Para renovarse el carné de identidad son necesarias dos fotografías, me dijo el poli que atendía la cola. Dijo que podía hacérmelas en una tienda que quedaba frente a la comisaría. Tuve que aguardar mi turno, porque había dos personas esperando para lo mismo. Cuando me tocó, el fotógrafo señaló un rincón y me dijo:
—Ahí tienes un espejo, por si quieres peinarte.
—Estoy bien así —contesté, aunque ni siquiera me había mirado.
El hombre me lanzó una mirada de desprecio:
—Bueno, allá tú.
Me daba lo mismo salir despeinado en la foto. Además, no tenía peine.
El hombre me hizo pasar a un cuarto donde había un taburete, me pidió que me sentara y que me apartara el pelo de la cara. «Son las normas», dijo. Salí horrible, como siempre. El hombre me entregó las fotos en un sobre de cartulina gris. Era tan pequeño que me lo guardé en el bolsillo de los pantalones, para no perderlo. Me costaron 6,90 euros. Mi fortuna seguía menguando a gran velocidad.
Cuando regresé a la comisaría, el mismo poli de antes me dijo:
—Te puedo dar hora para mañana a las nueve y veinte.
—¿Mañana? ¿No puede ser hoy?
—Imposible, chaval —meneó la cabeza—. No tenemos ni un hueco libre. Tienes suerte de que pueda ser mañana.
—¿Y no puede hacer una excepción? —pregunté.
Se encogió de hombros, por toda respuesta.
Salí de la comisaría desanimado. Si se me daban tan mal las cosas más fáciles, ¿cómo iba a resolver las difíciles?
Me senté en una parada de autobús, necesitaba pensar. No tenía ni idea de cuál debía ser mi siguiente jugada. Como si de pronto estuviera disputando una partida cuyas reglas desconocía. Saqué mi dinero y lo conté. Me quedaban 46,25. Lo peor era que volvía a tener hambre. Tendría que aguantarme un poco. No podía arriesgarme a quedarme sin dinero.
Decidí volver a la calle del Profeta. A vigilar mi portal. No tenía nada mejor que hacer. Supongo que necesitaba respuestas. Algo que contarle a Alberto cuando volviera. Él sabía que el piso lo compró Ben y que quería que fuera para mí. También sabía cómo funcionan las leyes. Las leyes son complicadas. A veces no sirven para lo que la gente necesita.
Mientras esperaba mirando hacia la puerta cerrada, me puse a pensar en todo tipo de cosas. Es lo que le pasa al cerebro: cuando no tiene nada que hacer, se raya.
¿Y si Ben se había jugado el piso en una de sus timbas de póquer y lo había perdido? Me dijo que lo compró después de una noche de suerte. Lo pagó al contado, en billetes nuevos de quinientos, una semana después de la mejor timba de su vida. «Lo que fácil llega, fácil se va», solía decir mi tía, hablando de las partidas clandestinas en su bar.
Pensaba estas cosas cuando vi que llegaba alguien. Era una anciana de pelo blanco. Tenía los pies hinchados, metidos en un par de babuchas de cuadros. Resollaba, parecía muy cansada por el esfuerzo. Arrastraba un carro de la compra. Se detuvo frente al portal, con las llaves en la mano, respirando con dificultad. Debía de ser la vecina del primero. Me dio lástima y me ofrecí a ayudarla. Me puse frente a ella y pregunté:
—¿Quiere que la ayude?
—¿Por qué? —tono hosco, desconfiado—. ¿Qué quieres?
—Nada. Solo ayudar.
—¿Eres cliente del chico gordo?
—¿Qué chico gordo?
—El de arriba. El de las putas.
—¿Cómo?
—Soy vieja, pero no tonta —espetó ella, que parecía muy enfadada—. Todas esas chicas… Vienen varias veces a la semana. Arman mucho ruido. No puedo dormir —se santiguó, miró al techo, como si allí estuviera Dios, dándole la razón. Luego me miró y continuó—: No me gustáis nada. Ni tú ni tu amigo. Sois unos sucios. ¡Mira qué pelos llevas! ¡No quiero tener nada que ver con gente que no se peina! —entró en el portal y comenzó a subir con mucha dificultad la escalera—. ¡Un día voy a llamar a la policía!
Arriba, en el tercero, una ventana se cerró de golpe. Alguien volvía a estar espiando. Solo que ahora imaginaba quién podía ser. Y comencé a sentirme tan cabreado como la anciana antipática del primero. O puede que más.
Ella tampoco iba muy bien peinada, por cierto, pero eso no tiene nada que ver.
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VERDAD (Fedri)
FanfictionContinuación de Mentira Absuelto del cargo de asesinato, del que fue injustamente acusado a los 14 años de edad, y una vez probada su inocencia, el ahora joven Pedri sale del Correccional de Menores tras cuatro años de internamiento. Sin embargo, l...