10. Beso con sabor a papita frita 🐺

9 4 6
                                    

Cleo

—Se siente el poder en esta silla —mascullé para mí misma, pues no había nadie más.

El despacho de Mika era bastante más grande de lo que recordaba cuando estuve haciendo la Prueba Básica. Aunque, bueno, ese día apenas note nada. Tenía una pared tapizada en estanterías llenas de libros que llegaban al techo y el contrario contenía gaveteros de un blanco metálico no mucho más altos que yo. Había una alfombra persa en el espacio entre la puerta y las dos sillas frente al escritorio. Este regularmente seria innecesariamente grande, pero en realidad ni encontraba la madera oscura de la que estaba hecho porque tenía papeles y carpetas regados por toda su superficie. Una lámpara en un lado, el teléfono en el otro, y una silla de respaldo alto giratoria. La misma en la que estaba dando vueltas en ese momento.

Tras el escritorio había una ventana que rozaba el techo y se abría solo por el ala media. Me levante, inclinándome hacia adelante con las manos sobre el marco y asome la mitad del cuerpo. El aire corría perfectamente por la estancia mientras la ventana estuviera abierta, pero afuera era tan fuerte y estábamos a tal altura que me revoloteo el cabello unos segundos. Lo quite de mi cara, intentado ver. Nada por aquí, nada por allá. Ya era de noche y la luna en cuarto creciente se escondía tras las nubes dejando todo a oscuras. Estábamos a mitad del bosque, eso era obvio, pero ¿de cuál?

¿Seguíamos en el mismo país?

Bufé, volviendo a entrar y clavando la vista en el teléfono sobre el escritorio. Se suponía que Mika estaba en el Consejo en ese momento, defendiendo mi decisión de permanecer en el ARCA y no volver ni con mis padres, ni hablar con Icer.

¿Para qué? ¿Para qué me mintieran? ¿Otra vez? Mika también me mentía, pero la ventaja que yo tenía con él era que no sabía que yo lo sabía. O eso quería pensar. Volví a sentarme, con las piernas colgando sobre el brazo de la silla. Dios, ¿Cuándo sonaría el teléfono? Lo observé fijamente pensando que tal vez así, como por arte de magia lo haría sonar. Pero no.

Estaba a la espera de la llamada de Mika, que me había explicado seriamente lo que debía hacer. Justificar mi decisión iba más allá que su simple palabra, el Consejo querría pruebas y al parecer no era necesario que yo estuviera presente para eso. Gracias al cielo, pensé cuando lo dijo.

—No le puedo decir que no —me había explicado, —pero tampoco le puedo decir que si, si tú no quieres.

¿Qué si quería verlo? ¿A Icer? No, no quería. No lo conocía de nada y porque éramos... ¿Qué?

¿Compañeros? ¿Debía hacerlo? Uy, como que no se iba a poder.

Di vueltas y vueltas presa del aburrimiento. Cuando ese teléfono sonara, y me preguntaran si quería volver con mis padres, debía decir que no. Cosa sencilla. ¿Decirle que no a Icer? Bye bye. Era como decírselo a un extraño. La puerta se abrió, obligándome a levantar la mirada.

—Así que aquí andas —dijo Alex asomando la cabeza con una sonrisa. Se recostó sobre el marco, luciendo extrañamente un pants y una camisa verde que se le pegaba perfecto al cuerpo —. ¿No tienes hambre?

Me hice la interesante empujándome con el pie para girar en la cómoda silla.

—Mmm... un poco. Pero es que no me tengo que mover hasta que llamen.

—Si —dijo avanzando hacia una de las sillas —. Jona me contó que tu compañero quiere hablar contigo. —Se llevó una mano al oído, frunciendo el ceño—. O eso creo. La cantidad de disparos que sonaron a la vez me dejo un poco fuera de lugar.

—¿Disparos? —cuestioné.

Alex asintió sin darle importancia.

—J. J y Caín estaban haciendo competencia de disparos.

La Espada de la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora