Podría haber llamado a Laura o a Carlos. Podría haberles pedido ayuda, pero algo me lo impedía. ¿Orgullo? ¿Vergüenza? No sé. Solo llevaba en libertad veinticuatro horas. Aún pensaba que podía apañarme sin molestar a nadie.
Las cosas no estaban saliendo como yo había previsto, pero solo tenía que esperar a que regresara Alberto y todo se arreglaría. Quería intentar valerme por mí mismo, ni que fuera una sola vez. Tenía dieciocho años, ya no era ningún crío.
Me pasé la tarde dando vueltas por el barrio, observando a la gente. Las calles estaban muy animadas. Vi un espectáculo de malabarismo en la Plaza del Diamante. Eran un chico y una chica más o menos de mi edad, vestían ropa de colores y llevaban rastas en el pelo. Al acabar su actuación, pasaron el sombrero entre el público. Dijeron que era para la casa okupa del barrio. Cuando la chica se acercó a mí, le pregunté:
—¿Podría dormir en vuestra casa solo una noche?
Ella exageró una mueca y dijo:
—Chungo, tío, con el calor estamos a tope.
No les dejé nada en el sombrero y me miró mal.
En la calle Perill vi otro anuncio de trabajo en la puerta de un bar. Buscaban un camarero. Entré y pregunté por el dueño. Le dije que venía por el anuncio. Esta vez ni siquiera hubo preguntas. Me miró de arriba abajo y dijo:
—Ya está cubierto, lo siento.
Una manera como otra de decir: «No me gustas, lárgate». No pasa nada. Estoy acostumbrado.
Me tiré un buen rato sentado en la Plaza del Sol. Vi que Laura me había contestado al mensaje. Decía:
Recuerda todo lo que hemos hablado.
Llámame si me necesitas. Un beso, cielo.
Laura me llama «cielo» desde el día que me conoció. Era raro al principio, pero me acostumbré enseguida. Ahora me encanta que lo haga. A lo bueno es fácil acostumbrarse. Es la única del mundo que me llama así.
A pesar de que pensé en llamarla y contarle lo que me estaba ocurriendo, decidí no hacerlo. Era viernes y Laura ya debía de estar en casa, con su hija, disfrutando del fin de semana. No quise molestarla. La excusa perfecta para no tener que reconocer ante ella mi fracaso.
Hasta me alegré de que Carlos no conteste a los mensajes a menos que se trate de una cuestión de vida o muerte.
Estaba anocheciendo cuando descubrí un puesto de comida japonesa en una esquina de la plaza. «Dorayakis a 2 euros», rezaba un cartel. Me acerqué y miré las fotos con mucha curiosidad. Conozco a mucha gente a quien le encanta la comida japonesa, pero yo no la había probado nunca. Aquellos parecían pastelitos y tenían un aspecto delicioso.
—¿Qué es un dorayaki? —pregunté.
La mujer que atendía el mostrador me observó con expresión de extrañeza. Me preguntó:
—¿Tú no veías Doraemon?
—¿Doraemon? —repetí, desconcertado.
—¡El gato cósmico, amigo de Nobita! —no tenía ni idea de qué me estaba hablando—. ¡Los dorayakis son su comida favorita!
Pedí dos. Los gatos me caen bien. Incluso los gatos cósmicos.
—¿Los quieres rellenos de anko o de chocolate? —preguntó la mujer.
Encargué uno de cada, aunque no sabía qué era el anko y me daba vergüenza preguntarlo. Pagué los cuatro euros (me quedaban 37,70) y ella me entregó dos pastelitos redondos, tibios y blandos, que olían a gloria.
—Creo que eres la primera persona que conozco que no sabe quién es Doraemon —añadió entre risas—. ¡Buen provecho!
Igual tenía que ponerme un poco al día. Ver la tele, leer los periódicos, enterarme de qué es lo que le gustaba ahora a la gente. Saber qué había hecho el mundo en mi ausencia.
Los dorayakis estaban buenísimos. Me los comí mientras me perdía por el laberinto de calles pequeñas que llevaban a la del Profeta. Traté de adivinar qué es el anko, además de una pasta dulce y de color marrón oscuro que está muy rica, pero no me recordaba a ningún sabor de los que he probado en mi vida.
Cuando por fin llegué al portal de mi piso, ya anochecía. Miré hacia arriba: había luz en la ventana. También en el primero, donde vivía la anciana antipática.
Como no tenía nada mejor que hacer, me medio escondí entre la penumbra del portal de enfrente y decidí convertirme en espía durante un rato.
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VERDAD (Fedri)
FanfictionContinuación de Mentira Absuelto del cargo de asesinato, del que fue injustamente acusado a los 14 años de edad, y una vez probada su inocencia, el ahora joven Pedri sale del Correccional de Menores tras cuatro años de internamiento. Sin embargo, l...