3. El alfa 🐺

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Cleo

—¿Un terremoto?

—Muy poco probable.

—¿Incendio?

Lo analicé.

—No, se nos podría salir de las manos.

Lo pensó unos instantes.

—¿Y si atropellan a uno de los dos?

Le di una mala mirada.

—No voy a dejar que te atropellen.

Cole soltó un bufido.

—Pues yo tampoco voy a dejar que te atropellen, así que... —Se quedó en silencio un instante y luego volvió a hablar—: ¿Un atraco?

Negué.

—No, también se nos podría salir de las manos.

Ambos suspiramos con resignación. En mi cabeza buscaba otra solución, pero los planes no habían resultado bien y estaba empezando a pensar que necesitaba más letras del abecedario.

Plan A: Divorciarnos un par de meses después, tachado.

Plan B: Convencer a nuestros padres de que no nos casaran, tachado. Plan C: Escapar antes de la boda, tachado.

Plan D: Que Collins se fuera antes de la boda, tachado.

Todo tachado. El resto de los planes cayeron en picada casi al instante. Después del Plan J, empezamos a improvisar diciendo ideas al azar con la esperanza de que alguna fuera la solución a nuestros problemas (hasta estábamos empezando a considerar raptar al padre; sin él no había quien nos casara). Tal y como estábamos haciendo en esos momentos mientras subíamos por el elevador camino a la cena de ensayo.

Sí, los días se nos habían pasado volando y estábamos a tres de la tan esperada boda. Ahora más que nunca los noticieros no dejaban de mostrar nuestros rostros y en los programas de cotilleo se decía que sería la boda del año. Solo ansiaba un respiro.

—Esta corbata me asfixia —se quejó mientras se llevaba una mano al cuello. Giré los ojos—. ¿Hay mucho calor o soy yo? —Pegó su espalda deliberadamente al lateral del elevador, justo en la esquina de los botones.

Sonó un como timbre que indicaba que ya habíamos llegado y el elevador se detuvo.

—Nadie se creerá que tienes un ataque de asfixia.

Di un paso fuera de la caja metálica y me detuve al instante cuando un horrible escalofrío me recorrió la espalda. El aire arrastró un susurro que sonó como «Mía» y fruncí el ceño. Mis ojos viajaron al emisor de ese sonido y me topé con unos azules muy oscuros —incluso a la distancia— que me atraparon como polilla a un farol de luz. Al otro lado de la estancia, muy cerca de la orilla, había un hombre frente a otro, pero solo uno hablaba, el otro tenía los ojos clavados en mí. Su mirada no se apartó de la mía por lo que pareció una eternidad; me penetraba el alma como nunca nadie lo había hecho y sentí que me temblaban las piernas. El sonido que había alrededor se redujo a nada cuando él empezó a caminar en mi dirección esquivando a las personas que se le atravesaban. Algo en mi cabeza me gritó que corriera, pero no podía hacerlo.

Ese fue nuestro primer contacto...

—Bueno, bueno, ya. Tienes razón. —La mano de Cole en mi espalda baja me sacó de la burbuja que me había metido. El sonido volvió en una oleada y yo reaccioné. Lo miré y luego al extraño: el primero ajeno a la situación y el segundo se había quedado quieto a mitad de camino—. Vamos, tus padres están por allá.

La Espada de la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora