Capítulo 6: El juego de las promesas

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El murmullo de la Fortaleza Roja era constante, un flujo interminable de sonidos que parecían entrelazarse con las piedras mismas. Rhea Royce se encontraba en una de las cámaras del Torreón de Maegor, examinando con detenimiento un mapa del Valle que había traído consigo desde Runestone. La habitación estaba iluminada por la suave luz de las lámparas, y su mente estaba absorta en los problemas de su hogar.

Los clanes de las Montañas de la Luna se estaban volviendo más osados. Los informes que había recibido de su padre detallaban incursiones cada vez más frecuentes. Aunque los Arryn eran los señores del Valle, la responsabilidad de la seguridad recaía también en su casa. Su padre había sido claro: "Incluso lejos de Runestone, tus decisiones nos afectan. No dejes que la Fortaleza Roja te distraiga de tus deberes."

Pero la Fortaleza Roja era una fuerza en sí misma, un lugar que exigía atención. Más allá de sus pasillos serpenteantes y su laberinto de intrigas, estaban los habitantes: figuras imponentes como el rey Jaehaerys y la reina Alysanne, cuyas sombras se extendían sobre todos los demás. Y luego estaba él.

Daemon Targaryen.

Era imposible ignorar su presencia. Incluso ahora, sentía su ausencia con una intensidad que la sorprendía. Desde que habían llegado a la Fortaleza Roja, Daemon se había mantenido cerca, como un dragón al acecho, siempre observando, siempre dispuesto a intervenir, ya fuera para guiarla a través de los pasillos o para soltar comentarios mordaces que a menudo desarmaban su compostura.

Una suave risa resonó desde el umbral, y Rhea alzó la vista. Allí estaba él, apoyado contra el marco de la puerta con una arrogancia que parecía tan natural como respirar.

—¿Te encuentras perdida en tus pensamientos, esposa? —preguntó con una sonrisa ladeada.

Rhea no pudo evitar arquear una ceja. Aunque técnicamente aún no eran marido y mujer, Daemon parecía disfrutar de la anticipación del título.

—Estoy ocupada, si no te importa —respondió, volviendo su atención al mapa frente a ella.

Daemon entró en la habitación sin invitación, como era su costumbre, y se acercó a la mesa. Sus ojos de color violeta recorrieron el mapa, y su expresión se volvió seria por un instante.

—Los clanes de la montaña. Molestos, ¿no es así? —comentó, señalando una de las áreas marcadas en el pergamino.

Rhea lo miró, sorprendida por su conocimiento.

—¿Cómo sabes sobre los clanes? —preguntó, su tono desconfiado.

Daemon se encogió de hombros.

—Escucho más de lo que crees, Rhea. Además, Runestone es parte del Valle, y el Valle... bueno, digamos que tiene cierta relevancia estratégica para los dragones.

—¿Estratégica? —repitió, con una mezcla de curiosidad e incredulidad.

Daemon inclinó la cabeza, como si estuviera evaluando cuánto decir. Finalmente, se acercó un poco más, sus dedos tocando el borde del mapa.

—El Valle siempre ha sido un lugar difícil de conquistar. Incluso Aegon el Conquistador no pudo doblegarlo con facilidad. Su geografía, sus fortalezas... —hizo un gesto hacia el mapa—. Todo eso lo convierte en una espina en el costado de cualquier enemigo. Pero también en un premio valioso, si sabes cómo manejarlo.

Rhea lo observó en silencio, tratando de descifrar sus intenciones. Daemon tenía un talento para mantener a la gente adivinando, pero también era evidente que no era un hombre que hablara sin un propósito.

—Entonces, ¿qué propones? —preguntó finalmente, cruzando los brazos.

La sonrisa de Daemon se ensanchó, como si hubiera estado esperando esa pregunta.

—Propondría que un dragón se uniera a la lucha contra esos clanes. Pero, claro, eso depende de si la heredera de Runestone puede aceptar mi ayuda.

Rhea frunció el ceño, sintiendo una mezcla de irritación y algo más que no podía identificar.

—No necesito un dragón para resolver los problemas de mi hogar. Runestone ha resistido durante siglos sin uno.

Daemon se inclinó hacia ella, su proximidad enviando una inesperada corriente de calor a través de su cuerpo.

—Tal vez no necesites un dragón, pero nunca está de más tener uno cerca, ¿no crees?

Rhea lo miró directamente a los ojos, negándose a retroceder ante su intensidad. Había enfrentado desafíos antes, pero Daemon Targaryen era diferente. Era como un fuego que amenazaba con consumir todo a su paso, y aún así, había algo en él que la atraía, algo que la inquietaba más que cualquier clan de las Montañas de la Luna.

—¿Y qué obtienes tú a cambio, Daemon? —preguntó, su voz baja pero firme.

Daemon sonrió de nuevo, pero esta vez, había algo más en su expresión. Algo más sincero.

—Lo que siempre quiero, Rhea. Libertad. Poder. Y, tal vez, una compañera que no se deje intimidar tan fácilmente.

Sus palabras la tomaron por sorpresa, pero antes de que pudiera responder, Daemon retrocedió, como si hubiera dicho todo lo que necesitaba.

—Piénsalo, esposa —dijo, caminando hacia la puerta—. Un dragón siempre es útil, ya sea en la guerra... o en el amor.

Y con eso, se fue, dejándola sola con el mapa y un corazón que ahora latía un poco más rápido.

En otra parte de la Fortaleza Roja, la reina Alysanne observaba desde una ventana cómo el sol descendía sobre la bahía de Blackwater. Jaehaerys estaba a su lado, en silencio, con una copa de vino en la mano.

—Daemon y Rhea parecen estar encontrando su equilibrio —comentó el rey, rompiendo el silencio.

Alysanne soltó un leve suspiro.

—Esperemos que así sea. Daemon necesita alguien que lo mantenga bajo control, y Rhea... bueno, necesita aprender a enfrentarse a los dragones si va a sobrevivir en esta corte.

Jaehaerys sonrió ligeramente, tomando un sorbo de vino.

—Tal vez esta unión sea más fuerte de lo que imaginamos.

Alysanne no respondió de inmediato. Sus ojos permanecieron fijos en el horizonte, pero en su corazón, la reina sabía que los lazos más fuertes no se forjaban con facilidad. Y que, en la Fortaleza Roja, incluso el amor podía convertirse en un arma.

Continuará...

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