Capítulo 10. Aquilegia

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Katsuki conoció a Midoriya Izuku hace  mucho tiempo, ha estado como constante en su vida desde que su mente le permitió almacenar recuerdos. Tal vez incluso fue desde que estaba en el vientre; no puede saberlo a ciencia cierta porque no preguntará a su madre cosas tan vergonzosas como recuerdos infantiles. Pero, desde que puede hilar pensamientos remotos de su crecimiento... puede ver esos rizos verdes esponjosos rebotando al ritmo del viento.

Cuando creces con expectativas ajenas, muchas veces tu propia visión del mundo se ve nublada. Algunas veces demasiado y otras solo un poco, pero siempre hay una pequeña alteración que no es tuya, es impuesta.

Después de todo, una persona que creció en un hogar en llamas va a creer que el mundo entero está en llamas. Una persona que creció en un hogar seguro será lo suficientemente ingenua como para no darse cuenta de que en realidad el mundo entero está siendo consumido por llamas.

Katsuki creció escuchando lo dulce y tierno que era Izuku, y era verdad. El pequeño siempre tuvo una sonrisa deslumbrante, unos ojos preciosos y una voz angelical, así que jamás dudó de eso. Muy pronto, en su juventud, entendió de qué iban esos sentimientos que se generaban en su cabeza cuando miraba en la dirección de Izuku.

Pero Izuku era frágil y Katsuki en su interior tenía una necesidad enfermiza de verlo reducido a pedazos, así que se alejó. Recuerda esos años de soledad, su mente ardiendo en odio, y de pronto, al paso de los años, llegó esa voz.

No entendió al inicio de qué iba todo eso; era demasiado dolor en su cuerpo. Una calidez que incrementaba llegando a quemarlo; pensó por un momento que simplemente haría combustión hasta morir.

Hasta tiempo después lo comprendió; solo era el alfa dentro de él despertando y tomando el control.

En su mente hay delirios, siempre los ha habido. Recuerda la primera vez que vio a Izuku a través de los ojos de un alfa; supo que debía alejarse. Sus delirios se salieron de control en aquel momento, divagando entre cosas malas y buenas, pero siempre más malas.

Intento marcar distancia, pero ese magnetismo característico del pecoso lo arrastraba más y más hacia el núcleo, el núcleo de su vida que siempre fue no otro que Izuku Midoriya, y al final de todo, puede decir que perdió.

—¿Por qué me haces esto, Kacchan? —es lo que preguntaría el pecoso luego de una tarde más de maltratos.

Katsuki odiaba ver a Izuku lanzarse a los problemas sin detenimiento. Siendo un insensible con su cuerpo, tratando de hacer más de lo que era humanamente posible para él.

Izuku no notaba que el mundo al que se lanzaba estaba más allá de las llamas; era lava pura.

No se arrepiente de haberle dicho a Izuku que no podía ser un héroe porque, ciertamente, el Izuku de su adolescencia nunca hubiese podido ser uno. Todos lo sabían; Aizawa lo odió en su momento por aquello.

No era cuestión de quirk, era cuestión de supervivencia; no puedes salvar a otros si estás jodidamente muerto. Debes saber cuándo retroceder y cuándo avanzar. No es malo detenerse y buscar un descanso, no es malo mirar hacia otro lado cuando el problema es demasiado.

Pero Izuku jamás entendió eso.

Izuku jamás vio la lava del mundo bajo sus pies; veía bondad en todas las personas, creía que el mundo era un lugar seguro... creía que el mundo era un lugar bueno.

El Izuku de la primaria y secundaria se dedicó a lanzarse a problema tras problema, cosas que se salían de sus patéticas y delicadas manos. Y Katsuki tuvo la necesidad enfermiza de someterlo, quebrantar su espíritu. Necesitaba romperlo en pedazos, pasarlo por el fuego y volver a moldearlo desde el inicio o Izuku terminaría muriendo pronto. Y no había duda de que Katsuki no podría vivir en un mundo sin él. Jamás podría vivir en un mundo sin Izuku.

Delirios de un todo [KatsuDeku]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora