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95 d. C.

—¿Una visita al pueblo? —preguntó Rhaemara

—No sales nunca del castillo, ¿No te gustaría? —le preguntó su abuelo

—¡Me encantaría! ¿Crees que me acepten? —le preguntó ansiosa— Podría donar unas cuantas cosas, me gustaría ayudar.

—Cómo prefieras, cariño.

Rhaemara sonrió y se fue a sus aposentos, esa noche pidió a los guardias que no dejarán entrar a nadie. Y cumplieron la orden.

Hasta cuándo el príncipe Daemon llegó.

—Abran.

—La princesa pidió descansar tranquila. —le dijo un caballero

—No pregunté. Abre.

—Lo lamento, mi príncipe. —se negó

—¡Que abras la puta puerta, mierda! —gritó eufórico

—Príncipe, cálmese. —le pidió Clarisse— Mañana ella irá a dar un paseo por el pueblo. Sea inteligente y no deje que su enfado lo condene.

Daemon la observó y se dirigió hacia donde Jaehaerys.

—¿Puedo acompañar a Rhaemara? No conoce el pueblo. Y temo que le pase algo.

—Es una gran idea. —aceptó el rey somnoliento

Daemon sonrió victorioso y se fue a dormir. Al siguiente día despertó de gran humor, y su prima también.

Pero ese buen humor fue arruinado cuando ella lo vio subirse al carruaje.

—¿Dónde vas? —le preguntó Rhaemara

—Contigo.

—No es necesario.

—Iré igualmente.

Ella se sentó un poco molesta y conversó únicamente con Clarisse, ignorando totalmente a Daemon.

Al bajar Daemon entrelazó su brazo con el de su prima, para asesorarse de que no se alejara mucho.

—Miren… —susurró un plebeyo, indigente quizás— ¡Son los Targaryen!

Todo el pueblo se arrodilló ante ellos, Rhaemara solo los miró.

—¡Alaben a su princesa! —dijo Daemon— ¡A la princesa Rhaemara!

—¡Alabada sea la princesa Rhaemara! —repitieron en coro

—No he venido aquí a que me alaben. —Rhaemara se soltó de su primo, tomó las manos de una mujer y sonrió— Estoy aquí para ayudarlos.

—Princesa, necesitamos comida… la tierra está seca. —le dijo un hombre

—Anótalo. —le ordenó la princesa al caballero

Y así hizo con todos, dando monedas y comprometiéndose a renovar hogares destruidos, traer comida y protegerlos siempre que ellos se mantuvieran leales a la casa Targaryen.

Visenya Targaryen… —dijo un hombre con poca voz, era demasiado viejo— Ha regresado.

—Soy Rhaemara, señor. Hija del difunto príncipe Aemon.

—No. Visenya, nuestra reina. —dijo él

Y la gente lo entendió. Rhaemara era la viva imagen de Visenya Targaryen; era exactamente como describían los libros a la difunta reina Visenya.

La tarde se le pasó oyendo peticiones. Al regresar al palacio Rhaemara no podía parar de hablar de lo amable que era la gente y lo injusto que era la pobreza que había.

—Los ayudaré. —dijo decidida— Así tenga que vender todas mis joyas y vestidos.

—No será necesario. Tienes un patrimonio generoso. —le dijo Daemon— Cuenta conmigo para lo que necesites.

—Gracias.

Entraron al castillo y se dirigieron al Gran salón. Jaehaerys los esperaba para cenar, al igual que a Aemma y a Viserys.

—¡Fue asombroso! —le dijo ella a su abuelo— Incluso un señor me llamó Visenya.

Su abuelo escuchó atentamente; todos los Targaryen lo sabían. El parecido de Rhaemara con Visenya era innegable. Pero su personalidad tiraba más por la hermana de Visenya, Rhaenys, o eso creía su familia.

Se decía que el príncipe Aegon se había casado con Visenya por deber, pero se casó con Rhaenys por mero deseo.

—Debes de estar agotada. —le dijo Viserys

—Hace mucho calor afuera. Necesito descansar, no tengo hambre. —les dijo

Salió de ahí no sin antes dejar un beso en la mejilla de su adorado abuelo. Todos la miraron con una sonrisa y ella se fue a sus aposentos.

—Podría llenar barriles de agua y cada dos días volar con Sunshine para regar las cosechas rápidamente. —le dijo Rhaemara a Clarisse

—Es una excelente idea.

—Lo sé.

Daemon entró y Clarisse se apresuró a salir. Rhaemara se acomodó su bata blanca y el cabello sin peinar.

—Daemon, nos pueden ver.

Daemon la tomó del cabello con braveza y la besó; Rhaemara aún preocupada le siguió el beso, lo qué sentían no era algo fácil de ocultar.

—No me evites más. No puedo soportarlo. —pidió

No debemos seguir con esto. No es correcto.

—Haré lo que sea que me pidas, pero no dejes de quererme.

—Jamás dejaría de quererte, no a ti, mi príncipe.

La arrinconó contra la pared y la besó, sus besos esta vez no eran tiernos. Eran apasionados y calurosos.

Daemon bajó los labios al cuello de Rhaemara, ella jadeo y Daemon tuvo que controlarse para no arrancarle la bata.

—Daemon… —jadeo mientras la mano del príncipe bajaba hacia su trasero

Mi princesa de plata. Mi delicia.

Cuando la puerta se abrió de par en par Rhaemara empujó con demasiada fuerza a Daemon y este se estampó contra la persona que había entrado.

—¡¿Q-qué está sucediendo?! —el grito de rey hizo que Rhaemara temblara, Daemon solo apretó los labios

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Red Thread. (Daemon Targaryen)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora