David
El día empieza despacio, como si el tiempo se moviera con la misma lentitud con la que intento moverme yo. Despierto en el sofá, donde finalmente logré quedarme dormido después de pasar horas dándole vueltas a mis pensamientos. Entre el dolor en la pierna, la inquietud por el fútbol y... sí, lo admito, por Javier, apenas dormí bien. La abuela ya está en la cocina, y el aroma de café y pan tostado me recibe, haciéndome olvidar un poco la molestia en la pierna.
A pesar del cansancio, me siento un poco más tranquilo hoy. Tal vez sea porque ayer Javier estuvo aquí todo el tiempo, trayéndome esa energía suya que siempre logra calmarme. No sé cómo lo hace, pero estar con él me da una especie de paz. Todo parece más fácil cuando él está cerca, incluso esta lesión, que aún me fastidia y me preocupa. Recuerdo su expresión sincera, cómo me miraba mientras intentaba distraerme hablando de cualquier cosa. Lo hace con esa intensidad suya, como si nada fuera más importante para él en ese momento.
—¿Te quedaste dormido aquí otra vez, hijo? —pregunta mi abuela, interrumpiendo mis pensamientos. Su voz es suave, llena de esa preocupación de siempre. Me mira mientras cojeo hacia la cocina, y antes de que pueda decir algo, ya tiene un cojín para que apoye la pierna.
—Sí... el sofá es más cómodo de lo que parece —miento, pero ella sabe que no es verdad. Asiento, aceptando su ayuda en silencio, y ella me ofrece un café sin azúcar, como me gusta.
—¿Quieres hablar? —me pregunta, sentándose frente a mí, con su taza entre las manos y esos ojos suyos que parecen ver siempre más allá de lo que digo.
Siento una presión en el pecho. No estoy seguro de cómo explicarle lo que pasa por mi cabeza sin preocuparla, pero al mismo tiempo, hablar con ella siempre me ha ayudado a aclarar mis ideas. Así que asiento, respirando hondo antes de empezar.
—Es todo este asunto de la lesión, abuela. Todo se siente... complicado. Estar aquí, sin poder jugar, sin poder hacer nada. Es como si el tiempo se hubiera detenido.
Ella asiente en silencio, dejándome espacio para continuar.
—Sé que te molesta no poder entrenar —dice, su voz suave y comprensiva—, pero tienes que darte tiempo. Esta pausa también puede ser útil. A veces, cuando el cuerpo te obliga a parar, es porque necesita sanar algo más profundo.
No puedo evitar esbozar una sonrisa. Mi abuela siempre encuentra la manera de poner las cosas en perspectiva. Sin embargo, hay algo más, algo que va más allá de la lesión y el fútbol.
—No sé, abuela... es algo más. Es como si todo estuviera cambiando y no pudiera controlar nada. Como si la vida en este pueblo, mi amistad con Javier... todo se hubiera transformado. Y no sé cómo manejarlo.
Su mirada se suaviza aún más, y sé que comprende lo que trato de decir aunque no sea del todo claro.
—Las amistades profundas tienen el poder de cambiarte —dice después de un momento—. A veces, los amigos llegan a nuestras vidas para mostrarnos cosas que antes no podíamos ver. No es algo malo; al contrario, son oportunidades para crecer, para descubrir quiénes somos.
Suena simple cuando lo dice, como si fuera la cosa más natural del mundo. Pero dentro de mí, las cosas no son tan sencillas. Me siento como si estuviera en una encrucijada, sin saber si debo seguir adelante o detenerme. Y lo peor es que parte de esa incertidumbre tiene que ver con Javier, con lo que siento cuando estoy con él. ¿Por qué él me hace sentir así, tan... completo? No logro descifrarlo.
—¿Crees que está bien no saber lo que uno siente, abuela? —pregunto en voz baja, mirándola a los ojos. Necesito saber si esta confusión que llevo dentro es algo normal, si estoy siendo demasiado duro conmigo mismo.
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Bajo la luz del faro
RomanceDavid, un joven que enfrenta la separación de sus padres y es enviado a Bahía Escondida, un pequeño pueblo costero, para vivir con su abuela durante el verano. La novela explora sus emociones de desarraigo, su dificultad para dejar atrás su vida ant...