores hemos existido desde siempre, no solo evitando que los humanos se enteren de un mundo que los asusta, sino también protegiéndolos, tanto a ellos como al resto de criaturas, de los Salvajes.
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La Espada de la Luna
WerewolfCleopatra no es una reina y definitivamente está muy lejos de serlo. Egoísta, problemática y manipuladora. Tres palabras para describirla recién llegada al Mundo Natural. Sin embargo, no muy lejos de su nuevo hogar la espera alguien cruel, salvaje...