11. Yelizaveta (Macarena)

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(Capítulo contando la historia de Elizabeth Makarov)

DISCLAIMER:

CAPÍTULO CON TEMAS SENSIBLES PARA ALGUNOS LECTORES

(VIOLENCIA, TRAGEDIAS, MUERTES)

Santa Marta, Colombia

2015

La orilla del río era fangosa y húmeda, y el sonido de las olas golpeando suavemente la costa apenas llegaba a los oídos de Elizabeth. Se despertó en completo estado de confusión, con el sabor metálico de la sangre en la boca y su cuerpo adolorido por el impacto. El sol quemaba su piel mientras el agua del río aún se deslizaba por su ropa, ahora pesada y desgarrada. No tenía fuerzas para levantarse, pero algo en su interior le decía que debía moverse.

Arrastrándose con las pocas energías que tenía, logró salir por completo del agua y se dejó caer bajo la sombra de un árbol de mango. Observó las frutas maduras colgando a pocos metros de su alcance, y, guiada por el hambre, estiró la mano hasta tomar una. Comió vorazmente, ignorando el jugo que se deslizaba por su barbilla.

El sonido de risas y voces femeninas rompió el silencio. Elizabeth levantó la cabeza, alerta, con el corazón latiendo con fuerza. Un par de mujeres, cargando racimos de plátanos y cestas llenas de frutas, apareció por el sendero cercano. La niña intentó levantarse, pero sus piernas temblaron y cayó de rodillas.

—¡Ay, Virgen Santa! —exclamó una mujer mayor, dejando caer su cesta al suelo.

—¡Es una niña! —respondió otra, acercándose rápidamente pero con cautela.

Las mujeres se miraron entre sí, asustadas al principio por su estado. Estaba cubierta de tierra, su cabello húmedo y enmarañado, y sus ojos, llenos de miedo y desesperación, parecían los de un animal acorralado.

—¿De dónde habrá salido? —preguntó una tercera mujer, más joven, mientras dejaba su carga en el suelo y se arrodillaba junto a Elizabeth.

Elizabeth no habló. Sus labios temblaban, y apretó con fuerza el mango que aún sostenía, como si fuera lo único que la anclara a este mundo.

—Ven, niña, no vamos a hacerte daño —dijo con suavidad la mujer mayor, extendiendo una mano arrugada hacia ella.

Elizabeth vaciló, mirando las caras de las mujeres que la rodeaban. Finalmente, su instinto la empujó a aceptar la ayuda. La mujer joven la levantó con cuidado, sorprendiéndose de lo ligera que era.

—Pobrecita... Parece que ha estado en el río. —La mujer mayor hizo una señal a la otra—. Llévala a casa, necesita comida y ropa seca.

Elizabeth no dijo nada mientras la llevaban por un camino de tierra que serpenteaba entre los platanales. Llegaron a una pequeña aldea, donde las casas estaban hechas de madera vieja y techos de paja. La llevaron a una casita humilde pero acogedora.

Dentro, una mujer madura con manos fuertes y callosas, que parecía estar en sus cuarentas, salió al encuentro de las recién llegadas.

—¿Qué pasó aquí? —preguntó con el ceño fruncido al ver a la niña.

—La encontramos junto al río —respondió la joven que la cargaba—. No sabemos qué le pasó, pero necesita ayuda.

La mujer miró a Elizabeth, y aunque su expresión era dura, sus ojos estaban llenos de compasión.

✮ Las Aventuras de Saturna ✮ Vol. 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora