Unos términos confusos

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En la barra, intento llamar la atención de la camarera, pero David se acerca, y antes de darme cuenta, siento su mano en mi cadera. ¿Cuándo se ha acercado tanto?

—Déjame invitarte—susurra David a mi oído. —Tenemos que brindar porque nuestro acuerdo sigue en pie.

—Créeme, no hay nada que celebrar todavía—trato de mantener mi voz firme mientras siento sus manos deslizarse por mi cadera. Tan caradura...

—Te queda muy bien esa falda. Deberías ponértela más.

Siento el rubor crecer en mis mejillas. Pero es que ese olor... Venga, Alba. Relájate. Seguro que puedes decir algo interesante para salir del paso.

—No sé si nuestros términos incluyen sugerencias mi vestimenta.

David se inclina aún más cerca, sus manos se deslizan desde mi cadera hasta mi cintura, empujándome suavemente contra su pecho duro. Mi pulso se acelera. Mierda. ¿Por qué tendrá tanto poder sobre mí? No es el gesto en sí...es...su arrogancia. ¿Estaré mal de la cabeza? Pero es que su aroma a vainilla nubla completamente mis sentidos. No puedo evitarlo.

—Sabes que no puedes resistirte a esto.

¿Que no puedo? Con gran fuerza de voluntad, me libero de su agarre, no sin cierta satisfacción al ver su sorpresa. Regreso hacia Jorge, creyendo sentir la mirada de David en mi espalda, pero cuando me siento, parece ajeno a lo que hago, concentrado en algo que le dice Pedro. 

—Tía, ¿desde cuando te dejas intimidar por tipos como David?.

—Desde que tipos como David son mis jefes—choco mi cerveza con la que le acabo de dar— Oye, ¿adónde ha ido Maite?—pregunto, más por cambiar de tema que por interés.

—Había quedado con alguien y se ha ido—siento que sus palabras quieren decir más de lo que realmente dicen.

Hace poco, Maite hubiese sido la última en abandonar el bar. Es ella la que insiste siempre en venir. Me pregunto si el hecho de que lo frecuente Pedro, el amigo de David, tendrá algo que ver. 

Doy otro trago a la cerveza mientras observo a lo lejos a mi nuevo jefe, que ahora se encuentra solo, en la barra. De nuevo, sus ojos verdes cruzan los míos. Pagaría por saber qué pasa por su cabeza. Jorge me da un ligero codazo, sacándome de mis pensamientos.

—Vamos, Alba, no dejes que te afecte. Estamos aquí para divertirnos.

—Estoy tan cansada de todo esto... Matándome a trabajar toda la semana y luego, por fin, un respiro el viernes. Y vuelta a empezar el lunes, ¿para qué? —murmuro, mirando fijamente mi vaso.—¡Si casi no puedo pagar el alquiler!

—La vida es una serie de momentos. Cada uno tiene su propio valor, incluso si no siempre lo vemos—interrumpe David. A veces olvido lo inteligente que es. Aunque cierto es que sus palabras me irritan. ¿Cómo puede hablar así cuando él es parte del problema?

Jorge levanta su cerveza con un escueto "Amén". Su tono es solemne. Se termina la cerveza de un trago y se levanta de la mesa, abandonando el bar, siguiendo quien sabe qué aventura. Decido que es mi hora de irme también. Quiero evitar estar a solas con David. Pero, justo cuando me levanto, su voz grave me detiene.

—Alba, espera. Querría hablar contigo.—Se pone en pie.—Al final no me has dejado claro si nuestro trato sigue en pie.

Asiento.

—Si eso es todo lo que te preocupa...—dejo en el aire la respuesta y le hago un gesto de despedida antes de salir del bar. Que entienda lo que quiera.

Estas dos semanas han drenado toda mi energía. Lo último que quiero es seguir compartiendo espacio con el motivo. Pero se ve que lo que quiero y lo que obtengo no van de la mano esta noche. El eco de unos pasos me sigue. Se ve que lo que quiero y lo que recibo no van a ir de la mano esta noche. El familiar aroma a vainilla me indica quién es sin necesidad de girarme. Para mi desgracia, me alcanza antes de que pueda escapar. Le miro con gesto serio, esperando su explicación.

—Solo quiero asegurarme de que llegas bien a casa—se justifica.

—No estoy segura de que invitarme a cervezas o asegurarse de que llego bien a casa entren dentro de nuestros términos.

—En mi despacho no parecías tan estricta con los términos.—No sé por qué ese comentario hace que me humedezca un poco. Siento la piel de gallina. ¿Por qué dejo que tenga tanto poder sobre mí? —Alba, por favor.—Su voz parece suplicante. Trato de acelerar el paso. — Me quedaría más tranquilo sabiendo que el lunes llegas a la oficina.

Está claro que es la cerveza la que habla. No sé si quiere asegurarse de que llego sana y salva o de que sigo trabajando para él. Estoy tan agotada que no pienso discutir. Si quiere seguirme, que me siga. Por suerte, mi casa está cerca y llegamos rápido al portal.

—Bueno, aquí es donde vio—trato de que no se aflija mi voz.

—Lo sé.—Aparta la mirada. Hay una verdad dolorosa en ese conocimiento.—Bueno, el lunes nos vemos.

—Qué remedio.—Trato de que no se note el nudo que aprieta mi estómago.

Me tomo unos instantes antes de abrir la puerta. David suspira, pero no contesta. Espera a que abra y, solo entonces, comienza a caminar. Está claro que lo de aquel viernes no va a repetirse.

Me quedo allí plantada, observando como se vuelve a introducir en la silenciosa noche. Solo después de recorrer un tramo, David se da la vuelta. Nuestras miradas se cruzan. Las mariposas que se aceleran en mi estómago me indican que estas 10 semanas van a ser una montaña rusa. 

No te enamores de tu jefe [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora