Resurrección

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Por lo menos algo bueno tuvo todo aquel tiempo perdido en la oficina de empleo: mi móvil resucitó. Le coloqué la tarjeta. Pulsé la tecla ON. En la pantalla parpadeó una luz blanca y el aparato me saludó con el mismo tararí-tararí de siempre. Como si el tiempo no hubiera pasado.

Lo primero que hice fue mandarle un mensaje a Alberto:

Hola, Alberto, soy Pedro. Este es mi número nuevo.

Ayer llegué un poco tarde. Me extrañó no verte allí.

Los siguientes fueron para Laura y Carlos. El mismo texto:

Hola, soy Pedro y vuelvo a tener móvil.

Apunta mi número nuevo, que es…

Solo me faltaba Xenia. Me pregunté si debía mandarle un mensaje o no. No quería causarle problemas. Pero a la vez me moría de ganas de saber de ella.

Llevo pensando en ti desde que nos separamos. Te quiero.

Borra este mensaje inmediatamente. No quiero causarte problemas.

No había hecho más que enviarlo cuando entró una llamada. Mi vieja melodía de Star Wars me recordó a Ben. A él le molaba.

Por aquel entonces, yo no recibía muchas llamadas. Ahora tampoco esperaba ninguna. Descolgué convencido de que sería un error.

—Menos mal que me has enviado tu número, chaval —reconocí la voz de Alberto. Sonaba como si no estuviera en la oficina—. ¡Estaba muy preocupado! No tenía modo de avisarte. Llamé a la madre de Ferran, pero no me contestó. Perdóname por no presentarme ayer. Y hoy tampoco voy a poder. Lo siento mucho.

No supe qué decirle. Me quedé sin palabras. Decepcionado, sorprendido. Colgado. Necesitaba hablarle a Alberto de lo que me estaba pasando. Él sabría qué había que hacer, seguro. El silencio le extrañó.

—¿Hola? —preguntó Alberto—. ¿Estás ahí?

—Sí, sí, claro.

—No sabes lo mucho que lo siento, chaval. Ya sé que te dejo tirado, pero seguro que podrás apañártelas sin mí cuarenta y ocho horas, ¿verdad? —no esperó a que contestara, parecía tener mucha prisa—. Si no fuera algo importante, ya sabes que no… Mira, no voy a tener secretos contigo: ha muerto mi madre esta madrugada, de un ataque repentino al corazón, así que tengo que ocuparme de un montón de cosas desagradables. Soy hijo único y mi padre está hecho polvo y, además, es muy mayor. En un par de días estaré de vuelta y nos pondremos con todo. La muerte siempre nos sorprende en el peor momento, chaval. Tú estás bien, ¿verdad?

Me quedé petrificado. Me sentí fatal por haberme cabreado con él ni que fueran cinco segundos. Preferí no preocuparle con mis cosas, de momento. Nunca había dado un pésame. Creo que no lo hice muy bien.

—Lo siento —balbuceé, y logré añadir—: No te preocupes por mí.

—Gracias por entenderlo, tío.

Igual no lo entendía del todo. Me pregunté qué sentiría yo cuando muriera mi padre. Prefería no contestar a mi propia pregunta. A veces es mejor no tratar de saber las respuestas a algunas preguntas.

Un segundo antes de colgar escuché que entraba un mensaje. Cuando revisé la pantalla, me dio un vuelco el corazón: era de Ferran. Lo abrí a toda prisa. Lo leí casi temblando. Enseguida comprendí que había cometido un grave error al tratar de comunicarme con el. A partir de ahora, tendría que aprender a refrenar mis impulsos. El mensaje decía así:

Hola, Éric. Soy la madre de Ferran.

Este ya no es el número de mi hijo.

Te ruego que no intentes contactar más con el.

Saludos.

VERDAD (Fedri)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora